Ignacio Gracia Noriega
Tácito: La historia como pesimismo
Fue un escritor complejo por la situación política que vivió, que criticó con lucidez, amargura y prosa escueta
Cornelio Tácito (56- 120 después de Cristo) es uno de primeros escritores que se siente a disgusto en su época; pero a diferencia de otros muchos posteriores que reaccionan ante esa incomodidad con gestos de rebeldía, Tácito se adapta a ella a pesar de su actitud de reprobación al Imperio y, en general, cualquier forma de poder, fue senador y llegó a ser cónsul administrador de la provincia de Asia bajo Trajano. No se trata, sin embargo, de un cínico sino de un escéptico y, sobre todo, de un pesimista que, desconfiando de los hombres, desconfía corno es natural, de sus formas de gobierno. Si algo merece su aprobación es el pasado. En el "Diálogo de oradores" afirma que "la tiranía sofoca el arte". Por eso, la gran época de la literatura y el arte griego tuvo lugar en Atenas en tiempo de Pericles. No tenía en cuenta que en Roma florecieron las artes siendo emperador Augusto, que distaba de parecerse a Pericles.
En Tácito se advierte nostalgia por la sobriedad republicana, pero, como escribe Ronald Syme, “es monárquico porque su perspicacia le hace desconfiar de la naturaleza humana. No había remedio. Pese a la soberanía nominal de la ley, gobernaba un hombre. Éste es el comentario a Tiberio”. Roland Barthes, en su artículo “Tácito o el barroco fúnebre”, le describe con mayor detalle: “Estoico, hombre del despotismo ilustrado, hechura de los Flavios, escribiendo bajo Trajano la historia de la tiranía julio-claudiana, Tácito está en la situación de un liberal que vive las atrocidades del jacobinismo; el pasado es aquí algo fantasmal, teatro obsesivo, más que lección, escena”. Es, pues, un hombre complejo, y la situación política en la que vive le convierte en un escritor complejo. Critica la época que le tocó vivir con lucidez y amargura, con una prosa escueta, precisa y densa: su estilo es tan riguroso que resulta críptico. Casi es un conceptista “avant la lettre”; si con alguien puede comparársele en la literatura española clásica es con Baltasar Gracián. Tácito dedica años de su madurez a escribir: la “Vida de Agrícola” es una biografía de su suegro, “Germania” una de las primeras descripciones etnográficas de un pueblo, en la que aprovecha de paso para criticar los usos políticos y las costumbres degeneradas y la corrupción de Roma contrastándolas con la vida sencilla y libre y el amor a la libertad de los germanos: elogio de aquel pueblo primitivo que fue pésimamente interpretado y aprovechado en el siglo XX por una de las ideologías más perniciosas que conoció la humanidad. El “Diálogo de los oradores” es un elogio de la oratoria del pasado frente a la decadencia del presente: para Tácito, cualquier pasado era mejor. Sus obras más importantes, que le sitúan como uno de los mayores historiadores del mundo, son los “Anales”, que abarcan desde el año 14 de Roma hasta el 68, y las “Historias”, en cuatro libros, a partir del año 68 hasta probablemente el 96, pues el quinto libro se ha perdido. Además de conciso, es sentencioso, y así escribe con motivo de la muerte de Otón: “Nadie se atreve a tomar una iniciativa, convencidos de que la culpa colectiva es más segura”. Con el ceño fruncido, escribió grandes verdades y fue uno de los mayores censores del sentido del poder, de la política y las costumbres de su tiempo. Él como historiador y Juvenal como poeta satírico fueron, según Ronald Syme, “los últimos romanos”. Aunque vivió en un sistema bastante próximo a la tiranía, sin enfrentarse directamente a él, lo juzgó con severidad y lo describió con la desaprobación moral de un espíritu libre.
La Nueva España · 15 febrero 2015