Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Los competidores del socialismo

Antes de que el PSOE emergiese como el partido de referencia de la izquierda, ese espacio fue disputado en la región por el Partido Socialista Popular y Democracia Socialista Asturiana

Cuando todavía estaba la pelota en el tejado, la «ciudadanía» (como ahora le dicen) perpleja, el Estado a punto de rodar por los suelos, a disposición del primero que se agachara a recogerlo (como hizo Lenin en 1917, aunque en este caso los «poderes fácticos» estaban más vigilantes, pese a que faltaba por determinar quién había de administrar la herencia) y el PSOE continuaba «de vacaciones» (como había dicho Ramón Tamames), se produjeron los inevitables y comprensibles intentos de ocupar el gran solar socialista, del que, por el motivo aducido, el PSOE todavía no había tomado posesión y que se cotizaba al alza en las bolsas socialdemócratas de Bonn, Bruselas y Londres. Lo que parecían ignorar los que pretendieron apoderarse de un futuro político muy rentable era que lo que cotizaba era tan sólo unas siglas, PSOE, y no la pedantería de un profesor universitario que ni siquiera era viejo, ni cuatro señoritos de Gijón jugando al «pelotu» en la playa de San Lorenzo.

El partido mejor colocado, en el caso de que la hibernación del PSOE fuera tan profunda que no levantara cabeza, era el PSP (Partido Socialista Popular), liderado por un desvergonzado farsante conocido familiarmente por sus allegados por el tierno sobrenombre del «Viejo Profesor». A partir de entonces, sonó con mayor insistencia, si cabe, la conocida cantinela del «oro» que Willy Brandt destinaba generosamente a la recuperación del PSOE. No se puede negar que el PSOE recibió, al comienzo, ayudas importantes de dinero y material -por ejemplo, unas pegatinas redondas con ribetes rojos, obsequio de los socialistas belgas y que pegaban muy bien-, y también el apoyo, en casos graves, de la Embajada alemana -por ejemplo, la ocasión en que Delestal fue tiroteado-. Pero la ayuda económica no fue tanta como se suponía.

La difusión del PSP en Asturias se debió al abogado gijonés Francisco Prendes Quirós, quien, habiendo viajado a Madrid por motivos profesionales y no teniendo cosa mejor que hacer después del juicio hasta la hora de salida del Alsa que le devolviera a la patria chica, decidió consumir aquel tiempo acudiendo a una conferencia del profesor Tierno Galván, y quedó prendado por su palabra profesoral y ampulosa. La circunstancia de que el abogado fuera uno de los escasos asistentes a la conferencia estableció un vínculo entre el oyente y el disertante, el cual le encomendó que difundiera su palabra por el desierto de Asturias, sobre el que todavía no había llovido la notoria pedantería profesoral. Con lo cual floreció un partido minoritario, a cuyo éxito contribuyó que Raúl Morodo hubiera sucedido a Óscar Alzaga en la cátedra de Derecho Político de la Universidad de Oviedo y al que se sumaron, entre otros, Francisco Sosa Wagner, Lola Mateos, José Girón Garrote, Sergio Morán, el periodista Manuel Fernández, Arturo Gutiérrez de Terán y, el más extraño de todos, Juan José Sánchez Vicente, más conocido por el «Roxu» y por «el diputado quiniela» (cuando llegó a serlo), ya que solía firmar sus escritos, todos en bable, con su nombre traducido: Xuan Xosé, esto es, equis equis. Tal vez no se explique que alguien de apetencias «nacionaliegas» incurriera como militante en el «socialismo de cátedra», salvo por el hecho de que Sánchez Vicente era catedrático desde muy joven.

El PSP se definía «partido de cuadros», de manera que, para realizarse sus miembros en el ejercicio de la jerarquía, contemplaban la posibilidad de ejercitar su vocación en un partido de bases como el PSOE, en el que predominaban los «obrerones». Era evidente que en el PSOE no había cuadros, pero a lo largo de 1976 tampoco había bases, por lo que el PSP las pasaba canutas para pagar el alquiler de los locales, en un piso de la calle Magdalena. La actitud de este partido era radical, siempre con la coquetería de situarse a la izquierda del PSOE y vagamente nacionalista. Mantenían mejores relaciones con el PC, sin duda porque no había problema entre ellos de ocupar los respectivos terrenos, cosa que sí podría suceder con el PSOE. Y la postura de alguno de sus miembros era muy dialogante. Por ejemplo, Girón Garrote decía, siempre que se le presentaba la ocasión: «Hay que sentarse a una mesa y dialogar». Y se iban a Casa Manolo a tomar una botella de sidra.

El PSP adquirió cierto florecimiento en Oviedo, ciudad con Universidad, en tanto que en Gijón, ciudad con playa, surge la DSA (Democracia Socialista Asturiana), variante de los partidos taxi o cabina de teléfonos, ya que se constituyó en una caseta de la playa de San Lorenzo, propiedad de Pedro de Silva, su promotor y principal ideólogo. Como Silva era muy entusiasta de diversas manifestaciones musculares en tierra y mar, organizaba partidos de fútbol sobre la arena y entre patada y patada al balón de goma, se discutían los estatutos. También estos elitistas formaban un «partido de cuadros» que consideraba al PSOE un «partido de bases», y no se recataban en manifestarlo.

El torvo destino de estos partidos de tanto como efímero lustre era la fusión, les gustara o no les gustara, y una vez fundidos, a volar, joven, y sálvese quien pueda. Mucho Capitán Araña sobrevivió a las fusiones y mucho ingenuo se hundió para siempre.

La DSA mantuvo una actividad más bien local y de salón. Yo recuerdo una comida en la finca de Ramón Cavanilles en El Porreo (Villaviciosa), que terminó con una discusión entre el anfitrión y Silva sobre si los viejos hidalgos rurales comían fabada con cuchara y sobre quién de los dos tenía más apellidos hidalgos: Cavanilles aportó dieciséis. Yo me encontraba presente por amigo de Cavanilles, no por otro motivo.

Al cabo, en julio de 1976, la DSA acabó integrándose en el PSP, en un acto rubricado con una comida en La Gruta, supongo que a base de fabada, queso de Cabrales y sidra. Las estrellas del reportaje fotográfico que la revista «Asturias Semanal» dedicó al acontecimiento fueron Raúl Morodo, Lola Mateos y Pedro de Silva, a quien Silverio Cañada llamaba «Pedrito», para demostrar que tenía familiaridad con él. Morodo echó un discurso pintoresco en el que se situó a la izquierda del PSOE, lo que en aquel tiempo no era difícil. Como entonces decía el actualmente muy «zapaterista» Juan Benito Argüelles: «Me duele España. Si estos del PSOE son rojos, yo soy Robespierre». Entre sus proyectos o, mejor, sueños y delirios figuraba, en primer lugar, forzar al Gobierno a un entendimiento con la izquierda. ¿Cómo, con cuadros pero sin bases?

Entre las obras notables del PSP figuraba un panfleto medio en español y medio en bable para cuya cabecera se apropiaban del rótulo de «Avance» y en cuya elaboración intervino Antonio Masip por diversos y extraños conductos. El 6 de octubre de 1976, Ludi, Marcel y yo comimos en el restaurante Niza, con Girón Garrote, que se había presentado por allí para presumir con el veterano socialista Alberto Fernández, el autor de «Españoles en la resistencia», que residía en París, y con quien habían entrado en contacto Masip y Girón, explicándole que el verdadero socialismo era el del PSP, mientras el PSOE era un partido socialdemócrata y centralista. Como se advierte, el despiste del antiguo miembro de la resistencia francesa era formidable, ya que cedió la cabecera del «Avance» e incluso escribió uno de los pocos artículos en castellano de aquel numerito. Ludi García Arias, apasionadamente, como acostumbraba, le explicó lo que había, y Alberto Fernández se echaba las manos a la cabeza. Acabó reconociendo que había aprendido más en aquella comida que en la semana larga transcurrida desde su regreso a Asturias.

El PSP concurrió a las primeras elecciones generales con sus siglas y obtuvo un diputado por Asturias, el abogado Prendes Quirós. El profesor Tierno Galván dio un mitin en el Palacio de los Deportes de Oviedo en el que aburrió a las piedras. Como estaba hablando para más de mil personas, confesó que nunca se había dirigido a público tan numeroso, por lo que nos pedía, por favor, que no nos marcháramos para poder seguir majando, aunque ya era la hora de comer (el mitin era por la mañana). Por fin, pasadas las tres de la tarde, acabó el «rollo».

A los pocos días de las elecciones y con la euforia de haber obtenido un diputado, el PSP celebró una asamblea para hacer balance. Como seguía siendo un «partido de cuadros», la asamblea había congregado a pocas más personas que una reunión de comité, pero todas cultivadas e intelectuales, todas con carrera universitaria. Lola Mateos se mostró realista y analizó que habían sacado el diputado gracias al prestigio del «Viejo Profesor» y poco más, por lo que procedía integrarse en el PSOE en las mejores condiciones posibles. Tras escuchar esta exposición, el ala radical expulsó a Lola de las filas del «nuevo socialismo de cátedra» y del «partido de cuadros».

Al partido no le quedó más remedio que llamar a la puerta del redil del PSOE poco después, con armas, bagajes, «cuadros» y mucha ideología, entre otras cosas para afrontar con «el oro de Willy Brandt» los más de cuarenta millones de pesetas que aquella ideología pura debía por diferentes conceptos. La mayoría de los radicales pasó bajo las horcas caudinas, pero no Lola Mateos, que siguió haciendo la guerra por su cuenta por el Oviedo nocturno y cantando lo de «Mira mi pecho tatuado» cuando estaba en vena. El notario Rosales fue el encargado de recibir a los «hermanos separados» en nombre del PSOE y lo hizo de manera poco diplomática, pero sentenciosa: «Vinieron los sarracenos y los molieron a palos, que Dios protege a los malos cuando son más que los buenos», dijo.

Los «buenos» del PSP asintieron y entraron agachando la cerviz. No estaba el horno para hacer objeciones. Además, algunos de ellos no tardarían en ejercer como «cuadros», tal como habían previsto.

La Nueva España · 29 septiembre 2008