Ignacio Gracia Noriega
El "Quijote" no es un libro raro
Emilio Martínez Mata analiza la obra de Cervantes sin pretensiones metafísicas
El profesor Emilio Martínez Mata, de la Universidad de Oviedo, ha pronunciado una conferencia sobre "Lecturas del Quijote" en el Aula Magna de la mencionada Universidad, dentro del programa de actividades de la cátedra Emilio Alarcos Llorach. Al ser un libro de ficción, el "Quijote" admite diferentes lecturas; otro caso es que fuera una ecuación o un tratado de cristalografía. Sin embargo, la multitud de lecturas ha dado pie a que se desbarrara mucho en torno al caballero, a su escudero e incluso a Rocinante.
Pero por donde se dijeron mayores tonterías fue por la parte carpetovetónica, empeñados en buscar en Don Quijote y Sancho, y, naturalmente, para no dejar en mal lugar a Heine, a Rocinante y al rucio, las esencias nacionales: desgracia de la que se libró Shakespeare debido, tal vez, a que Julio César era romano, Hamlet danés, Próspero italiano y Falstaff un golfo. Ortega, Maeztu, Américo Castro y demás buscaron en el "Quijote" mucho más de lo que hay en el libro, aunque quien más tonterías dijo sobre él fue Unamuno, proclamando que el quijotismo es la filosofía española por esencia, con su método, su epistemología, su estética, su lógica, su ética, su religión y, en resumen, "toda una economía de lo eterno y lo divino, toda una esperanza en lo absurdo racional".
Esta banda, digamos, es la de los ensayistas y cazadores de esencias patrias, de la tan cacareada oposición entre idealismo y materialismo, y otras cuestiones no menos repetidas que produce rubor insistir sobre ellas. La otra banda es la de los cervantistas profesionales, eruditos de la misma estirpe de los dantistas de Italia, los shakesperianos de Inglaterra y los goethianos de Alemania, dispuestos a ver el libro como letra muerta y apolillada y a los que Azorin había declarado la guerra: una de las guerras más justas jamás declaradas.
En el "Quijote" hay muchísimas cosas, pero la mayoría de ellas no proceden de Cervantes, sino de imaginaciones del lector, sobre todo si éste lee sobre aviso. No es un libro raro: es la novela de un señor que ha perdido la cabeza y sale a los caminos creyendo que la milidad es la que él imagina, no el mundo de posadas y arrieros que le rodea.
En Cervantes, y eso es importante, pero a los Unarnuno y a los Américo Castro les traía al fresco, se produce el choque entre la realidad y la imaginación, lo que es también el tema de "El licenciado Vidriera", aunque ahí Cervantes no ahonda. Auerbach repara en que Sancho llega a ver a Dulcinea donde Don Quijote sólo ve labriegas, lo que es una captación muy fina de la realidad. Por otra parte, está la figura del autor interpuesto, decide Hamete Benengeli, que convierte la autoría del "Quijote" en una sucesión de muñecas rusas para situar el punto de vista del narrador. En definitiva, Cervantes no es sólo el creador de la novela moderna, como se suele afirmar, sino uno de los primeros en ensayar la posición y la justificación del narrador en el relato. Más para quien busca en el libro una filosofía y una religión, poco interés tiene el "punto de vista".
Una de las cuestiones más llamativas del "Quijote" es la oposición entre el caballero y el escudero. Esta oposición ya existe en la literatura medieval. El caballero, al pertenecer a una clase distinta de la del escudero, tenía mentalidad y comportamientos distintos, lo que nunca sorprendió a Chrétien de Troyes, a Lope de Vega ni a sir Walter Scott, por referirnos a autores de épocas bien distintas. Emilio Alarcos explora el quijotismo en "Bouvard et Pecuchet", aunque cautamente señala que "lo que ya no podemos establecer es si Flaubert fue consciente de este parentesco entre su novela y el "Quijote", llegando a la saludable conclusión de que "nos resta solo una posibilidad: la de indicar posibilidades; nunca la de afirmar dogmáticamente hechos objetivos". Incluso Gustavo Bueno repara en Don Quijote en "España no es un mito", como figura del pasado que ante las razones prosaicas que le convencen de la realidad de su existencia imaginaria, decae y muere en un Imperio ya cansado que había levantado otros quijotes como él (Cortés, Pizarro).
Sirva lo que antecede como reflexión cervantina a modo de introducción. El profesor Emilio Martínez Mata publicó en 2008 un libro titulado "Cervantes comenta el 'Quijote. Es un libro breve y claro, en el que, entre otras cosas, la primera parte del "Quijote" es contemplada desde la segunda. El autor indaga en los diálogos de los primeros capítulos de la segunda parte entre Don Quijote, Sancho y Sansón Carrasco, a propósito de cuestiones importantes del relato, desde la burla literaria y la relación con los libros de caballerías hasta el juego de la ficción del propio autor, quien, ironizando, no es quien dice ser. Daniel Eisenberg, en "Interpretación cervantina del Quijote, indica que existen precedentes en libros históricos y de caballerías del distanciamiento entre el autor y los narradores ficticios y los personajes independientes, añadiendo que "Cervantes hizo más amplio uso de estas técnicas, y Don Quijote las habría de popularizar. Sin embargo, el propósito de Cervantes no era esconderse tras una máscara o hacer progresar la literatura per se, sino formar a los lectores enseñándoles a reconocer narradores falsos". Cuestión que en la segunda parte a él le interesa mucho pues, había aparecido entre ambas la novela de Avellaneda. No obstante, y esto debe tenerlo en cuenta el lectura, la intromisión de Avellaneda preocupa sobre todo a Cervantes; Don Quijote y Sancho están encantados de anclar en los libros, tal como si ahora hubieran aparecido en un programa de TV.
El libro de Martínez Mata no intenta interpretaciones más o menos metafísicas, sino explicaciones. Explicar por qué la novela está escrita como está y no de otra manera, y, en qué medida, la segunda parte es algo más que una continuación, sino un comentario. Tal vez Cervantes haya sido el mejor crítico literario español de su época, que, corno narrador, propone escribir con estilo sencillo ("a la llana"), las palabras apropiadas y la sintaxis adecuada (con palabras "significantes", es decir, expresivas, honestas y bien colocadas). El "Quijote", en consecuencia, no es un libro raro, sino un libro sobre el que tal vez se ha escrito demasiado, por lo que no está de más libros breves y claros, en los que la obra literaria se considera como tal (en este caso, como una novela), sin la pretensión de "afirmar dogmáticamente hechos objetivos", como pedía Alarcos.
La Nueva España · 25 marzo 2016