Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Los grandes clásicos

Ignacio Gracia Noriega

Horacio: Un poeta imperecedero

El escritor intimista que cuida los pequeños placeres

Horacio (65-8 antes de Cristo) es un poeta tranquilo. No vivió tan cerca de la Corte que acabara quemándole tan peligrosa proximidad ni estuvo tan identificado con la política de Augusto que llegara a escribir versos de encargo para enaltecimiento del emperador y del Imperio, como Virgilio. Aunque la identificación entre Virgilio y Augusto no fue la misma al comienzo de la relación entre ambos que al final y si, al sentirse enfermo de muerte, el poeta ordena quemar el manuscrito de "La Eneida", obedece a que ya no estaba de acuerdo con el significado de aquel poema. Pero el emperador estuvo atento y evitó la quema. Por cierto, y como comentario adicional y muy al margen: ¿por qué son tantos los autores, desde Virgilio a Kafka, que ordenan quemar su obra cuando ya no pueden hacerlo por sí mismos, habiendo podido reducirla a cenizas cuando gozaban de salud?

Horacio era hijo de un liberto que se preocupó de darle excelente educación. Gracias a ello el poeta pudo figurar entre las élites intelectuales de Roma, pero era un hombre modesto que prefirió la vida apartada, dedicado a su obra, a “las ambiciones cortesanas”, de las que, como escribió un poeta de muchos siglos más tarde, el capitán Andrés Fernández Aldana, el sabio debe huir. Y Horacio, en este aspecto, no sólo se comportó como un verdadero sabio, sino que fue de los poquísimos poetas que pusieron en práctica sus teorías.

Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido

escribió Fray Luis de León, universalizando el "beatus ille" horaciano. Aunque Fray Luis, a diferencia de Horacio, no siguió "la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido", sino la tendencia mundana, a causa de la que conoció cárceles y tuvo trifulcas por motivos a veces triviales.

Una de las obras más conocidas de Horacio es el "Ars Poética", que durante la Edad Media, según Curtius, se consideré como “indispensable”. Es el otro gran tratado de retórica y poética que lega la antigüedad, después de la “Poética” de Aristóteles. Pero Horacio, ante todo, es un gran poeta lírico, a la altura del épico Virgilio y del mítico Ovidio. Su mundo poético es lo que siente y lo que ve: es de los primeros que observa el paso de las estaciones, relacionándolas con el efímero discurrir de la vida humana:

Huyeron las nieves, vuelve ya la
grama a los campos
y el ramaje a los árboles.

El tiempo no se detiene y es circular, y volverán los cielos cubiertos del otoño y la nieve a las montañas, y aunque la naturaleza no se desgasta con estos cambios, la vida del hombre acabará desapareciendo en el movimiento de las estaciones. Por lo que al "beatus ille", añade el "carpe diem": disfruta del día, no lo pierdas, porque el hombre sólo dispone del presente, el pasado es pura ficción a la que no se puede volver y el futuro no existe ni existirá, porque no lo veremos.

Aunque solo sea por estas dos concepciones que han arraigado en el hombre occidental durante dos mil años, Horacio es un poeta imperecedero. Vive con sosiego, disfruta el día porque no habrá otro. Y es mucho más: un poeta intimista, que canta los pequeños placeres, como el vino o la vida en la aldea, y que sabe que lo poco es mucho, según se administre: “Soy más opulento, dueño de un menospreciado patrimonio, que si dijera que oculto en mis graneros todo lo que ara el diligente Apulio”.

La Nueva España · 22 febrero 2015