Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

«Lito»

En la acera derecha de la calle de Altamirano, que sube desde la plaza de Riego a Cimadevilla, hubo dos bares clásicos de Oviedo, Casa Manolo y Lito, el último de los cuales permanece abierto y, lo que es más extraordinario, tal como estaba hace cuarenta años. Se trata de una calle erudita y de aspecto burgués, de pequeña burguesa urbana de mediados del siglo XX. Frente a ella está una de las fachadas de la Universidad, cuyo edificio fue sede de la «Universidad literaria de Oviedo», que albergaba, hasta hace poco más de un cuarto de siglo, las facultades de Derecho y Filosofía y Letras, y ahora es rectorado, oficinas, bibliotecas y sala de exposiciones, y a cambio recibe el apelativo de «edificio histórico», a punto de celebrar el cuatrocientos aniversario de su fundación. En la inmediata plazuela de Riego se elevó el busto estilista del ingeniero Schulz, el autor del «Mapa topográfico de la provincia de Oviedo» y de la «Descripción geológica de la provincia de Oviedo», a quien incluso una ovetense tan avezada como Dolores Medio confundió con el general Riego, denominándole el «cabecilla». La librería Ojanguren hace esquina con la calle Altamirano y también hace esquina, en la otra acera, el puesto de periódicos más intelectual de Oviedo, La Palma, en el que es posible adquirir, además de toda la prensa española y de países limítrofes, todas las novedades literarias.

Un poco más arriba de la calle abre paréntesis en las edificaciones el jardín del Ridea o Rinstituto, esto es, el Instituto de Estudios Asturianos, que antes producía unas siglas nobles: Idea, en tanto que ahora que se le añadió la erre de «real», suena como a no sé qué: Ri...dea. En fin, pero si existen la Real Academia Española, de la Historia, de Bellas Artes, de Medicina y de Ciencias Morales y Políticas, y otras muchas para que no haya español cultivado sin blasón, ¿por qué no va a ser nuestra anticuada, polvorienta e inútil academia de andar por casa el Real Instituto de Estudios Asturianos? Si los premios «Príncipe de Asturias» son calco de los premios Nobel y de los premios «Goya» servil y bochornosa imitación de los «Oscar» de Hollywood (realizada para mayor escarnio para satisfacer, o insatisfacer, la vanidad y los sueños rotos de gentes de la farándula furiosamente antinorteamericanas), se justifica más que de sobra que el Rinstituto sea Real con todos los honores. Esta docta casa, que esperemos que Joaquín Fernández pueda renovar como parece, porque de seguir con la línea actual terminará dando con la cabeza en un pesebre, completa el tono erudito, intelectual y académico de la calle, aunque la cultura que ofrecen las lilbrerías Ojanguren y La Palma sea más viva, atractiva y amena que la deparada por el modesto -y, no obstante, entrañable- Rinstituto. ¡Ay, Dios, qué buen Rinstituto si oviesse buen director!, que dijo Mio Cid, contemporáneo de esa casa.

La acera izquierda de la calle, a la que hace esquina La Palma, es de casas con miradores, de dos o tres pisos y con techos altos; al final, haciendo esquina en la calle de la Rúa, hubo una pizzería muy agradable, con el comedor en el primer piso con ventanas a la calle en la que servía un camarero asmático, de traje negro, y otro que llevaba una cruz tatuada en el brazo. Por la acera de la derecha, que termina en la farmacia que hace esquina con la calle Cimadevilla y en cuya fachada una lápida recuerda la acción decidida de Joaquina Bobela, María Andallón y otros ovetenses populares y patriotas contra el «imprimido» de Murat, que fue uno de los antecedentes del levantamiento de los asturianos contra Napoleón, antes de mediada la calle, se encuentran Casa Lito y Casa Manolo: de manera que dos camareros clásicos de aquel Oviedo de hace más de un cuarto de siglo -César, en Casa Manolo, y Manolete, en Lito- trabajaban en las barras respectivas separados sólo por un tabique.

La calle de Altamirano, tal vez un poco umbría y, desde luego, cuesta arriba, es una calle importante, que unía la zona de la Universidad con Cimadevilla, que antes de que la ciudad se ensanchara más allá de las murallas, era su centro social y comercial, como después lo fue la calle Uría; por su prolongación, la calle de la Rúa, de nombre redundante, se desemboca en la plaza de la Catedral. También es una calle llena de historia. Podríamos referirla dándonoslas de erudito para pasmo de lectores ingenuos, pero dejemos que sea José Ramón Tolivar Faes quien lo haga en su benemérito catálogo de los «Nombre y cosas de las calles de Oviedo», porque sabe hacerlo mejor que yo y con más conocimiento:

«Con anterioridad al siglo XVII existía un callejón que desde la calle de la Rúa comunicaba con la plazuela de la Picota o de los Pozos a través de un arco abierto en la muralla. Este callejón muy probablemente puede identificarse con la Caleya estrecha de la torre, pues allí mismo, a su entrada, tuvo la ciudad, hasta el siglo XVIII, casa, cárcel y torre, y ya en 30-6-1410 se habla de propiedades “en la calel de la Rúa, esquina a la Estrecha de la Torre”. La construcción de las nuevas casas entre la Rúa y Cimadevilla fue haciendo cada vez más angosta la entrada al callejón, asilo y acecho de rateros, por lo que en 1681 don Jerónimo Altamirano, entonces gobernador del Principado, dispuso derribar algunas de aquellas casas para ensanchar la calle y mejorarla como vía de acceso a la Universidad. Mas cuando la demolición se estaba efectuando, se presentó el señor provisor de la diócesis, y para impedir la continuación de las obras -que en algo afectarían al cabildo- fulminó censuras espirituales contra quien mandaba aquel derribo y contra los operarios que lo ejecutaban. Como viese el señor Altamirano que los obreros cesaban en el trabajo a consecuencia de las censuras, mandó viniesen verdugo y pregonero, el que en alta voz conminaba a su vez a los que no continuasen obedeciendo el mandato de su señoría; visto lo cual vinieron abajo las casas y quedó la calle abierta».

Una historia magnífica. Una vez más, el poder civil se impone al poder eclesiástico revelando una separación de poderes que es el fundamento de la democracia, aunque no haya sufragio universal, y que los actuales gobernantes tantas veces se obstinan en ignorar. Y una calle que era refugio de ladrones me recuerda «Rashomon», de Ryonosuke Akutagawa.

Lito tiene un escaparate al lado de la puerta. Según se entra, la barra está a mano izquierda, en el centro columnas y a la derecha mesas en las que se reúnen tertulias y comensales. Al fondo, la escalera conduce al primer piso, donde se encuentra el comedor. Antiguamente esta casa se llamaba Las Delicias, y tanto el comedor como la cocina se encontraban en la planta baja, donde está el bar en la actualidad. Las Delicias era casa de comidas exclusivamente, y no tenía bar. Jesús Evaristo Casariego conservaba una factura del año 1934 en la que figuraba una sopa al precio de 2,10 pesetas. Tenía que ser, por ese precio, una sopa deliciosa, contundente y alimenticia, y con más sabores que ese portentoso pincho de veintiocho sabores que ahora causa tan justificado estupor.

Desde la época de Las Delicias hasta 1956, en que se hace cargo de él Manuel Suárez Fernández, más conocido por Lito, el establecimiento tuvo varios propietarios, entre ellos Amador, que también fue dueño del Dólar. Lito, ovetense de la calle del Rosal, era funcionario de bibliotecas con cierta tendencia a la hostelería, ya que se hizo cargo del bar del Hogar de Pescadores de la Rula de Gijón, donde acreditó una cocina que llenaba el comedor de clientes que no eran pescadores: lo que provocó algún comentario jocoso de Carantoña. Casado con María Teresa, natural de Luarca, Lito decide establecerse en Oviedo, dudando si hacerlo en el Dólar o en Las Delicias. Se decide por este último establecimiento y así nace Lito en 1956, como queda dicho. De Gijón trajo Lito una buena mano para la preparación de los pescados, obra de María Teresa, y con el tiempo un yerno, el gran Óscar (aunque no sea muy alto), que atiende la barra con tanta eficacia como da conversación a los clientes. Porque esta casa es como la nuestra propia. Nada ha cambiado en ella desde 1956 en lo esencial: la misma disposición del escenario, la calidad de los productos, el trato familiar. Aquí se reúnen tertulias que llevan muchas décadas reuniéndose, y los lunes, Sabino Coppen va con su guitarra y canta habaneras, y el matrimonio Cugnac se sienta en una mesa a escucharle. Francisco Grande Covián, maestro de dietistas, lo tenía entre uno de sus restaurantes de Oviedo, y Ramón Cavanilles, que no comía cualquier cosa ni en cualquier lugar, siempre dijo que era uno de los sitios donde mejor se guisaba. Gonzalo Rivaya no pierde el día que ponen cocido de garbanzos: aunque el plato estrella de la casa es la merluza con patatas, que se parece, aunque mejorándola, a la de Zabala de Gijón.

La Nueva España ·12 enero 2008