Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

De la Universidad a la Escandalera (II)

De la misma manera que la UNESCO situó un tramo comprendido entre La Felguera y Sama como uno de los más cultos de Europa, podía haber considerado los doscientos metros que separan la Universidad de la plaza de la Escandalera como uno de los espacios urbanos con más bares de Oviedo, y si no fue el que más bares tuvo se debió a que en la calle San Bernabé, no mucho más larga, había muchos más. No contaremos, naturalmente, los bares que la rodeaban por otras partes -El Tambar, Casa Manolo, Casa Lito y El Suizo, ilustre café cantante-, sino el trozo estricto de la calle San Francisco que, a partir de la fachada del Rectorado, desemboca en la plaza de la Escandalera. Trozo que no sólo interesaba a los aficionados al bebercio, sino también a los estrategas de la agitación. Así, Feito el Cubano, que sentó las bases del Partido Comunista en la Universidad, estaba convencido de que esa calle era ideal para hacer manifestaciones, ya que al final de ella, haciendo esquina con la plaza de la Escandalera, se encontraban las dependencias del Gobierno Civil, con un gris haciendo guardia a la puerta. La propuesta de Feito era simple y seguramente eficaz. Se saldría de la Universidad en tropel, y como la distancia era tan corta, de dos zancadas se llegaría ante el Gobierno Civil. Dada la corta distancia entre la posición atacante y la atacada, las fuerzas del orden no tendrían tiempo de reaccionar, por lo que habría tiempo de sobra para montar la correspondiente algarada delante de las narices del poncio, el famoso Mateu de Ros, que se había definido cuando llegó a Oviedo como hombre que tardaba en obrar, pero, si llegaba el caso, lo hacía duro: de lo que dio en que le llamaran «el estreñido».Y luego que Dios repartiera suerte y saliera el sol por Antequera.

Volvamos a los bares, que son lugares de mayor provecho. Sin contar dos establecimientos hosteleros situados en la acera derecha: el hotel Principado y la cafetería Alvabusto, en el lugar donde posteriormente estuvo Logos. La acera izquierda, desde la calle Ramón y Cajal hacia la Escandalera, la ocupaban el señero edificio de la Universidad, con su gran portada que daba al claustro, precedida por las cadenas que declaraban que aquel noble lugar disfrutaba del derecho de asilo, y a él se adosaba la hermosa portada barroca del Colegio de las Recoletas, fundación del arzobispo Valdés, lo mismo que la Universidad, y donde se encontraban y se encuentran las oficinas del Rectorado. Inmediatamente después unas rejas mostraban un verde jardín, llamado Sevilla, en el que estaban instalados los servicios de las alumnas; de manera que cuando alguna decía que «iba a Sevilla», ya se sabía adónde se dirigía. El ameno jardín con fuente estaba presidido por un busto de Isabel II, pechugona y verdosa.

A partir de aquí empezaba lo bueno. En primer lugar, Casa Tuto, uno de los bares más recordados por los nostálgicos y masoquistas en general, ya que Tuto, de acuerdo con la pauta establecida por otros colegas ovetenses, se comportaba en su recinto como un señor, un dictador y un pachá, de manera que quien allí entraba ya sabía a qué se atenía. De momento, estaba terminantemente prohibido entrar con mozas o fumando tabaco rubio americano, y, si alguno osaba, la expulsión era inmediata, si es que llegaba a entrar. Para Tuto, no resultaba decoroso que una mujer estuviera en el bar, y, en lo que al tabaco rubio se refiere, alegaba asma muy sensible a los efectos de los tabacales de Virginia.

Tuto se llamaba Restituto Fernández y era de Siones. Había venido a Oviedo para trabajar como pinche de cocina en el hotel Covadonga en un lejano 1905, y las cosas le fueron bien, porque en 1916 coge en traspaso Casa Muñoz, en la calle San Francisco, establecimiento en el que había trabajado como camarero, y nace, de este modo, Casa Tuto, que se mantendría abierta hasta 1972. La primera Casa Tuto tenía un «comedor de a diario», por así decirlo, en la planta baja, y otro en la parte superior, destinado a acontecimientos especiales como bodas y banquetes. Los tres platos representativos eran la liebre con fabes, la langosta a la catalana y la tortilla de setas, con setas que le llegaban desdeVillamanín y de la sierra del Aramo. Muchos años más tarde se harían famosas las tortillas de setas de otra sidrería próxima, muy vinculada al entorno universitario, las de Casa Manolo. En junio de 1934 a Tuto se le ocurre hacer una reforma del local, destinando la parte baja para bar y la alta a restaurante, y no pudo haberla acometido en peor momento. Por si fueran poco las convulsiones políticas diarias bajo aquella idílica, bienintencionada, intelectual, cultísima y bonísima Segunda República que la cobardía borbónica había deparado a España, Casa Tuto contaba con una clientela de buenos «gourmands» ensotanados, por lo que llegó a ser conocido con el sobrenombre de «el restaurante de los curas». Así estaban las cosas cuando mismamente el mes de octubre los socialistas, en pleno fervor «democrático», por defender a la inolvidablemente bella Segunda República de las asechanzas de la derecha y más que nada porque los mencionados socialistas habían perdido las anteriores elecciones, organizaron una revolución cruenta contra la tal República pero en defensa de la República, caso extraordinario: el objetivo era evitar el Gobierno de la derecha instaurando una dictadura sovietista para mayor gloria de la democracia y de la alternancia política, y durante los pocos días que los revolucionarios ocuparon Oviedo se dedicaron a destruir las grandes representaciones del orden establecido: la Catedral, la Audiencia y la Universidad, y como Tuto se encontraba al lado de la Universidad fue también pasto de las llamas, y a Tuto por poco le matan de un cañonazo una vez que fue con un camión al Escamplero en busca de provisiones.

Pero Tuto no era de los que se dejaban hundir, aunque le hubieran disparado por debajo de la línea de flotación, y el establecimiento resurgió con el restablecimiento del orden.A Tuto le echaba una mano su hijo Ángel, que más tarde marchó a Madrid, donde tuvo la famosa sidrería La Mina, en la calle de Arenal, cuyo interior reproducía el de una mina para pasmo de la clientela madrileña. A los madrileños, sobre todo, los pasmaba la manera de escanciar la sidra. En cierta ocasión que estaba yo allí, un bancario madrileño me pidió:

—¿Me «corta» la sidra, por favor?

Porque, aunque yo nunca bebo sidra, sé escanciarla con cierta agilidad: se trata de mi única contribución al folclorismo. Y lo de «cortar» la sidra por escanciarla me hizo mucha gracia. Ángel Tuto había heredado el asma de su padre, y sus altibajos contribuían a sus cambios de humor.

Tuto murió en 1967 y Neri, su mujer, no tardó en seguirle, en 1968. Entonces se hizo cargo del negocio la hija, María Dolores, que era profesora de un colegio, y con ella la línea de la casa cambió casi por completo.A finales de 1968 empezaron a entrar los estudiantes, a los que Tuto había mantenido a raya durante más de medio siglo, y la nueva propietaria quedó maravillada de aquella clientela hasta entonces desconocida, según le confesó a Arrones Peón: «Venían a tomar vino o sidra, a comer tortillas, pinchos, bocadillos. La afluencia en estos últimos años fue tanto o mayor que en los mejores tiempos. Además, esta clientela joven tuvo un comportamiento algo maravilloso: ellos mismos nos hacían las cuentas de sus consumiciones, por ayudarnos, y estoy segura de que ninguno evitó pagar un solo vino. Fueron verdaderamente admirables».

El edificio inmediato a Tuto hacía un martillo, avanzando sobre la acera, y allí estaba La Viuda de Basilio, a la que se descendía por un par de escalones. Había un escaparate con las maderas pintadas de rojo descascarillado y descolorido, y la barra estaba a la izquierda según se entraba, un poco por debajo de la calle. La especialidad eran las patatas bravas, las más reputadas de Oviedo, junto con las del Ovetense, con la diferencia de que las de La Viuda eran cocidas y con una salsa de tomate líquida muy picante, mientras que las del Ovetense estaban fritas y la salsa era de botella, más bien espesa. Por la barra corría el vino Tierra de León, aunque el blanco de la Nava verdaderamente bueno era el de Tuto, y la atendían dos mocetones pelirrojos, de manos grandes y dedos colorados y gruesos que, según el novelista Mariano Antolín, parecían «un puñado de pollas». La Viuda de Basilio era un lugar de paso, ya que no sólo lo frecuentaban estudiantes, sino la variada humanidad que atravesaba a todas horas la Escandalera, y en horas puntas la clientela se apelotonaba sobre la barra de tres en fondo. Al fondo había mesas y, más allá, un patio que daba a las traseras de la calle Fruela.

Dejemos para otro día el Bar Azul, llamado así porque tenía las maderas exteriores pintadas de azul, también descoloridas y desconchadas.

La Nueva España ·20 septiembre 2008