Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Las verbenas

La riqueza festiva de San Juan a San Miguel, de las cerezas a los higos

Por San Juan termina la serie de los luminosos santos del final de la primavera: San Antonio, Santa Hita, San Fernando, por cuyos días se plantan "hogueras" (el nombre que reciben en la comarca oriental de Asturias los "mayos" o árboles plantados en medio de la aldea como ofrenda floral, aunque, a pesar de ser "hogueras", no se queman) y se enraman las fuentes. San Pedro y San Pablo, aún cuando pueden considerarse como prolongaciones de San Juan, pertenecen a otro ciclo: no son santos de la vegetación, de los fuegos ni de las aguas, sino más bien, los porteros del verano. Como es sabido, los antiguos distinguían entre verano y estío, Mil Hit w también en la época clásica las estaciones eran dos, invierno y verano, o, si prefiere, "estío" y "hieme".

Con San Pedro y San Pablo, santos ya de pleno verano, con su punto solar, sucede una cosa curiosa: son dos santos importantísimos dentro del Santoral católico, San Pedro en su triple función del principal de los Apóstoles, primer Papa o vicario de Cristo y guardián de las llaves del cielo, y San Pablo como el ideólogo de la nueva religión cristiana, como el hombre lúcido que entendió que los seguidores del Crucificado debían abandonar Jerusalén y el clima asfixiante de las sinagogas y trasladarse a Roma para extenderse por el mundo conocido desde la capital del mundo. En la "Historia de la filosofía" de Bertrand Russell hay una ilustración que representa a San Pablo con el pie: "Pablo de Tarso, inventor del cristianismo", lo que hace cincuenta años producía cierto escándalo en los ámbitos académicos. La mala fama de Russell fue en aumento entre las personas de orden al presidir el llamado "Tribunal Russell", en el que estaba presente toda la progresía universal de la época con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la cabeza, y que pretendía ser una especie de Tribunal de Nuremberg que juzgaba los "crímenes de guerra" cometidos por uno de los bandos que combarían en Vietnam: mas corno las condenas dictadas por este tribunal eran de carácter moral, no tuvieron ningún efecto práctico, y sólo demostró que, para ciertos ideológos, en un bando sólo hay ángeles y el otro solo demonios.

A pesar de ser San Pablo tan importante, y de mayor substancia histórica e intelectual que San Pedro, en lo que a la devoción popular se refiere en Asturias, San Pablo es casi insignificante si lo comparamos con San Pedro, celebrado en numerosas parroquias asturianas y de manera muy especial en Cudillero, la villa marinera que le da a su santo patrón el tratamiento de almirante. Antes, el marinero que recitaba la amuravela iba ataviado de almirante, pues se dirigía a un igual, con el sable en una mano y en la otra un tricornio adornado con plumas, según recuerda Enrique Rendueles. Más adelante, el inolvidable Totó renovó (y ¿por qué no decirlo?, democratizó) la indumentaria del recitador, pre-sentándose ante el auditorio con el sencillo traje azul mahón del marinero.

San Pedro es el gran santo del mar en Asturias, por ser el patrón de la localidad marinera por excelencia. Pero también es un santo rústico, al que, corno escribe Elviro Martínez, "llegaban los ecos festivos de San Juan" corno el enrame de las fuentes:

Enramástame la puerta la víspera de San Pedro; ¿no sabes, galán del alma, que estaba en San Juan primero?

Con lo que se indica un cierto rango entre dos santos principales: el enrame por San Pedro no pasa de ser una secuela sanjuanera. La gran riqueza festiva y folclórica entre mayo y San Juan termina con el solsticio de verano, aunque ramificándose con una serie de celebraciones en las que persisten algunos elementos sanjuaneros que poco a poco son sustituidos por otros propios de la estación de la siega en algunas comunidades rurales, que es donde mejor se conservan estas cosas. A pesar del minifundio, Asturias también es tierra de siega, y se dieron casos de segadores asturianos que se desplazaban a Castilla con su hatillo y guadaña para segar tierras ajenas. No obstante, al lado de la precisa caracterización del ciclo del final de la primavera con su culminación en San Juan, las fiestas del verano se prestan a cierta confusión, debido en parte a la presencia de elementos extraños, corno lo son los veraneantes en las localidades costeras. Estos elementos extraños unifican las fiestas, empobreciéndolas, y las antiguas celebraciones, que tenían un sentido se convienen en atractivos turísticos, en un "folklore de consumo" de poco valor etnográfico, ya que la esencia de la fiesta se pierde cuando se hace pensando en el turista. Por lo demás, al turista ese folklore unificado y "batua", por así decirlo, le aprovecha poco, ya que como muy bien observaba Gobineau, para apreciar el folklore hay que ser del lugar donde ese folklore se produce: que es lo mismo que decía el conde de los Andes sobre cocina. Para sacar partido de la cocina china hay que ser chino y de la turca, turco.

Comienza ahora un ciclo fiestero que va desde San Juan a San Miguel, es decir, desde las cerezas a los higos. Con motivo de la fiesta del gran santo del mar de Asturias, de San Pedro, ya empiezan a llegar los primeros bonitos. El verano ha entrado con el esplendor de sus frutos, esperemos que no sea demasiado bochornoso.

Por todas las aldeas se celebran verbenas. Caro Baroja precisa que "para un español de ciudad en general la palabra verbena tiene casi una significación. Es un regocijo público, con motivo de fiesta primaveral o veraniega más bien nocturno que diurno... Pero originariamente se llamó verbena única y exclusiva a aquella clase de romería en que se vendían y antes de recogían plantas de verbena y por antonomasia, en un tiempo, la "verbena" fue la de San Juan". Con la verbena también se recogían albahacas, valerianas y otras hierbas y flores aromáticas. Covarrubias la define como "yerba conocida, por otro nombre dicha sagrada, o por el mucho provecho y remedios que della se sacan o porque en los sacrificios usaban della, con la cual también se lustraban y purificaban las casas". En la actualidad, "verbena" no es más que una fiesta rural, que resiste gracias al entusiasmo de algunos vecinos al empuje de las urbanas "discoteques". La juventud acude a las verbenas un poco por cumplir una especie de ritual que no comprenden. Otra cosa que tampoco se comprende es por qué los animadores de las verbenas tienen que poner la música cuanto más alto pueden ni por qué ha de prolongarse el jolgorio hasta las seis de la madrugada. ¡Y si hubiera jolgorio! Pero al final solo quedan cuatro infantes muy contentos porque ese día pueden trasnochar a su gusto y una animadora que canta mal, y sacando fuerzas de la flaqueza, intenta animar al personal más bien mustio y aburrido. Y los vecinos, en sus casas, sin poder dormir. ¿No sería posible que en este país en el que reglamenta todo y muy poco se as cumple, las "verbenas" pudieran acabar a una hora razonable? Porque bien está que no duerman "los que en la danza están"; pero imponérselo a quienes están en la cama, temo, un poco excesivo.

La Nueva España · 5 julio 2014