Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

La herencia asturiana de Cervantes

Los imitadores del escritor en la región y sus historias de caballería

Nos encontramos en una importante conmemoración cervantina, la del IV centenario de la muerte del autor del Quijote, uno de los libros definitivos de la literatura española. Durante los siglos XVII y XVIII la influencia de Cervantes fue mayor fuera de España que en su patria, sobre todo en Inglaterra, donde una temprana traducción de Sheldon de la primera parte del Quijote sirvió a Shakespeare y a Fletcher para escribir una pieza cuyo protagonista es el pastor Cardenio.

Posteriormente Cervantes influye en los grandes novelistas ingleses de los siglos XVIII y XIX: en Henry Fielding, que escribe su Joseph Andrews, a la manera de Don Quijote; en Daniel DeFoe, cuyo Robinson Crusoe y el nativo Viernes repiten las figuras del Caballero y el Escudero, Don Quijote y Sancho Panza, lo mismo que Charles Dickens en Los papeles póstumos del club Pickwick con las figuras tan universalmente conocidas del un tanto cómico Pickwick y su criado Sam Weller. Bromeando, Juan Benet aseguraba que Cervantes influyó sobre los ingleses; Shakespeare sobre los eslavos; Goethe sobre los alemanes y Poe sobre los argentinos. Y no le faltaba razón. Borges, Cortázar y demás son como Poe, llenos de pretenciosidad y pedantería. Aunque las narraciones fantásticas de Poe se mantienen muy bien en todo el mundo y las de Cortázar se han olvidado. ¿Quién se acuerda hoy de ese cosmopolita?

El Quijote conoció multitud de imitaciones, refundiciones, adaptaciones y ediciones piratas en todas partes: la más famosa es la de Avellaneda, porque se produjo en vida de Cervantes y clama contra ella en la segunda parte del libro. Según Thomas Mann, si Don Quijote muere al final de la segunda parte fue para evitar a nuevos imitadores que se aprovecharan de su personaje estando vivo. Aún así, fueron muchos los que recurrieron al Caballero de la Triste Figura estando en principio muerto y haciéndole protagonista de nuevas andanzas, bien con propósitos satíricos o como héroe de aventuras caballerescas. Y no solo fue Don Quijote el personaje de nuevas obras que tomaban como apoyo la falsilla de la novela de Cervantes: también Sancho Panza, a quien Kafka dedicó un texto brevísimo y memorable, y hasta el mismo Rocinante, el sufrido caballo que estaba metafísico de no comer: John Dos Passos le evoca en un libro de viajes.

En Asturias no podían faltar los imitadores de Cervantes. El trinitonante hidalgo astur Jesús Evaristo Casariego bramaba porque Cervantes tenía calle principal en Oviedo, ya que había ofendido a los asturianos con la moza de mesón Martitornes y con el "daca la cola, Asturiano". Olvidaba a Catalina de Oviedo, la cual, siendo esclava, se impone al sultán, negándose a vestir ropas de musulmana y continuando con las suyas de cristiana, practicando públicamente su religión, y echándole al Servidor de Alá tocino en el pote.

En Asturias, donde hubo y escribieron muchos más literatos que los que se supone. El clérigo Alonso Bernardo Ribero y Larrea, natural de Villaviciosa y cura de Ontalvilla y despoblado Ontariego, en el obispado de Segovia, alivió sus ocios escribiendo el extenso relato La nueva historia del distinguido y noble caballero don Pelayo, infanzón de la Vega, más conocido por Quixote de la Cantabria, con cuyo título se reeditó en 1979: es una sucesión de historias quijotescas desarrolladas en las zonas norteñas de la Península y en la montaña de León, donde unos pastores invitan a comer al caballero Don Pelayo y a su criado asturiano Mateo del Palacio la caldereta de oveja, plato que de entonces acá ha cambiado poco y que es fácil reconocer en calderetas que hoy se sirven todavía en establecimientos de la vertiente sur del puerto de Somiedo. El caballero se llama Don Pelayo, para que no haya dudas de su nación asturiana, y en el habla rústica y en casos incivil del criado deslizan voces asturianas, diciendo "pumares" por "manzanos", "ablanas" por "avellanas" y "barganades" por "garrotazos". Se trata, pues, de una novela de aventuras tomando como personajes a Quijote y a Sancho. El Quijote de la revolución, de Juan Francisco Siñeriz, es de clara intencionalidad política. Atanasio Rivero, ovetense y trotamundos por América, hace un aprovechamiento camelístico del Quijote, demostrando que estaba escrito en clave y que el verdadero Avellaneda era Gabriel Leonardo Albión y Argensola en colaboración con Mira de Amescúa, haciendo "picar" a Rodríguez Marín y a otros distinguidos cervantistas de la época. Este personaje jovial y desvergonzado merece un artículo más extenso. Jovellanos ataca el Quixote de Cantabria. Su obra es la de mayor valor literario.

La Nueva España · 23 abril 2016