Ignacio Gracia Noriega
El primer congreso de la FSA
Para empezar bien el año, el 1 de enero, sábado, se celebró el primer congreso de la FSA (Federación Socialista Asturiana que le dicen ahora: entonces era sencillamente el primer congreso del PSOE desde la Guerra Civil). Y para que el año quedara redondo, el 10 de diciembre, también sábado, hubo otro congreso del PSOE, con el que se inauguraron los nuevos locales del partido en la calle Jovellanos, y sobre el que ya escribí en esta serie.
El primer congreso, el de enero de 1977, estuvo precedido por una intensa actividad durante el anterior mes de diciembre, y se inauguró con una buena noticia: la desaparición del Tribunal de Orden Público (TOP), cancelado por el Gobierno de Adolfo Suárez el último día de 1976. Sin embargo, como los jueces son funcionarios, y un funcionario no pierde su prebenda, así se le haya olvidado todo lo que aprendió para conseguirla, algunos de sus miembros se encastillaron en otros departamentos judiciales, como el famoso Gómez Chaparro, quien, desde su nuevo puesto burocrático, dificultó el proceso político en marcha todo lo que pudo.
El 4 de diciembre de 1976 salió un autocar de Oviedo con militantes socialistas para asistir al congreso del partido que se iba a celebrar en Madrid por todo lo alto, con asistencia de las grandes figuras de las socialdemocracias europeas: Willy Brandt, Prieto Nenni, Michael Foot, Olof Palme, Mitterrand... Todos ellos fueron recibidos con grandes despliegues informativos y de todo tipo; en cambio, al chileno Carlos Altamirano le hicieron esperar durante dos horas en el aeropuerto de Barajas, pues pertenecía a un partido socialista perdedor. Y había delegaciones de Dinamarca, Austria, Finlandia, Noruega, Israel... Un periodista entusiasta constató que desde el Congreso de Escritores de Valencia no habían viajado a España tantas personalidades. Lo de las personalidades es según como se mire: desde el punto de vista de la izquierda ortodoxa, eran personalidades, evidentemente, aunque algunos de ellos ya no gozaban del aprecio de la «progresía», como Willy Brandt, a causa de su firmeza anticomunista. Tampoco parecía gozar de muchas simpatías entre los radicales el partido laborista de Israel, por lo que al ser presentados a la asamblea, se produjo un intento de abucheo por parte de palestinos que estaban allí de observadores y de algunos socialistas de izquierda. Alfonso Guerra actuó con energía, amenazando con expulsar a los palestinos, ya que se encontraban como invitados mientras que el partido laborista israelí estaba de pleno derecho, como miembro de la II Internacional. En realidad, el partido laborista de Israel consiguió con los «kibbutz» o granjas colectivas los únicos casos de socialismo práctico y fructífero que registran las crónicas: algo que, por cierto, ignora el bienaventurado Zapatero, que es capaz de mostrarse en público con el pañuelo de los «fedayin», de la misma manera que otro inconsciente, el primer ministro sueco Olof Palme, salía a la calle con la hucha en la mano.
Este congreso tan esperado fue continuista con respecto al de Suresnes: seguían los mismos, con Felipe González a la cabeza, afectada de bicefalia con Alfonso Guerra, y con ellos continuaban Enrique Mújica, Luis Yáñez, Gómez Llorente, etcétera. Entraron en la ejecutiva como novedades Gregorio Peces-Barba y Miguel Boyer, a quien le decía su maestro, el ilustre economista Fabián Estapé: «Miguelito, desengáñate: al único Boyer que reconocemos los de mi generación es a Charles Boyer». Y se nombró presidente del partido, con carácter más bien honorífico, al histórico Ramón Rubial. Esto puso muy contento a Avelino Cadavieco, que había estado con él en la cárcel y solía decirme cuando González o Guerra venían a Oviedo y Álvaro Cuesta, Agustín Tomé y demás se apresuraban a tenderles la alfombra roja: «Ésos no saben nada, porque el que verdaderamente vale es Rubial».
Aunque el Partido Socialista asturiano gozaba del máximo prestigio, se hizo notar muy poco en este congreso, no figurando ningún asturiano entre los quince miembros de la ejecutiva. Tan sólo Emilio Barbón fue elegido miembro de la mesa y el antiguo guerrillero José Mata, presidente de la ponencia de Administración. Rafael Fernández y Tino Zapico volvieron del congreso, por lo tanto, muy enfadados.
El 9 de diciembre se convocó una asamblea en Oviedo para informar sobre el congreso de Madrid, y se llegó a la conclusión, un tanto decepcionante, de que Felipe González había impuesto la línea socialdemócrata. Por aquel entonces era frecuente que los socialistas dijeran que socialdemócratas, jamás, aunque tampoco había nadie dispuesto a tomar el palacio de invierno. Pura retórica, pues, aquel rechazo de la socialdemocracia. Lo lamentable del PSOE es que nunca llegó a ser verdaderamente socialdemócrata, como los partidos socialistas europeos, y así nos luce el pelo. De no ser por esa retórica trasnochada, ¿cómo iba a ser posible que alguien como Z. sea jefe de Gobierno de una nación civilizada, o que un ministro del Interior como Rubalcaba le eche capotes a ETA siempre que se le presenta oportunidad?; la última, negando que esos terroristas fueran contrabandistas de cocaína, como afirmó el escritor Savinio, cuando lo razonable es que se hubiera callado.
Pepín el de Latores aprovechó esta asamblea informativa para proponer la renovación del comité local de Oviedo, mas predominó el sentido común, y a propuesta de Longinos, no habría cambios hasta que no se conocieran con detalle las resoluciones del congreso. Al iniciarse la asamblea, un militante recién ingresado protestó porque le parecía que los miembros de la mesa, Avelino Cadavieco y Peña, un primo de Ramón González Peña, no llevaban tiempo suficiente en el partido. Cadavieco era un hombre tranquilo, pero Peña, que no lo era en absoluto, se remontó afirmando que llevaba en el partido cuarenta años. Bueno: en estricta militancia, muchos menos, pero había pertenecido a las Juventudes Socialistas antes de la Guerra Civil.
Por aquella semana empezaron a llegar los ejemplares de «El Socialista» en el día. A Oviedo sólo enviaban 300 ejemplares. Al principio hubo quejas, porque se consideraba que eran muy pocos, pero en seguida nos dimos cuenta de que eran muchísimos, dado el nulo interés del periódico.
Los preparativos para el referéndum del 15 de diciembre ocuparon la primera parte del mes. Hubo que negociar con los comunistas a propósito de una actitud conjunta, pero nadie hizo caso y las peticiones de abstención no fueron escuchadas: votó el 79% del electorado. Y en el aspecto folclórico, el 22 de diciembre, la Policía detuvo en Madrid a Santiago Carrillo con una peluca. Algo verdaderamente grotesco, ver a un personaje de esa catadura disfrazado de manera tan burda.
Del congreso del partido convocado el 1 de enero de 1977, los socialistas no se acordaron hasta última hora. El 30 de diciembre hubo asamblea de la Agrupación de Oviedo que salió muy mal. Se distribuyó una candidatura a la ejecutiva regional que al principio nadie quería avalar, pero como al fin dieron la cara por ella Avelino Cadavieco, Isaac Ortega y Pepín el de Latores, se supuso que estaba teledirigida por Rafael Fernández. Una vez inaugurado el congreso, se dedicó todo el 1 de enero a discutir un proyecto de estatutos elaborado por la ejecutiva regional. Y el día 2, que era domingo, más de lo mismo. Se nombró nueva ejecutiva regional en la que Rafael Fernández sustituía como primer secretario a Suso Sanjurjo, tal como estaba previsto. Sanjurjo abandonaba temporalmente la militancia por causa mayor: iba para la «mili». No dejaba de resultar pintoresco que un político experimentado y con muchas horas de vuelo como Rafael Fernández sustituyera a un joven que apenas estaba en edad militar. Los restantes miembros (Manolo Mondelo, Justina Perales, Avelino Cadavieco, Isaac Ortega, Leonardo Velasco, etcétera), no constituyeron sorpresas. A Vigil se le nombró miembro del comité federal.
Aquel 2 de enero, domingo, al salir del congreso, nos enteramos de que Juanín, Juan Muñiz Zapico, se había matado en un accidente de tráfico, «arriba de Campomanes».
La Nueva España · 28 septiembre 2009