Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

Consuelo Suárez Peláez: La Asturias tradicional

Las viejas tradiciones se transmiten por vía oral, y eso bien lo sabían Aurelio de Llano y Constantino Cabal, que a punto estuvieron de litigar porque, en corto espacio de tiempo, apareció un libro de cada uno que llevaba en el título las palabras «folclore asturiano». De todos modos, lo que se conserva puede que no sea más que la cabeza del iceberg, y recorriendo los pueblos es fácil descubrir alguna variante en una leyenda, o en una canción, e incluso en una receta de cocina. Otro folclorista distinguido fue José María Fernández Pajares, autor de «Del folklore de Pajares» y director del «Boletín de Estudios Asturianos», recientemente fallecido. Los asturianos no estamos demasiado enterados de nuestras tradiciones. El otro día me llamaba por teléfono un lector para preguntarme si era posible fechar el origen de la fabada, y no supe decírselo. De algunos platos se conoce su origen, como la caldereta que, según Calixto Alvargonzález, se empezó a hacer en Gijón a mediados del siglo pasado, o las «fabes con almejas», cuya invención se atribuye a dos o tres establecimientos del interior de Asturias al final de la guerra civil. Pero poco sabemos de la fabada, del mismo modo que tampoco se puede precisar con exactitud el acontecimiento histórico que inauguró la celebración del «desarme», y eso que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XIX y en el marco urbano de la ciudad de Oviedo, o en sus alrededores, donde es más fácil que se conserven las noticias; pero incluso se perdió el recuerdo de qué soldados fueron desarmados, aunque no la fórmula de los garbanzos con bacalao y espinacas y de los «callos a la asturiana», que gozan de cierto prestigio militar, pues el escritor austriaco Leo Perutz los menciona en su novela fantástica «El Marqués de Bolíbar», ambientada durante la guerra de la .Independencia contra los franceses.

La fabada, en cualquier caso, no es plato que requiera mucha imaginación: se trata de echar «lo del gochu» a las fabes. Aquí «gochu» lo hubo siempre y fue una de las bases de la alimentación del asturiano. Sin embargo, hasta tiempos recientes, la fabada no fue plato de respeto, digno de ser servido en la aldea el día de la Sacramental, que es cuando el aldeano «echa la casa por la ventana». Luis Martínez, en su libro inédito sobre Somiedo, señala que el día de la fiesta la comida comienza con la «sopa sacramental», que es «uno de los platos más importantes de la cocina rural», compuesto con el caldo del cocido de garbanzos, donde se trocean los menudos de los pollos y unos huevos cocidos «que ponen notas de color amarillo sobre la humeante superficie; y el pan frito en forma de diminutos rectángulos». A continuación se sirven el cocido de garbanzos y el «arroz con pitu», que «era el gran señor de la mesa»; y luego, carne guisada, y, si el caserío estaba cerca de un río, truchas; y de postre, el inevitable arroz con leche. Víctor y Magdalena Alperi, en muchas ocasiones, se refieren a la memoria de las «viejas guisanderas», gracias a las cuales fue posible conservar algunos platos hoy reconocidos e imprescindibles de la cocina tradicional.

Consuelo Suárez Peláez, de Soto de Agues, y en la actualidad vecina de Rioseco, es una mujer, asimismo, con buena memoria, que recuerda con mucha precisión las cosas que ha visto, hacia 1920, cuando las viejas tradiciones asturianas eran más firmes y no peligraban tanto como ahora Albino Suárez, poeta y animoso editor y director de «Alto Nalón», e interesado él mismo por los temas folclóricos, sobre los que ha escrito dos libros breves, «Leyendas, mitos y tradiciones de Laviana» (1983) y «Hazaya la sefardita» (1986), ha tenido el acierto de incluir algunas evocaciones de Consuelo en las páginas de su revista. Y así, la buena, mujer nos dice que cuando llegada primavera los hombres se preparan para llevar sus ganados al monte, y previamente los marcan con una letra de hierro, cada vecino con la inicial de su nombre; que la víspera de San Juan los mozos y las mozas hacen una «foguera» grande en el centro de la plaza; que el Sábado de Gloria un repique de campanas por la mañana anuncia la resurrección del Señor; que el Domingo de Pascua se tenía la costumbre de regalar a los ahijados un bollo de escanda amasado con huevos, y si el ahijado era mozo, se le hacía una «pegarata», que es un bollo con carne dentro. A comienzos de octubre se celebraban las ferias de ganado y a la llegada de noviembre se decía:

Dichoso mes
que empieza con Todos los Santos
y acaba con San Andrés.

En la memoria de Consuelo Suárez Peláez se guardan los mínimos hechos cíclicos que configuran la vida en la aldea: las fiestas y las ferias, la comida de las fiestas y el trabajo con los ganados, y el paso lento, majestuoso e inexorable de las estaciones. Testimonios como el suyo son de gran importancia: en la ciudad no se ve el paso de las estaciones.

La Nueva España · 24 septiembre 1987