Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Samaín, el hermano celta del Halloween

El origen común de las celebraciones otoñales relacionadas con los muertos, la oscuridad y los ciclos del pastoreo

En Mieres celebran el Samaín con festival de grafitis y talleres de decoración, conciertos, juegos de la rana y carreras de zancos y panoyas, y cantares de chigre, entre los que sin duda figurará la más internacional de las canciones chigreras, el "Asturias, patria querida".

Cabe preguntarse, eso sí, si en el neolítico había "chigres". En la epopeya de "Gilgamesh" aparece una taberna, luego si había tabernas entre los sumerios, ¿por qué no iban a tenerlas los celtas? Otra cuestión interesante es que se plantea el samaín en oposición al Halloween, sin que hayan tenido en cuenta los inventores de esta fastuosa novedad que Halloween y Samaín son lo mismo, y que ambas festividades paganas son el equivalente a la festividad cristiana de Todos los Santos. Las tres fiestas o la misma son el recordatorio de los muertos y de celebración de la oscuridad ante la proximidad del invierno, y su significado es fundamentalmente religioso.

No se vaya a creer ahora que por celebrar Samaín se es más laico y menos consumista que quienes celebran Halloween, principalmente en los grandes almacenes del otro lado del Atlántico. En realidad, Halloween no es una chuscada "divertida" (como se dice ahora), propia de adolescentes rijosos en películas de semi-terror sanguinario, sino la forma moderna del antiguo "Al-hallow Even", traducido como "Víspera de Todo lo Sagrado", de la misma manera que el Día de Todos los Santos es la Víspera del Día de Difuntos. Todas ellas son fiestas estacionales que no coinciden con los grandes movimientos de las estaciones ni de las cosechas.

Tanto las fiestas del 31 de octubre, (Halloween y Samaín), como la del 1 de noviembre (Todos los Santos), según Frazer, "no coinciden con ninguno de los cuatro goznes sobre los que gira el año solar, es decir, los equinoccios y los solsticios. Tampoco concuerdan con las épocas principales del año agrícola, la siembra en primavera y la recolección a principios del otoño, pues cuando llega mayo, hace ya tiempo que la semilla fue confiada a la tierra y en noviembre hace tiempo que la cosecha ha sido segada, los campos y los árboles frutales están desnudos y las amarillentas hojas caen revoloteando al suelo". En consecuencia, no son fiestas relacionadas con la labranza, sino con el pastoreo, pues en mayo saca el pastor los ganados a pastar la hierba fresca, y los recoge y estabula a comienzos del invierno.

Frazer observa que la festividad del samaín "proviene de una época en la que los celtas eran un pueblo dedicado principalmente al pastoreo, dependiendo su subsistencia de los rebaños". Conjetura que tal fenómeno pudo darse en toda Europa, "pues por todas partes la visión celestial del año, de acuerdo con los solsticios, iba precedida por lo que llamaremos división terrenal del año de acuerdo con los comienzos del verano y del invierno". Es claro que en Samaín (31 de octubre) se inicia el año nuevo celta. Beltain, el 30 de abril o víspera del 1 de mayo, comienza el verano, cuando se reanudan las grandes reuniones y las grandes ferias y los ganados abandonan sus cuadras después de la larga reclusión invernal, pasando entre dos hogueras para evitar posibles infecciones. El 1 de noviembre es el día de las últimas ferias, las de los Santos, que figuran entre las más importantes del año. Aún en algunas localidades asturianas había una prórroga hasta la antigua feria de Santa Lucía, pero a partir de ésta ya no volvería a haber ferias hasta la Candelaria.

En Asturias el proceso es un poco distinto al de los neo-celtas que pretender reinstaurar donde nunca lo hubo el pseudosamaín. Si Samaín es el año nuevo, en Asturias unos días más tarde, el día de San Martín (11 de noviembre) se cerraba el año agrícola, se pagaban las rentas y los foros y se abrían o cerraban las servidumbres. Todos los Santos anunciaba también la llegada del frío: "Por Todos los Santos, la nieve en los altos". Y con la oscuridad de los días más cortos del año, regresaba el recuerdo de los difuntos que viven en un mundo de tinieblas. Se trata de una festividad religiosa y fúnebre: pero no se crea que porque se llama "Halloween" en otras partes en las que se disfraza a los niños y se exhiben películas estúpidas, la "Víspera de Todo lo Sagrado" no lo es. En realidad, uno de los cultos más antiguos de la humanidad es el dedicado a los muertos. Bien es cierto que la sociedad hedonista niega la muerte y se resuelve el expediente haciendo agujeros en las calabazas y sacando a la calle a los pobres niños a decir tonterías como "truco" y "trato". De este modo, muchos se hacen la ilusión de que están en California o en Inverness y en realidad están en Mieres. El problema endémico de los españoles es que quisieran ser otra cosa: de ahí el separatismo o pedanterías como creer que están resucitando el samaín, cuando aquí nunca se celebró.

Los celebrantes del "nuevo samaín" más conscientes y "comprometidos", pues la mayoría irán allá por la "folixa" y a ver qué cae, supongo que se sentirán tan celtas como el andaluz Blas Infante se sentía moro. Incluso en algún lugar creo haber leído que Todos los Santos procede del samaín, pero eso es fantasear demasiado. La fiesta cristiana procede de la celebración de las festividades paganas de las Lemuriae o Remuriae, y espero que no se vaya a comparar a estas alturas el paganismo rústico y prehistórico de los llamados celtas con el paganismo civilizado de los romanos. Por lo demás, los celtas concebían el año de manera distinta a la nuestra, celebrándolo como ya hemos indicado, al margen de los solsticios y de los equinoccios.

Oimelec, en vísperas de la Candelaria . El año nuevo empezaba precisamente el 31 de octubre, con Samaín, que señalaba el principio del invierno, estación dominada por Cailleach. La fiesta se relacionaba con los muertos, con la oscuridad y con el entretenimiento de contar historias; porque si no se cuentan historias al lado del fuego, poco queda por hacer durante el invierno. El 31 de enero tenía lugar Oimelec, que espero que los asturianistas de pro asimilen rápidamente. Celebra la llegada de un invierno más suave, en vísperas de la Candelaria. Nacen los nuevos corderos, las ovejas dan leche y los días son más largos: pero todavía faltan por pasar los fríos y las grandes nevadas de febrero y marzo. Beltain, el 1 de mayo, señala el comienzo del verano: lo cual no deja de ser una ficción, porque en Asturias a veces el buen tiempo se retrasa hasta mediados de ese mes. Beltaine era la época propicia para los divorcios. Ahora se puede divorciar quien quiera cuando le de la gana. ¿Se dan cuenta quienes creen que los celtas vivían mejor que también estaban sometidos a leyes? Finalmente, el Lughnasadh o festival de pleno verano, cuando ya está recogida la cosecha del heno, y el trigo y la cebada todavía crecen, tiene lugar el 31 de julio. Todo es muy bonito, como se podrá comprobar, aunque no corresponde a nuestro año agrícola. Estas pedanterías tan elaboradas son obras de urbanícolas que aspiran a ser diferentes y a vivir en un pueblo que sea asimismo diferente. Celtas, pues, de gaita y tambor, un poco postizos y muy voluntaristas, que prefieren un paganismo prehistórico a una religión que resume en su grandeza toda la cultura de Occidente. Pero no seamos occidentales, sino celtas. Esta amena diversión no merecería comentario si no fuera porque en el mundo moderno, desde la electrónica a la etnología de feria, están decididos a que volvamos a las cavernas.

La Nueva España · 7 noviembre 2015