Ignacio Gracia Noriega
Cuando el nombre humaniza a la vaca
Un gurka, en un cuento de Kipling, describe a los ingleses como unos tipos muy raros que no pegan a las mujeres y dan nombre a los perros. Dar nombre a los animales es un signo de civilización. Los animales que conviven con el hombre tienen su nombre propio, no sólo para distinguirlos y llamarlos sino para reconocer su personalidad, su individualidad. Conviene observar a los animales para descubrir que no actúan movidos por el instinto, una invención anacrónica como lo es referirse al "fondo" y a la "forma" en los terrenos de la crítica literaria. El perro y el gato, por citar a dos animales que convienen muy directamente con el hombre, saben distinguir y elegir, muestran sus preferencias por un alimento o por un lugar cómodo y tienen muy claro qué está bien hecho y qué está mal hecho, sobre todo después de una trastada. Se dirá que esos conocimientos son producto del aprendizaje. Un gato, por ejemplo, sabe que no debe arañar los muebles de la sala. Cuando mi gato "Pelle" los araña es porque quiere salir, si se le abre, se va tan contento a buscar gatas por los bosques y los caseríos; si no se le abre, sigue arañando.
Leo en “La Nueva España” la noticia de la presentación en el Club Prensa Asturiana del libro "Vacas y perros en el mundo rural de Siero", escrito por el profesor Ezequiel Martínez y la veterinaria Laura Rodríguez, que todavía no he leído pero que presumo que debe ser un trabajo muy interesante. En la obra se afirma que Asturias es uno de los pocos sitios en los que a los animales se les pone nombre y no son exclusivamente como máquinas de producción". Esto obedece a que, en la antigua Asturias rural, la cuadra se encontraba prácticamente dentro de la casa, por lo que se consideraba a los animales como de la familia.
Podríamos hacer una diferencia entre animales de interior y de exterior. Un cuento judío explica la artimaña del gato para quedarse dentro de la casa y enviar al perro al exterior, como guardián de la hacienda. Se supone que los animales de interior están más integrados en la familia; sin embargo, ni los pájaros en su jaula ni los pececillos en sus peceras tienen nombres. Y con los animales de la cuadra también hay categorías. Tienen nombre el caballo y la vaca, pero habitualmente no lo tiene el cerdo, que recibe el nombre genérico de "chon", ni las gallinas.
Un nombre muy frecuente de las vacas es "Marquesa" y para el gato "Micifuz", que es un cultismo. Lope de Vega en "La Gatomaquia" da nombre a todos los personajes gatunos, corno si fueran caballeros; procedimiento que sigue también Kipling en "El libro de la selva", y del que abusan ahora en los documentales televisivos sobre animales, en los que llamar a un tigre "Dick" o a una leona allamona" es un abuso de confianza. Me molesta cuando el documentalista se dirige con tanta familiaridad a animales tan independientes. Otra cosa que me molesta es que siempre, tarde o temprano, estos fieros carniceros acaban despiezando a dentellada pura a una gentil gacela. ¿Qué mentalidad tan sanguinaria ha invadido el mundo moderno, que cualquier película o documental son inconcebibles sin grandes dosis de brutalidad?
Don Juan Uría rechazaba que en Asturias se hubieran corrido toros, como refiere Laurent Vital en su crónica del primer viaje por España del futuro Carlos V, porque aquí había una sociedad pastoril. Sin embargo, había toros que embestían y hombres que sabían ponerse delante de ellos, no solo en Villaviciosa, sino también en Ribadesella, Liarles y San Vicente de la Barquera. Aquellos hombres y aquellos toros estaban en los pueblos, no los habían traído en camiones desde Salamanca. El toro de lidia es un caso clásico de animal con nombre propio; algunos de sus nombres quedaron registrados en los anales históricos, bien por su especialidad bravura, porque hayan sido indultados o porque hubiesen matado al matador, como "Islero", que acabó con Manolete.
Los animales con nombre son, generalmente, mamíferos superiores. En "Moby Dick" se considera una prueba de la singularidad de la ballena blanca que tenga nombre. En los casos de los caballos, gatos y perros, no hay sorpresa. El nombre del caballo es un motivo épico. "Pegaso" era el caballo de los dioses, "Janto" el de Aquiles, "Eritreo", "Acteón", "Lampos" y "Filogeo", los caballos del sol y "Bucéfalo" el imponente caballo de Alejandro. El de Calígula se llamaba "Incitatus", y le tenía en tal consideración que pretendió hacerle cónsul. En la España actual no le sería muy difícil ser diputado, y es seguro que se sentiría a sus anchas en el campamento de cangaceiros en que se ha convertido el Congreso.
Después del caballo está el perro. "Kavall" era el can de Arturo; Cipión y Berganza los perros que dialogan en la novela de Cervantes. "Crab" el perro más gamberro de la literatura universal (de "Los dos hidalgos de Verona" de Shakespeare); "Flush", el spaniel de Elizabeth Barrett Browning... Podría hacerse interminable la relación. Pero no debemos olvidar a Nerón, el valeroso perro del cuento "Los lobos" de Constantino Cabal o al "Quin" clariniano. Clarín, escribe pedante y sabiondillo donde los haya (tiene el pésimo gusto de comparar la agonía del gato de "Doña Berta" con el Ugolino de Dante), sin embargo, muestra atención hacia los animales. Por eso "Cordera" es la vaca más conocida de la literatura española. Mas a Clarín le falta cordialidad y le sobra resabio para escribir sobre animales, todo lo contrario que a Palacio Valdés cuando escribe sobre "Pichón", en "El potro del señor cura", o sobre el perro abandonado de "Un testigo de cargo" y Juan Ochoa cuando escribe con suave lirismo sobre un gato, unos jilgueros o una mosca.
Efectivamente: el asturiano demuestra, dando nombre a los animales o escribiendo sobre ellos, su sensibilidad.
La Nueva España · 30 enero 2016