Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El PSOE histórico

Los socialistas de viejo cuño, venidos muchos del exilio, se vieron desbordados por el socialismo sin ideología y pragmático de Felipe González y su equipo de jóvenes decididos a gobernar cuanto antes

A poco más de medio año de la muerte de Franco, los partidos socialistas, hasta entonces «de vacaciones», desorganizados, indecisos o a la deriva, empezaban a tomar posiciones y su presencia se notaba más por la fuerza evocadora de la palabra «socialismo» que por su actividad efectiva, aunque se perfilaban Felipe González y sus compañeros, con Alfonso Guerra a la cabeza, de un lado, y de otro, un individuo campanudo, pedante y algo cursi, de escasos cabellos blanquecinos, chaqueta cuadrada y cruzada y gafas, llamado Enrique Tierno Galván, a quien sus huestes, escasas pero entusiastas, denominaban el «Viejo Profesor» con mezcla de admiración, ternura y respeto, como los dirigentes socialistas más populares. Si no recuerdo mal, la primera vez que apareció el nombre de Felipe González en la prensa fue con motivo de que la Dirección General de Seguridad le devolvía el pasaporte. Como poner Felipe González en letras de molde no significaba nada, la noticia explicaba que se trataba de un «abogado sevillano».

El «Viejo Profesor» era más conocido: había publicado libros en los que exponía un pensamiento obvio de manera pedestre y había sido represaliado en los años sesenta pese a no haber participado en la manifestación a consecuencias de la cual se le apartó de la Universidad.

Así, pues, el abogado sevillano y el «Viejo Profesor» lideraban las dos versiones más posibilistas del socialismo, pero a pesar del muy relativo prestigio de don Enrique, estaba cantado que el caballo ganador era el joven abogado: por él apostaban los partidos socialistas europeos integrados en la Segunda Internacional, siendo el dirigente alemán Willy Brandt el apoyo más relevante de aquellas poderosas socialdemocracias. Razón por la que el «Viejo Profesor» fue rechazado siempre que llamó a las puertas de la Segunda Internacional a pesar de que exhibía un marxismo plúmbeo y profesoral como posible mérito.

Se conoce que los socialdemócratas europeos preferían un indocto como el joven abogado sevillano a un presunto sabio que alardeaba en demasía de ello. El cual, desesperado por la pobre acogida que recibía en Europa, se fue a la otra ribera del Mediterráneo para proponerle al coronel Gadafi, entonces faro de «progresistas» desesperados, una Internacional del moro. Por fortuna para todos, Gadafi no picó.

A pesar de que el PSOE era un partido que se reducía a poco más que a las siglas, y el PSP (Partido Socialista Popular), un partido «de cuadros» sin militantes, la fuerza nostálgica de las siglas socialistas tiraba a algunos sectores de la población, que aspiraban a un cambio bastante profundo, pero con orden. Temían todavía al Partido Comunista, por lo que consideraban al PSOE como un mal menor.

Los bolos estaban dispuestos para que llegara el día en que el PSOE fuera un partido de masas pero sin cuadros, y el PSP, un partido de cuadros pero sin masas: entonces se produciría la fusión, activada por la mala situación económica del PSP, en tanto que por una vez el partido obrero disponía de mayor liquidez que el «socialismo de los intelectuales» gracias a la generosidad de Willy Brandt y de sus socios socialdemócratas, que al igual que los españoles partidarios de que cambiara algo para que no cambiara nada, le tenían mucho miedo a que el PC se convirtiera en el partido en torno al cual girara la izquierda española.

Tan sólo un Partido Socialista había sido legalizado a estas alturas del año 1976: el PSOE histórico, promovido por los prietistas Salazar y Salcedo, que habían vuelto del exilio mexicano para ver qué podían hacer por el viejo socialismo. A la vista estaba que no podían hacer absolutamente nada desde que Rodolfo Llopis y los suyos fueron desbordados por el socialismo sin ideología y pragmático de González y su equipo de jóvenes decididos a gobernar y a hacerlo cuanto antes.

Los socialistas históricos dieron una batalla perdida y, para colmo, la dieron mal. No se les ocurrió otra cosa que apuntarse en el registro de asociaciones políticas puesto en marcha por el Gobierno de Arias Navarro, al lado de caricaturas de partidos políticos como el Proverista o de líderes de cuatro gatos como Cantarero del Castillo y demás.

Aquellos partidos improvisados que ni siquiera se atrevían a llamarse partidos evidentemente parecían legitimarse un poco más si se inscribían al lado de unas siglas indiscutibles como las del PSOE. De este modo, el viejo PSOE del exterior, que podía representar mesura y experiencia, frente a las prisas y ambiciones del PSOE renovado, perdió la posibilidad de sobrevivir.

El 23 de mayo de 1976, Alberto Otaño publica en «ABC» un breve artículo titulado «El socialismo se mueve», que reproduzco en parte: «El tinte de los grupos políticos a lo largo de la semana ha tenido un diferenciador tono socialista. Los socialistas de todas las franjas, tendencias y agrupamientos han dejado oír sus voces y su presencia activa en el movimiento partidista que si las Cortes no lo remedian pasará de la tolerancia vigente a la legalidad absoluta de aquí a un mes».

La reunión que durante cinco días mantuvo «en algún lugar de Madrid» el pleno del comité ejecutivo del PSOE, sector histórico, llenó de expectativas el inicio de la semana. Para mayor «suspense», las sesiones se efectuaron a puerta cerrada: algo así como las del Consejo Nacional, pero en la oposición.

Al final se esperaba un comunicado revelador sobre las futuras relaciones con el PSOE renovado de Felipe González. El comunicado fueron diez folios de análisis de la situación y un solo punto de los once acuerdos adoptados hablaba de las gestiones reunificadoras: «El PSOE, sector histórico, que inició los trabajos en pro de la reunificación del partido desde su primer congreso de 1972, ha visto con satisfacción los progresos logrados en tal sentido y tiene la esperanza de que cristalicen en un acuerdo definitivo».

Y después de referirse el articulista a una cena dada en Madrid en homenaje al profesor Tierno Galván, a la que asistieron unos mil simpatizantes, y a la decisión del Reagrupament Socialista de adoptar el nombre de Partido Socialista de Cataluña, el artículo concluye con la noticia: «De cordial y muy constructivo se ha adjetivado el diálogo entre el ministro de la Gobernación y los "permitidos" en la cena de Fraga con los dirigentes del PSOE histórico».

En Asturias, el PSOE histórico no tenía mayor presencia que el Partido Proverista y no mucho mayor crédito, aunque Ricardo Vázquez Prada le hacía toda la propaganda que le era posible desde las páginas del diario «Región». Según Vázquez Prada, el PSOE histórico era el verdadero socialismo y por ese motivo él, que no era capitalista ni comunista, sino todo lo contrario, apoyaba a los socialistas de verdad frente a los «rojos» del renovado. Naturalmente, tales ayudas representaron la puntilla para los históricos. El veterano socialista Emilio Llaneza, que era hombre de carácter apacible, perdía la paciencia cuando le hablaban de los históricos. «¡Para histórico, yo, y no estoy con ellos!», solía decir.

La figura más evidente de los «históricos» asturianos se llamaba De la Varga. Una tarde nos enviaron a Avelino Cadavieco, al abogado José María Fernández (por entonces profesor de la Universidad de Oviedo) y a mí a negociar con De la Varga en una cafetería de la calle Fray Ceferino próxima a la calle Uría. Una vez sentados los cuatro, De la Varga nos pidió que nos dejáramos de formalidades y propuso:

–No va a quedar más remedio que unirnos, porque si queremos tirar una mesa, más vale que empujemos todos desde el mismo lado. Así que vamos a repartir cargos: tú (le dijo a Cadavieco), como estuviste en la cárcel después de la guerra, presidente; tú (por Chema Fernández), como trabajaste en un banco, tesorero; tú (a mí), secretario de prensa y propaganda, y yo, secretario general. ¿Qué os parece?

Avelino Cadavieco intentó arreglar la cosa con buenas palabras.

–¡Hombre!, los cargos tendrá que ratificarlos la asamblea. Además, digo yo que habrá otras cosas que tratar.

Pero no se trató ningún otro asunto, y De la Varga se marchó, entre decepcionado y ofendido. No volví a verle, ni hubo necesidad de más reuniones, porque el partido se extinguió por sí solo.

Algunos socialistas de nuevo cuño calificaron a los «históricos» de «fascistas». A lo que Juan Luis Rodríguez-Vigil tuvo una reacción propia de alguien con sentido político, sentido común y nobleza política. Defendió las figuras históricas de Salazar y Salcedo y concluyó: «Son tan socialistas como nosotros, con la única diferencia de que entraron en una vía muerta».

La Nueva España · 10 diciembre 2007