Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Fuegos y aguas de San Juan

La fiesta del solsticio de verano, un elemento común en todos los pueblos

La fiesta de San Juan, celebrada bajo el solsticio de verano, es común a toda Europa, donde el cristianismo, con sus variantes católica, protestante y ortodoxa, es la religión de todos sus pueblos, desde Finlandia a Sicilia y desde Portugal a Rusia. Pero de que también se celebren fiestas por las mismas fechas entre los mahometanos del norte de África, Frazer deduce que “el festival solsticial es por completo ajeno de la religión que el pueblo profesa públicamente y constituye la reliquia de un paganismo anterior”. Es evidente que se trata de un culto solar, entre nosotros prerromano (como es natural) y su origen pagano no se le escapaba a San Agustín, que escribe: “Es una costumbre pagana. Ya sé que la habéis cristianizado, pero el humo sigue siendo pagano”.

Julio Caro Baroja observa que “San Juan Bautista ha sido el santo que, por motivos que no están del todo claros, ha recibido un culto más intenso entre todos los pueblos cristianos de Europa, y su festividad, que coincide con el período del solsticio de verano, ha heredado una serie de prácticas, ritos y costumbres que, a lo que parece, eran propias de una o varias festividades precristianas, extendidísimas en todos los países de habla indogermánica y aún entre otros que no lo eran”. Una vez establecida su condición solar y precristiana, de la que nadie duda, pone en guardia “avant-la-lettre” contra el laicismo progresista actual, que en un intento un poco ridículo de instaurar el nuevo paganismo, pretende llamar a la Navidad la “fiesta de invierno” y a San Juan la del “solsticio de verano”, aclarando que “preferir, de todas suertes, decir que estudiamos ‘las fiestas del solsticio de verano’ en vez de las de San Juan, es proceder un poco de ligero, puesto que el Bautista y el bautismo han dado al conjunto de aquellos ritos un hondo significado cristiano popular”.

Tres ceremonias especiales caracterizan estas fiestas, relacionadas todas ellas con el fuego: encender hogueras en lugares altos, las procesiones nocturnas con antorchas y la rueda encendida lanzada a rodar ladera abajo, significando que el sol, tras alcanzar su altura máxima en la elíptica, comienza su cíclico descenso hacia el invierno. Encender fogatas es también propio de la Navidad. Si en el solsticio de verano se celebra el sol en su momento de máximo esplendor, en el momento de su mayor decaimiento invernal se encienden las fogatas para reanimarle y que no se apague. Pero las otras dos ceremonias son característicamente sanjuaneras. Una variante de las fogatas es que los mozos las salten, con un sentido mágico, pues cuanto mayor sea el salto, más crecerán el lino y el cáñamo. También, a quien salte no le dolerán los riñones aunque siegue todo el día prados en declive. En algunos lugares se encienden fogatas en los cruces de caminos con nueve clases diferentes de leña y en otros se echa hongos venenosos al fuego para contrarrestar a los duendes, porque esa noche de maravillas se abren las montañas en las que los espíritus de la tierra tienen su morada. Como con el canto del cuco, las hogueras se relacionan con la vida y la muerte. En Bohemia, la moza que contempla nueve hogueras esa noche y la que en Bretaña baila alrededor de nueve fuegos solsticiales, se casarán dentro del año mientras que en Ambras, aquel que se lave en tres fuentes distintas verá a los que van a morir el año siguiente. En Bélgica se guardan las cenizas de la hoguera como protección contra incendios y en Escocia los pastores dan tres vueltas alrededor de los rediles con antorchas encendidas y mirando en la dirección por la que sale el sol.

En Asturias, las celebraciones sanjuaneras son más acuáticas que ígneas. El santo es el más venerado del calendario astur; según Enrique Gra.-Rendueles: “Entre los nacidos de mujer, nadie como San Juan Bautista. Es el gran santo, el Precursor. Su verbena, la más importante del folklore de Asturias”. El nombre de San Juan, con esta forma o con la de Santianes, Santibanes, etcétera, es el más repetido de la toponimia, junto con el de San Martín, que no es una celebración solar, sino jacobea (era el santo patrono de los peregrinos franceses, por lo que su nombre se encuentra esparcido a lo largo de todo el Camino). Las maneras de celebrarlo son múltiples, y de alto contenido poético; el bueno de Gra.-Rendueles enumera: “Se coge la flor del agua, se enraman las fuentes, se abren las minas, muestran las xanas sus tesoros y hasta hay quien ve luz en las hogueras la gallina de los huevos de oro, se canta ‘A coger el trébole’ y feliz se considera el que halla en el de cuatro hojas cuando sale a la hora de tomar la leche; en las ventanas de las casas, los ramos floridos o los cuernos pintados hablan a las mocitas de los amores o desdenes de sus galanes”.

En el occidente de la región se dice que se ven a través del mar los reflejos de las hogueras de Irlanda; pero esta leyenda tal vez sea apócrifa. De todos modos, aunque la Asturias rural está en trance de liquidación, en muchos jardines se encienden fogatas nocturnas, que no sé si no serán reprimidas y multadas por el “gran ojo” del helicóptero gubernamental que a todos nos vigila. “El culto de las aguas tiene en la fiesta de San Juan una de sus más brillantes representaciones, escribe Caro Baroja. Las aguas del mar de un lado, las de las fuentes y los ríos de otro, y por último el rocío, se cree que en esta fecha poseen virtudes especiales de que no disfrutan el resto del año”. En Suecia se cree que las aguas de la noche de San Juan son medicinales. También en Asturias, y de manera muy concreta cura la sarna quien se revuelca en la hierba cubierta de rocío cuando las campanadas de la noche de San Juan. Esa noche, todas las fuentes, manantiales, torrentes y ríos del mundo llevan en sus aguas una gota del río Jordán. Entre los vaqueiros, los efectos curativos se le atribuyen al fuego, y al dar las doce, ahuman a los niños y a los ganados con los humos de hogueras hechas con helecho, sándalo, hinojo, laurel bendito y, según Acevedo, con dos cagajones de cerdo. Los materiales para quemar en la hoguera mantienen viva la fiesta, según se declara en la Danza de San Juan cuando la letra cobra un tono melancólico porque “ya en la foguera no hay que quemar” y “ya las estrellas a metese van”: no obstante, se sigue invocando al Señor San Juan y se dan vivas “a la danza y a los que en ella están”. Reparemos en que tanto la fiesta de Navidad como la de San Juan son nocturnas. Con la llegada del día se reparan fuerzas después de la noche de jolgorio con sopas de ajo.

El agua de San Juan fluye de noche. A las doce el santo bendice las aguas y se coge la flor del agua, que es, según Giner Arivau, “la mejor del agua, la primera capa de agua sobre la que ha caído al bendición del santo”. Entonces las xanas lavan sus ropas y las tienden al rocío y se enraman las fuentes. Si en ese momento se echa un huevo en un vaso de agua, por la mañana, aparece un velero con las velas desplegadas: tal vez el mismo que vio el conde Alarcos cuando se acercó a la orilla del mar la “mañanita de San Juan”.

Y la mañana de San Juan, baila El sol. Creencia que fue desautorizada por Feijoo, alegando que ese mismo baile se puede contemplar al amanecer de cualquiera otra mañana clara y serena. A veces razonar las cosas anula la poesía.

La Nueva España · 21 junio 2014