Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Homenaje a Llaneza bajo la nieve

Uno de los primeros indicios de apertura en 1976 fue la celebración en Mieres del acto anual en honor del fundador del SOMA, consentido por la Policía e incluso anunciado en prensa

El domingo 25 de enero de 1976 se celebró en el cementerio civil de Mieres el primer acto público de carácter político después de la muerte de Franco. Se trataba de un homenaje al dirigente socialista Manuel Llaneza Zapico con motivo del 45.º aniversario de su muerte, ocurrida en el año 1931. Este homenaje venía celebrándose desde años anteriores, lo mismo que las concentraciones en el puerto de Tarna por el verano, pero en la clandestinidad y con un carácter familiar, de personas vinculadas o simpatizantes del PSOE y la UGT. En 1976, se celebra a la luz, con presencia de fotógrafos, tanto de la prensa como de la Policía político-social, que sin duda sacaron muchas más fotografías que los periodistas.

No estoy seguro de si el acto era legal o sencillamente tolerado, pero la víspera se anunció en la prensa. Lo que demostraba una evidente permisividad hacia las organizaciones socialistas, que hubiera sido inconcebible en aquellos días si hubieran sido los comunistas quienes convocaran. Tal permisividad obedecía no tanto a que el Gobierno tuviese en cuenta la escasa fuerza del movimiento socialista en Asturias como a que se imaginara la fuerza que habían de tomar esas organizaciones en un futuro no lejano. Se contaba de un policía de La Felguera que, en los estertores del régimen, se ponía muy contento cada vez que detenía a un ugetista, y una vez en Comisaría le decía: «Menos mal que dais señales de vida. Pero a ver si andáis listos, porque los de CC OO os están comiendo la tostada».

Manuel Llaneza Zapico (1879-1931) había nacido en Lada y empezó a trabajar como minero en Palencia poco después de cumplidos los 11 años. En 1902 regresa a Asturias, estableciéndose en Mieres, donde trabaja en la mina Poca Cosa, de la que es expulsado por su participación en la «huelgona» de 1906, lo que le obliga a trabajar en las minas de Puertollano y en Francia y Bélgica, de donde regresa con unas ideas sindicalistas precisas que le llevan a fundar en agosto de 1910 el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA), que en 1911 se integra en UGT.

Concejal del Ayuntamiento de Mieres desde 1911, fue posteriormente alcalde y diputado. Durante la dictadura de Primo de Rivera se le ofreció la cartera de Trabajo, que rechazó. Llaneza era un socialdemócrata clásico, que en 1921 se opuso al ingreso del PSOE en la III Internacional. Tampoco aceptó colaborar con la dictadura de Primo de Rivera, al contrario que otros dirigentes, en apariencia más radicales, como Largo Caballero.

Consiguió, durante su gestión al frente del SOMA, hasta su fallecimiento, que fuera uno de los pilares más firmes de la UGT, y tuvo verdadero poder en las Cuencas. Al cabo de los cuarenta y cinco años de su muerte seguía siendo el dirigente socialista más respetado en Asturias.

La noche anterior había caído sobre Asturias una fuerte nevada. A pesar de que la ceremonia estaba permitida, el Gobierno civil decidió causar las oportunas molestias a los que se decidieran a asistir al acto a pesar de la nieve, estableciendo controles policiales a la salida de Oviedo, en los que se detenía a todos los coches que no llevaban esquís, por lo que se consideró más seguro ir en autobús. También los grises anotaron las matrículas de todos los coches aparcados en las inmediaciones del cementerio de Mieres, y desde el esqueleto de un edificio en construcción la Policía contemplaba el cementerio a sus pies con prismáticos y sacando fotografías. Calculo que se habrán hartado de hacer fotografías, de pasar frío y de oír cosas que les ofendería escuchar.

El cementerio, cubierto por la nieve, tenía un aspecto solemne: sobre el fondo de nieve se veían numerosas rosas rojas, especialmente sobre algunas tumbas. Una mujer de unos 50 o 60 años colocó tres rosas sobre la blanca tumba de un hombre muerto en 1942 a los 32 años: no era muy difícil deducir una historia.

Pese a la nieve que caía, el cementerio estaba lleno, en su mayoría personas de edad. Se calcularon unas tres mil personas, y en la presidencia se encontraban algunos sindicalistas europeos y Francisco Bustelo, que echó un discurso. También habló uno de los sindicalistas, en un español más que correcto. A mitad del acto, Juan Muñiz Zapico, el famoso «Juanín» del proceso 2001, que acababa de salir de la cárcel y se perfilaba como uno de los grandes dirigentes futuros de CC OO (por desgracia, le quedaba muy poco, algo menos de un año), quiso pronunciar algunas palabras, pero los organizadores se lo impidieron alegando que su intervención podría estar fuera de la legalidad. A pesar de que se evidenciaba la separación entre UGT y CC OO, Juanín fue aplaudido con fuerza cuando se retiraba.

Los organizadores del acto pedían reiteradamente moderación a través del megáfono: petición del todo necesaria, porque todos los presentes se comportaron de manera civilizada y digna. Alguien pidió en voz alta a los sindicalistas extranjeros que presionaran sobre sus respectivos gobiernos para que no se enviara un kilo más de carbón a España mientras continuara aquella dictadura sin Franco.

Y concluido el acto, los asistentes se dispersaron pacíficamente. Allí no sólo había socialistas, sino personas de otras tendencias como Antonio Masip y Herrero Merediz, lo que no dejaba de ser extraño, porque simultáneamente tenía lugar en Gijón la presentación de la opción progresista de Hevia Carriles. Y Juan Luis Rodríguez-Vigil tuvo su parte de protagonismo, y «Asturias Semanal» le sacó fotografiado en portada, tan compungido ante la tumba de Llaneza como si fuera un miembro de su familia o el propio muerto.

Después del acto me quedé a tomar unos vinos con unos amigos por los bares de la plaza Teijeiro, donde conocimos a un hombre menudo, vestido de gris, que nos dijo que era joseantoniano, pero de cuyo padre había sido amigo Llaneza, por lo que todos los años iba a rezar un padrenuestro ante su tumba.

Al salir de uno de los bares nos abordaron los grises para pedirnos la documentación. Yo les pregunté por qué, y contestaron que porque teníamos aspecto de no ser de Mieres. La gente se agolpaba a la puerta de los bares, que estaban llenos, y empezaron a silbar. Los policías apuntaron nuestros nombres apresuradamente en una libreta, saludaron militarmente y se fueron. De un local salieron varios mineros jóvenes, nos invitaron a tomar unos vinos y volvimos a recorrer los bares de la plaza, que eran bastantes. Uno de ellos se llamaba René, era un tipo listo y muy simpático. Durante algunos años nos felicitamos por Navidad, luego le perdí de vista.

Al año siguiente, el homenaje se celebró también en Mieres, claro es, el domingo 23 de enero. Había mucha más gente que el año anterior, y el ambiente estaba más distendido. Por lo menos, no se veía a policías fotógrafos, y si los había, lo disimulaban. Tampoco había controles de los automóviles que salían de Oviedo alrededor del mediodía. Y tampoco había nieve. Por las calles de Mieres se escuchaba la Internacional a través de megáfonos, lo que no dejaba de producir una sensación extraña. El acto fue más largo que el del año anterior y tuvo un cierto carácter itinerante, ya que se inició en el cementerio civil depositando un ramo de rosas rojas sobre la tumba de Llaneza, pero el mitin (pues se trataba de un verdadero mitin) se dio en las Escuelas Aniceto Sela, con asistencia de Nicolás Redondo y de Manuel Garnacho, que por entonces venía a todos los actos organizados en Asturias por UGT.

Pero el verdadero protagonista del acto fue Girón: si no le nombraron por lo menos setecientas cincuenta veces, no le nombraron ninguna, unas veces con su nombre y apellidos, otras llamándole el Veraneante de Fuengirola o atacando la construcción de la Laboral de Gijón. Emilio Barbón dijo que Llaneza había muerto pobre porque no hizo como Girón, y denunció que todas las mejoras obtenidas por el SOMA en beneficio de los trabajadores Girón se las había atribuido a su «política social»: otro latrocinio.

Abrió el acto Antón Saavedra, con boina y vozarrón potente, que leyó unas cuartillas a todo gas en las que afirmaba que la represión no había sido olvidada. Luego habló Barbón, que se alargó mucho, con emoción y a veces quebrándosele la voz. Garnacho y Redondo estuvieron más bien sosos. Yo tenía delante a un hombre muy bien vestido y muy serio, que no aplaudió en ningún momento. Supuse que sería un policía, pero cuando Saavedra se refirió a la represión se echó a llorar.

Todos quedamos muy contentos de haber podido celebrar aquel acto por primera vez en libertad. Pero al salir de las escuelas nos encontramos con la poco agradable sorpresa de la Policía armada rodeando las escueles, formada en hileras de tres y con los fusiles de disparar pelotas de goma. De manera que salimos bastante menos optimistas que cuando entramos.

Luego nos enteramos de que se acababan de producir incidentes graves en Madrid y que un muchacho había muerto en una manifestación en favor de la amnistía. Las calles de Oviedo estaban llenas de pintadas acusando a los Guerrilleros de Cristo Rey de asesinos. Y en los dos días siguientes la situación se deterioró de manera alarmante. El día 24, otro joven murió en Madrid con la mandíbula destrozada por un bote de humo disparado por la Policía y aquella mañana el GRAPO raptó al general Villaescusa, presidente del Tribunal de Justicia Militar.

Todo aquello era la antesala de un suceso todavía mucho más grave, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, el 25 de enero. Aunque yo no fuera entusiasta de ese tipo de música, temí que volverían a pasar años antes de que volviera a escucharse la Internacional en las calles de Mieres.

La Nueva España · 19 enero 2009