Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El primer otoño

El soleado contacto inicial con la nueva estación

Entra un otoño su con sol dorado y temperaturas agradables, con restos de esa calidez debida al sol que se va desvaneciendo en las nubes, y a los aires transparentes que anuncian el invierno con rocío nocturno. Estamos todavía en el primer otoño, pasados los días confortables del "veranillo de San Miguel", cuando la estación es en su plenitud "de nieblas y sazonada abundancia, íntima amiga del sol que todo lo madura", como en la oda de Keats. Por el día hay un sol que molesta pero que tarda en salir, después de lucha hasta casi el mediodía con la niebla, y por la noche desciende el rocío sobre las hierbas y las capotas de los coches, que es donde antes se nota, sobre todo en el campo. Cuando se puede escribir un aviso, una bienvenida y hasta un poema sobre la chapa del automóvil aparcado ante la casa es porque el otoño está ahí. Pero en realidad, el rocío es habitual de nuestras noches a partir de agosto, por lo que, no sin razón, se decía antes: "Primer día de agosto, primer día de invierno" y también: 'Agosto, en el rostro". Naturalmente trata de una exageración, porque agosto es el mes más tórrido del año (el equivalente a febrero, que es cuando la nieve desciende a los valles), sobre todo cuando viene acompañado de lluvias y predomina el Sur. El viento del Sur es el más desagradable de todos los que soplan en nuestra tierra. No trae nada bueno y produce un bochorno pegajoso e irrespirable, y cubre el cielo de nubarrones que impiden ver a una mínima distancia. Por lo que Sur es el peor viento para mirar el paisaje en Asturias, a diferencia del benéfico Nordeste, que limpia los cielos, despeja los horizontes y da nitidez a los paisajes. Por fortuna, los días de bochorno son escasos, pero en ellos nuestra tierra se parece a un país tropical. Se lo oí decir a un misionero dominico que estuvo de misionero en Tonkin hasta que llegaron los comunistas y tuvo que salir por pies: "Si no fuera porque refresca por las noches y solo tenemos media docena al año de días verdaderamente bochornosos, Asturias se parecería al sudeste asiático". La fertilidad casi tropical es una de las características de esta tierra, en contraste con su aspecto nórdico y frío, según se la mire, y en qué estación y desde dónde. En el siglo XVIII, el P Carvallo, con entusiasmo tal vez exagerado, ponderaba la extraordinaria riqueza de la tierra asturiana, la abundancia de sus frutos, etcétera: produce avellanos, castañas, nogales, cerezos, madroños, prunos, membrillos, higos, robles, hayas y otros árboles, y en las tierras que riega el río Narcea vino; los perniles y los tocinos de los cerdos asturianos ya habían sido ensalzados por Estrabón; la manzana es tanta que no pudiéndose gastar toda, sacan de ella sidra, y además hay peras, castañas, guindas, melocotones, piescos, todo género de nabos, legumbres y hortalizas y mucho pasto para los ganados y en los montes y bosques se encuentran osos, jabalíes y venados "de linda carne", en el aire hay perdices, palomas, garzas y faisanes y toda clase de pájaros y en los ríos salmones, truchas, lampreas, anguilas, reos, sollas y otros pescados de agua dulce, mientras que de los del mar "dicen que el mejor (pescado) de todo el mundo". En fin, ésta debía ser la tierra de la abundancia, pero en el siglo XVIII otro eclesiástico, Felpo, señala que el alimento del labriego en Asturias y Galicia, tierras que conocía bien, "es un poco de pan negro acompañado o de algún lacticinio de alguna legumbre vil, pero todo en tan escasa cantidad que hay quienes apenas un vez en la vida se levantan saciados de la mesa". ¿Por qué "apenas una vez en la vida" y con qué motivo? Feijoo no lo dice, por lo que debemos suponer que se trata de un "lapsus", y que donde escribió "una vez " debería haber escrito "pocas veces".

José Vasconcelos, que después de ganar la presidencia de México en las urnas tuvo que salir de su país corno el misionero de Tonkin a consecuencia de un clamoroso "pucherazo" del que surgió el PRI, partido revolucionario institucionalizado, compadre del gonzalato, vino a vivir a Gijón y su visión de Asturias estaba más cerca de la exultante del Carvallo que de la sombría de Feijoo: "Empezaban a madurar las manzanas y nos tocó espinacas, pimientos, ajos y lechugas. No hay idea de la fertilidad de la tierra asturiana. Es negro el humus, llueve mucho en la comarca y los caños de riego están siempre desbordando. El que servía de lindera nuestra finca nos daba a pescar angulas gruesas y largas". Vasconcelos se sintió muy a gusto en Asturias hasta que en octubre de 1934 estalló la revolución en las cuencas mineras, por lo que pensó que la España republicana empezaba a parecerse más de la cuenta a México, así que hizo las maletas y con muy buen sentido marchó marchó a un lugar seguro, a Nueva York.

Ahora que tanto se habla de cambio climático, como si combatirlo se tratara de una acción de signo progresista, no se suele tener en cuenta que el clima cambia continuamente, de un día a otro, de estación en o estación, de año en año, de siglo en siglo. Si tenernos en cuenta las observaciones del viajero inglés Joseph Townsend, que recorrió la zona central de Asturias en 1786, es preciso admitir que las estaciones de entonces no son como las de ahora, ya que anota que "en mayo, junio y julio escasean los días soleados; en cambio, en agosto y septiembre es raro ver una nube" a lo que comenta Tolívar Faes: "Lo raro es que el autor caiga en tal exageración cuando él mismo nos informa de haber cogido una mojadura yendo a caballo en el lluvioso día 21 de agosto". Pero en la actualidad, en agosto no son frecuentes los días despejados que caracterizan a los primeros días del otoño. Al comienzo de esta estación, los cielos son claros y los horizontes amplios. Este año, sin ir más lejos, llovió muy poco en lo que va de otoño, salvo un día que fui a comer a Ribadesella con Begoña y Monchu Bances y la lluvia formaba tan espesa cortina que apenas se veía la carretera. Esta lluvia fue bebida con avidez por la tierra y muy buena para las setas, que empezaron a brotar. El otro día, en el monte Cayón, y encontré un prado lleno de boletus.

Según Towsend, y en eso no exagera, "esta comarca montañosa, limitada al Norte por montañas cubiertas de por el golfo de Vizcaya y al Sur nieve, es templada y generalmente húmeda. El viento del Nordeste es seco y se acompaña de cielo despejado; pero con los demás vientos el cielo queda cubierto de nubes. El viento Norte causa tempestades y el viento Oeste está en todo tiempo cargado de la humedad del océano".

Y una tarde de otoño, después de un día soleado, vemos volar las hojas de los árboles y hacia el Oeste el cielo toma un olor azul oscuro y se pone a llover. Vemos los árboles que empiezan a amarillear al otro lado de los cristales salpicados por la lluvia. Llega el tiempo de las poderosas viandas otoñales, de volver a Noreña a comer callos con Gómez Fouz y Chema Fernández. El "desarme" está a la vuelta de la esquina, y con él empieza la temporada de los callos. Recordamos los grandes desarmes que se reparaban en el bar Cantábrico y que hoy podemos seguir estando en El Puente, a la entrada del Naranco, donde Noemí en la cocina y Javi en el bar comedor mantienen la escuela de Covadonga y Pepe Velasco. Es un "desame" prodigioso, con todos sus santos atributos. Y mientras damos la bienvenida al otoño maduro, de los bosques rojos y las nubes bajas, la lluvia continúa repiqueteando en los cristales y el cielo oscurece poco a poco muy lentamente. El otoño responde a nuestro saludo con leve estremecimiento.

La Nueva España · 25 octubre 2014