Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Emilio Barbón, un «pablista»

El abogado de Laviana contribuyó a reconstruir el Partido Socialista tras la larga noche de la derrota en la Guerra Civil

El libro «Emilio Barbón, el triunfo de la voluntad», de Francisco Trinidad, publicado por la Fundación Emilio Barbón, de Pola de Laviana, y por KRK Ediciones, en 2006, es una obra necesaria, ya que el pequeño gran abogado lavianés fue, sin exageración alguna, la figura central del renacimiento del socialismo asturiano después de la larga noche que siguió a la Guerra Civil, que por estas tierras terminó en 1937. Larga noche, he escrito, no sólo en el aspecto político, sino porque la mayoría de los socialistas, sin haberse recuperado del estupor y de la amargura producidos por la derrota, optó por un largo período de hibernación.

Con la lucha armada de los comandantes Mata y Flórez en las montañas, en las que habían resistido durante más de once años después de la pérdida de Asturias, se mantuvo la ilusión de que la guerra no había terminado del todo, hasta que fue literalmente imposible continuar. Sin el apoyo de las democracias occidentales después del inicio de la «guerra fría», Indalecio Prieto, un político sensato, entendió que de continuar aquella resistencia sin horizontes, degeneraría en bandolerismo y Mata salió por mar con treinta de los suyos para volver a trabajar como minero en Francia y dedicar sus ratos de ocio a reorganizar en el país vecino las desarboladas organizaciones socialistas, el PSOE y la UGT, en compañía de otro asturiano cuyo recuerdo se va perdiendo: José Barreiro.

El fundamental papel realizado por Mata y Barreiro en Francia correspondió principalmente en Asturias a Emilio Barbón. No fue el único, y no debiera mencionar aquí nombres porque es inevitable que se olviden algunos. Pero también es inevitable mencionar a Agustín González, que fue el motor de la delegación asturiana en el congreso de Suresnes, o los grandes veteranos José Llagos y Emilio Llaneza Prieto, o en Oviedo, José Albajara, y ya, pertenecientes a otras generaciones, a la de Barbón o más recientes, a Marcelo y Cayo, a Jesús Zapico, a Leonardo Velasco, a Alejandro García de Paredes, a Paulino García, a Antón Saavedra... No había muchos más. El propio Barbón reconocía que la actuación de la UGT durante las grandes huelgas mineras de 1962 fue dirigida desde la joyería de Herminio, en El Entrego, y su despacho de abogado en Pola de Laviana.

Barbón, digámoslo de una vez, era el único universitario que se movía dentro del socialismo asturiano. Incluso en 1976, cuando hacíamos los recién estrenados ficheros del PSOE renovado, las profesiones que se repetían ficha tras ficha eran minero, pensionista, algún taxista... de manera que Juan Luis Vigil comentaba con orgullo: «¡Para que luego digan los del MC que no somos un partido obrero!».

Los universitarios de postín, los poetas finolis del cincuenta y los «progres» de medianoche vivaqueaban por los aledaños del PC, aunque sin entregarle del todo su corazoncito, porque ellos a lo que aspiraban, entre trago y trago y a la salida de las sesiones de los cineclubes, era a la revolución justiciera y liberadora.

En un terreno totalmente distinto del de esta fauna (tan distinto que se encontraba en otra galaxia), el abogado Emilio Barbón, aislado en la cuenca del Nalón, representaba el espíritu de lucha y la racionalidad. El prologuista de este libro sobre Emilio Barbón, un auténtico profesional del topicazo (menos mal que el resto del libro es otra cosa), afirma que Barbón, como marxista no dogmático, no concebía el socialismo como algo petrificado, sino dinámico. Esto, naturalmente, es decir nada, y considerar a Barbón como otro tópico al uso. Barbón, desde luego, no alardeaba de marxista -dogmático o no dogmático-, ni nunca se ocupó de terminologías ni de generalidades y vaguedades. Lo suyo era la práctica diaria, que cambia cada día. Las ideas de las que partía eran muy firmes, pero también muy sencillas: gracias a que eran firmes, eran sencillas, y porque eran sencillas se asentaban sobre una base muy sólida.

Solía decir: «Yo, para algunas cosas, soy muy de izquierdas, pero para otras soy muy conservador», y de esta manera no engañaba a nadie, y desde luego, no se engañaba a sí mismo. El idealismo político (que en su caso, además de idealismo, era generosidad y valor personal) no le divorciaba de la vida práctica. En una ocasión le oí decir que si le tocaba una quiniela, llevaría el dinero al banco y no se le ocurriría montar una empresa, porque no quería que los compañeros le arruinaran y encima le llamaran «hijoputa».

Tampoco quiso ser jamás abogado laboralista, sino «abogado de caleya», como decía él, porque los compañeros, en circunstancias normales, son muy buena gente, pero convertidos en litigantes, el abogado ya establece con ellos otra relación. Y antes que otra cosa, era un hombre con sentido común, que entendía que en aquellos tiempos de clandestinidad (aunque la del PSOE estuviera más atenuada que la de otros partidos de izquierda), había que hacer cosas concretas y efectivas, sin alardes ni complicaciones ideológicas ni de otro tipo. En cierta ocasión, las Juventudes Socialistas propusieron hacer unos pasquines en bable, y Barbón se opuso alegando que iba a costar mucho más trabajo redactarlos que si se escribían en español y los iba a leer mucha menos gente: y lo que importaba era que los pasquines se leyeran, no hacerle guiños de complicidad a los «aberchales nacionaliegos», que ya empezaban a insinuarse.

Emilio Barbón no solía proclamarse socialista a la ligera. Prefería definirse como «pablista» y que le reconocieran como tal. ¿Qué es ser «pablista»? El socialista que sigue el ideario y el ejemplo de Pablo Iglesias: ni más ni menos. En Laviana vivían los dos mayores pablistas del socialismo asturiano moderno: Emilio Barbón, en la Pola, y Pablo García, el zapatero remendón de Barredos. Francisco Trinidad incluye en la página 37 de su libro una fotografía emocionante, en la que se ve a Barbón y a Pablo juntos: Pablo sacándole la cabeza a Barbón, y eso que se encontraba un poco inclinado. Ambos habían coincidido, siendo niños, en el Hospital Provincial; Emilio, a causa de una parálisis infantil que le obligó a llevar muletas durante toda su vida, y Pablo por un derrame sinovial que le dejó cojo de la pierna izquierda.

Amigos desde la infancia, vecinos y luchadores de verdadero temple, Barbón y Paulino fueron dos de las mayores figuras del socialismo asturiano, y del socialismo español de la segunda mitad del siglo XX. La zapatería de Paulino de Barredos, a pocos metros de la antiquísima y casi derruida Casa del Pueblo -una de las primeras de Asturias, que tanto impresionó a una delegación de socialdemócratas alemanes que la visitaron-, fue otro de los centros de actividad del socialismo asturiano en la cuenca del Nalón, junto con la joyería de Herminio, en El Entrego, como ya se ha dicho, y el despecho de abogado de Emilio Barbón en la Pola.

Barbón solía llamar Paulino a Pablo García, y habida cuenta lo que Barbón entendía por «pablismo» y «paulinismo», el juicio sobre su viejo amigo era evidente. Julián Zugazagoitia refiere en su biografía de Pablo Iglesias que su madre empezó a llamarle «paulino» cuando, después de haber quedado viuda, hubo de ingresarle junto con su hermano Manuel en el hospicio. «Paulino», según Zugazagoitia, era la dulcificación del nombre de Pablo en un trance doloroso. Y Paulino García fue siempre un modelo de socialista cabal, de antigua estirpe.

En cierta ocasión en que le hice una entrevista que leyó el marqués de Tamarón, éste comentó : «¡Qué tipo!» Verdaderamente, Paulino es un tipo grande. Lo mismo que otros socialistas de Laviana de aquel tiempo, entre los que recuerdo con especial afecto a Mariano, el «Marqués», a cuya muerte, Emilio Barbón escribió un sentido artículo necrológico. No solía escribir mucho (le gustaba más hablar), pero lo hacía bien cuando el asunto era de carácter más sentimental que ideológico. Cuando lo hacía sobre las novelas de Laviana de Palacio Valdés o los viejos compañeros, producía textos notables por su sencillez y emoción.

Una de las características de Emilio Barbón era el valor personal. Un valor forjado duramente. Paulino García cuenta, y lo recoge Francisco Trinidad, que encontrándose ambos en el Hospital Provincial, Emilio resbaló con las muletas y todos temieron lo peor: pero rechazando la ayuda que se le ofrecía, Emilio se irguió por sí mismo. Efectivamente, su vida es «el triunfo de la voluntad»: una voluntad y una energía a prueba de bombas. En cierta ocasión, cuando le hicieron diputado, se habló en el partido de comprarle una silla de ruedas con mandos para facilitarle los desplazamientos, pero se opuso terminantemente: jamás renunció a las muletas, como jamás renunció al socialismo ni a ser Emilio barbón.

Sus dos grandes apoyos en esta vida fueron Manolita y las muletas. Manolita, la abnegada esposa, merece capítulo aparte. Respecto a las muletas, formaban parte de su personalidad, lo mismo que la camisa y la corbata roja los días de mucha etiqueta política. Recuerdo la noche de aquel famoso 23 de febrero de 1981, que cené con él en el restaurante Niza de Oviedo, lugar de reunión de toda la izquierda asturiana y ovetense, y aquella noche silencioso y vacío, salvo nosotros. Barbón había sido diputado en la anterior legislatura, que fue la constituyente, y aseguraba que habría dado varios años de su vida por encontrarse aquella noche en el Congreso, en aquellas difíciles circunstancias. «A ver cómo me obligaba Tejero a echarme al suelo con las muletas», y se reía a carcajadas. Porque otra de sus virtudes era el sentido del humor.

Necesitaba Barbón un biógrafo comprensivo, que evitara la hagiografía y a la vez fuera tan buen escritor como Francisco Trinidad. Este libro despierta muchos recuerdos en quienes lo conocimos. Es un libro imprescindible para la historia no tan reciente de Asturias.

La Nueva España · 23 junio 2008