Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

La Gran Taberna

El bar está situado en el mismo centro de Oviedo, a un paso de la Catedral, la Audiencia y la Universidad

La Gran Taberna se encuentra en el centro mismo de Oviedo y a su alrededor se alzan las sedes de las instituciones más características de la ciudad: a medio camino entre la Universidad y la Catedral, frente a la Audiencia y a la Banca (la cúpula del antiguo Banco Asturiano se encara al anemómetro de la torre de la Universidad), y, para que no falte nada, donde estuvo la Telefónica, mucho antes estaban la Milicia y la cárcel: el castillo-fortaleza, que a su vez guarda una relación estrecha con la gastronomía, ya que en su patio nació el menú más emblemático de Oviedo, el «desarme». Aquí, un 19 de octubre, se procedió a desarmar a las milicias nacionales, para lo que se les sirvió un rancho compuesto por garbanzos con bacalao y espinacas seguido de callos, todo ello regado con vino en abundancia, de manera que habiendo colocado los milicianos sus armas en pabellón antes de comer, al quedar adormilados por efectos de la digestión, fueron «desarmados».Y doblando la esquina, en la plaza de la Catedral y empezando a pisar la calle de la Rúa, está la capilla de la Balesquida: la tradición viva, la gran tradición ovetense.

En la manzana de la Gran Taberna, haciendo la otra esquina, frente a la Universidad, había un bar de aquella época, El Florida, que cerraba muy tarde o no cerraba en toda la noche, y era punto de partida de personajes entrañables como La Vuelta a Oviedo. En mis tiempos, los estudiantes no solíamos entrar en ese establecimiento, porque lo frecuentaba la Policía. Allí entraba a tomar su café el crítico de arte Jesús Villa Pastur, siempre cargado de libros que abultaban más que él: de ahí que le llamaran Sobaco Ilustrado, mote que no es exclusivo de este personaje, ya que hubo y hay otros muchos.Yo nunca entenderé la afición de algunos a andar con libros por la calle, a no ser que se venga de la librería, porque se corre el riesgo de que le tomen a uno por intelectual. Pero como decía don Pedro Caravia: «Un libro siempre acompaña». Lo que pasaba con Villa Pastur era que llevaba mucha compañía.

Vecino de la Gran Taberna es el palacio del Conde de Toreno, que tiene más que ver con la cultura por haber sido el lugar del nacimiento del ilustre historiador y posteriormente biblioteca pública que por ser la seda del RIDEA, antes IDEA, institución muy pero que muy científica, además de académica y erudita. Durante muchos años, los socialistas intentaron bombardearla porque la consideraban producto de la «cultura franquista», pero cuando empezaron a ingresar ellos como miembros de honor y de número se sintieron tan satisfechos que si Carmen Romero visita Oviedo la llevan a las sesiones para que los vea como «académicos», porque, si no, no se lo cree. En este RIDEA pasan cosas muy pintorescas, como que quien defenestró a un anterior presidente porque había cumplido los 70 años (ridícula limitación de edad impuesta por los socialistas: quien paga manda), cuando él fue presidente seguía aferrándose a la poltrona a los 75. En cierta ocasión en que yo pronuncié una conferencia en ese lugar ante un público de valetudinarios adormilados, Jesús Evaristo Casariego, entonces director, que era de manera «democrática» de encubrir lo que hasta entonces se llamaba presidente, me dijo: «Después de la conferencia le llevaré a cenar a la Gran Taberna, pero antes hemos de dar esquinazo a esta pandilla de gorrones».Yo le pregunté si podía invitar al profesor Santiago Melón, que me acompañaba, y Casariego tuvo una contestación muy propia: «Si es Melón, que venga. Nos servirá de postre». A pesar de su vigilancia se nos unió también sin posibilidad de librarse de él un pitecantropus liante, con lo que la cena fue entretenidísima. Melón decía: «Don Jesús, es usted un hidalgo de novela de Valle-Inclán». Casariego se ponía en pie y daba un puñetazo en la mesa: «¿Por qué no dice usted de novela de Palacio Valdés? ¡Yo soy un hidalgo asturiano, señor mío!». Al hablar mientras comía Casariego gesticulaba, apartaba su plato para disponer de espacio y al cabo terminó comiendo del mío. De pronto, notó que sus pies chapoteaban en un líquido; dirigiéndose al pitecantropus, le increpó: «Don Fulano, ha derramado usted el vino». No era vino lo que Casariego pisaba, sino que el pitecantropus se había orinado en los pantalones, y en la mesa de enfrente una pareja de jovencitos con aspecto de recién casados estaba alucinada.

La Gran Taberna, pues, en la plaza de Porlier, entre la Balesquida y el RIDEA, frente a la Audiencia y a la sombra de la torre de la Catedral, es uno de los establecimientos clásicos del centro de Oviedo. Era propiedad de tres socios, Andrés Gordo, Rafael Valdés y Basilio Orejas, que no sé si habrán sido los fundadores, y ante él estaba la parada de los autobuses del Castromocho, con una taquilla para sacar billetes que daba a la calle. Las paradas de los autobuses, cuando entraban en el centro de Oviedo, daban mucha vida a la ciudad y a los establecimientos en los que hacían posta. Tanto que muchos decían: «Voy al Castromocho», cuando en realidad iban a la Gran Taberna. Es el caso de un compañero de Bachillerato en el Colegio de los Dominicos a quien llamábamos Gumersindo Boca Abierta (seguramente se llamaba Gumersindo, pero Boca Abierta evidentemente no era apellido) y que todos los días pedía permiso para «ir al Castromocho», a ver si le habían mandado paquete de casa. En torno al Castromocho, a Autos Llanera (que tenían parada en el bar Pelayo, heredero en buena medida del bar Lisboa), del Alsa, se concentraba buena parte de la vida de la ciudad y de esa población flotante que diariamente entra y sale de ella. Antes, que no había coches y se podían dejar los vehículos aparcados en mitad de la calle Uría, con las puertas abiertas, las líneas de autobuses eran fundamentales para el latido de la ciudad.

La Gran Taberna tenía el bar en el bajo, como ahora, y futbolines en el piso. Al tomarlo en traspaso Armantina Quintana Menéndez y su marido, Ignacio García Menéndez, propietarios del cercano Mesón del Labrador, acometieron importantes reformas, empezando por el piso, de donde quitaron los futbolines para poner el comedor. Corría el año 1972, y aún continuarían al frente de ambos negocios, el Mesón del Labrador y la Gran Taberna, durante 21 años, hasta 1993, que cierra el Mesón, para abrir, en todo el edificio cuyos bajos ocupaba, el hotel El Magistral, inaugurado el 1 de mayo del año 1997. Aunque desde la calle Jovellanos el Magistral no ve a la Regenta, la tiene tan cerca que puede seguir sus pasos si se lo propone y hasta acudir a recogerle el sombrero si se lo lleva el viento. Nunca vi sombrero más inestable en la cabeza de una estatua. Y la verdad, a mí más que sombrero me parece un cesto de sardinas, de manera que cuando paso delante de esta Ana Ozores siempre temo oírla pregonar: «¿Qué colean!».

La Gran Taberna tiene la barra, recta y larga, a la izquierda, según entra el cliente. A la derecha, mesas cuadradas, grandes y sueltas, sobre un escalón que las separa del bar propiamente dicho. Estas mesas se utilizan para picar tapas o para comidas informales o apresuradas, de clientes que no ven la necesidad de subir al comedor, donde se supone que el ritual de comer se efectúa de otra manera. Como recuerdo de los viejos tiempos, en los que la fotografía de Herrerita con un gran esparadrapo sobre la ceja derecha era poco menos que la bandera de la casa, se conserva esa fotografía (aunque no sea la misma, sin duda alguna) y otra de la legendaria «delantera eléctrica» del Real Oviedo, en la que Antón, Lángara, Herrerita y Emilín se asoman al objetivo. Todos parecen muy dispuestos a meter goles por cuatro perras. Ahora dicen que el negocio del fútbol no es rentable: ¡cómo va a serlo con los sueldazos que se pagan! Ni que fueran políticos, sólo que se supone que el equipo que ficha a los políticos y el club que les paga no quiebra, a ver si es verdad o simple ilusión. Además, los futbolistas supermillonarios de ahora son unos salidos: los de antes se conformaban con sidra. Herrerita, una vez retirado del fútbol, se estableció indistintamente en la Gran Taberna y en Casa Javier, en el Cristo. A la Gran Taberna entraba a las nueve de la mañana y pasaba allí la mayor parte del día, sentándose de espaldas al público. Era de pocas palabras. Todo lo contrario que el otro extremo legendario, el gigante Emilín, aficionado a ir de un bar a otro, a beber en compañía y a la canción coral.

El comedor, en el piso, con tres ventanales que dan a la Audiencia, es de quince mesas. Los platos más característicos son les fabes con almejas, el pote asturiano, el arroz con bogavante, la tortilla de merluza, las almejas a la marinera, el pulpo a la gallega y con vinagreta, el entrecot de buey, el solomillo criollo, con guarnición de cebolla salteada y perejil, etcétera. Los lunes se sirve pote, los martes garbanzos, los miércoles menestra, los jueves lentejas, los viernes el guiso marinero y, a diario, la fabada y les fabes con almejas. En el bar, variedad de tapas, y detrás de la barra y sirviendo las mesas, entre otros, Javi y Victoriano, dos camareros eficaces, sonrientes, muy amables, de toda la vida.

La Nueva España ·13 junio 2009