Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Senadores y diputados

En las elecciones de 1977, aquella reunión de ciudadanos bienintencionados que era UCD obtuvo cuatro escaños en el Congreso, tantos como el PSOE, y el PCE logró un parlamentario: la histórica Dolores Ibarruri, «Pasionaria»

Durante la transición y el régimen surgido de ella funcionaron algunas palabras clave que, de ser tan repetidas, acabaron despojadas de todo sentido verdadero. Sin embargo, y a pesar del «consenso», las negociaciones para establecer las listas tanto para el Congreso como para el Senado en las primeras elecciones libres en muchísimos años (si me apuran, las primeras desde los tiempos de la Monarquía constitucional anteriores a la dictadura de Primo de Rivera) fueron arduas. Especialmente trabajosa resultó la candidatura «para un Senado democrático», sobre la que algo insinué en el artículo anterior. El PSOE, después de haber tanteado una candidatura propia, compuesta por Rafael Fernández, el notario Rosales y don Pedro Caravia, que figuraba como independiente, prefirió asegurar posiciones e imitar la coalición que se establecía en Madrid, donde acudirían conjuntamente al Senado un liberal, un democristiano y un socialista, representantes de las tres fuerzas políticas que habían hecho posible la Europa del Mercado Común, según la propaganda que la justificaba. De manera que en la candidatura del PSOE de Asturias sobraban dos candidatos, y estaba claro que ninguno de ellos sería Rafael Fernández. Con el notario Rosales no hubo problema, porque a fin de cuentas era militante socialista; más delicado y engorroso resultaba explicarle el cambio de táctica a don Pedro Caravia. Juan Luis Rodríguez-Vigil, que fue quien le propuso entrar en aquella candidatura como independiente, le había llevado a algunos mítines de Gómez Llorente, y don Pedro estaba encantado. Razón por la que se prefirió, antes que darle explicaciones, que don Pedro se enterara por el periódico. Rafael Fernández le llamó por teléfono y le aseguró que el propio Felipe González le escribiría una carta de su puño y letra, dándole explicaciones y pidiéndole disculpas. Pero tal carta nunca llegó a su destino. A don Pedro, Felipe González le traía al fresco, de todos modos. Lo que le dolió fue que Vigil no hubiera dado la cara ni vuelto por su casa, de la que también era habitual.

Resuelto, pues, el candidato socialista en la persona de Rafael Fernández, quedaban por establecer los otros dos. El médico Atanasio Corte Zapico iría en representación de Izquierda Democrática, partido democristiano de Joaquín Ruiz-Giménez, el animoso ex ministro de Franco reconvertido en «demócrata de toda la vida», siempre dispuesto al pacto con la izquierda. Pero al no haber en Asturias representación perceptible de los liberales, se optó por invitar a los comunistas, lo que, a simple vista, parece el colmo del despropósito. A Corte Zapico le pareció bien, pero la dirección del partido de Madrid puso el grito en el cielo: ¡hasta ahí se podía llegar, a entrar en coaliciones con los comunistas! Ante esto, Corte Zapico echó cuentas: o acatar la disciplina del partido y perder el tren del Senado, o ser senador a costa de dejar de ser democristiano. Yo creo que resolvió la duda en un par de segundos, y a partir de entonces se dedicaba por las noches a pasear ante el domicilio de Rafael Fernández, en la calle Argüelles haciendo esquina a Mendizábal, y si veía la luz de su despacho encendida, encontraba consuelo e inspiración, como en el célebre poema de Neruda.

Mayor dificultad hubo para encontrar al candidato comunista. Los negociadores del PSOE se mostraron especialmente duros con los candidatos propuestos por el PC, rechazando entre otros al abogado gijonés Herrero Merediz, un hombre de la clandestinidad bastante dialogante, con el prestigio de haber resistido interrogatorios policiales. En el partido le llamaban «el Mere» o «Merucu», con esa camaradería ramplona, como de Frente de Juventudes, que se produce en sociedades muy cerradas y endogámicas. No llegaría a ser senador hasta que se pasó al PSOE; y entonces, se acabó el «Mere».

Al fin se aceptó la candidatura de un comunista muy veterano y teórico, Wenceslao Roces, traductor de «El Capital», que vivía exiliado en México. Regresó, pues, a España para participar en la campaña electoral, cosa que hizo sin ningún entusiasmo, leyendo de manera monótona una cuartilla que inmediatamente volvía a guardar en el bolsillo de la chaqueta para poder utilizarla en el mitin siguiente. Una vez elegido senador, no le gustó el ambiente y regresó a México, dejando una vacante en el Senado, de la que se apoderó el PSOE sin tener en cuenta los posibles derechos del PC a esa poltrona. Con lo que la candidatura «Por un Senado democrático» no tardó en convertirse en tres senadores del PSOE, ya que Corte Zapico, divorciado de Izquierda Democrática y después de un grotesco intento de formar su propio partido, acabó echándose en los brazos abiertos de Rafael Fernández: con quien fue no sólo senador, sino consejero de Cultura en el Gobierno preautonómico.

La cuarta plaza de senador fue para el democristiano José M.ª Alonso Vega, de UCD, cuyo máximo dirigente nacional era el jefe del gobierno provisional, Adolfo Suárez. Los otros dos candidatos ucedistas, Agustín Antuña y Adolfo Barthe Aza, dos caballeros, se quedaron sin acta.

UCD era una reunión de ciudadanos bienintencionados que ostentaban diferentes siglas (liberales, democristianos, socialdemócratas) con más vanidad en algunos casos, y en otros con el propósito de sacar a España del momentáneo atasco en que se encontraba, que ambición política. Los pocos realmente impresentables eran los verdaderamente ambiciosos: Adolfo Suárez, Rodolfo Martín Villa y Francisco Fernández Ordóñez, auténtico plusmarquista del camaleonismo político, que pasó del franquismo al centrismo y del centrismo al socialismo, siempre ocupando altos cargos y siempre con aspecto atormentado: seguramente le remordía la conciencia. Martín Villa era de otro tipo: se subió a un coche oficial a los dieciocho años, le gustó cómo conducía el chófer y todavía no se ha bajado. Cuanto más franquistas habían sido, mejor servían a los intereses de la izquierda real, del PC, pues, por aparentar que ya eran demócratas, estaban dispuestos a toda clase de concesiones y claudicaciones.

Aunque en UCD se mezclaban churras con merinas, y el centro tiene sentido en geometría, pero no en política, debo reconocer que durante los gobiernos centristas los españoles disfrutamos de las mayores libertades públicas y privadas que jamás hubo en España, de completa libertad de prensa y opinión y de separación de poderes. En la UCD de Asturias hubo personajes de talla moral e intelectual, como Luis Vega Escandón, Adolfo Barthe Aza, Emilio García Pumarino, Alejandro Rebollo, Agustín Antuña o José M.ª Alonso Vega, que, aunque fue el único senador centrista de 1977, resultó, no obstante, el más votado de los cuatro elegidos. En el aspecto negativo pesan sobre UCD, por la medrosidad del presidente Suárez, dos responsabilidades muy graves: la claudicación sistemática ante la izquierda (era evidente que Suárez le tenía más miedo a Felipe González que al Ejército y a la Iglesia juntos) y la apertura de la «caja de Pandora» del «Estado de las autonomías» («según mandato constitucional», como repetía González), a partir de aquel irresponsable y quién sabe si desesperado «café para todos».

La UCD asturiana era el conjunto de diversos partidos de reciente formación: el PSDA tenía como hombre destacado a Emilio García Pumarino, registrador de la propiedad que en sus tiempos de estudiante había participado en el movimiento universitario, siendo detenido en alguna ocasión: historial antifranquista que bien hubieran querido tener la mayoría de los socialistas «de toda la vida»; los democristianos de Álvarez Miranda, o PCD, más moderados que los de Ruiz Giménez (ID), y cuyo representante más significativo era el abogado Luis Vega Escandón, que durante la dictadura no había tenido inconveniente en defender casos políticos, al igual que el carlista Miguel Virgós, cuya muerte prematura privó a Asturias de una figura ejemplar, respetada por todos; y diversas formaciones de tendencia liberal (PDC, PSDA, PRR), que acabaron fusionándose a afectos electorales en una reunión en un hotel de El Berrón, celebrada el 15 de abril de 1977. Esta coalición obtuvo cuatro diputados: Luis Vega Escandón, Emilio G. Pumarino, Alfredo Prieto Valiente y Ricardo León Herrero. Tantos como el PSOE, con Gómez Llorente a la cabeza. El PC también consiguió su diputado con la histórica figura de Dolores Ibarruri.

Aunque lo verdaderamente pintoresco fue la candidatura al Senado en solitario del elocuente escritor Jesús Evaristo Casariego, que hacía campaña en defensa del ideario tradicionalista con la bandera de España y un crucifijo. Escritor del ideario y polemista, guerrero y venatorio tanto de caza mayor como menuda, hombre de principios inamovibles e imaginación desbocada, obtuvo él solo y a cuerpo limpio la no desdeñable cantidad de ocho mil votos. Fue una lástima y una pérdida para el arte de la oratoria que no hubiera salido senador.

La Nueva España · 9 julio 2007