Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Por nuestro bien

La felicidad y la abundancia de leyes

El Corán es el libro más normativo que existe, más que nuestra Biblia. Todas las normativas, religiosas o laicas, acaban sirviéndose de la vara de medir para determinar hasta dónde se puede llegar y hasta dónde no, antes de agarrar la vara de pegar para utilizarla contra los que incumplen la ley, y así, en la sura 5 se determina que quien se disponga a hacer la azalá tiene que lavarse la cara y los brazos hasta el codo y los pies hasta el tobillo, de modo que lavar solo el antebrazo no vale como no vale lavar las plantas de los pies y no el tobillo. Estas precisiones tan exactas recuerdan a las actuales normativas de carácter prohibitivo con las que un día sí y al día siguiente nos abruman, siempre «por nuestro bien», no lo olvidemos, los sabios rectores de esta democracia. Insiste el Corán en que los que salen de hacer sus necesidades o han estado con mujeres, deben lavarse con arena limpia en lugar de hacerlo con agua, y están obligados a pasar la arena por el rostro y las manos. Y añade el libro sagrado esta precisión digna de un legislador del tiempo presente:«Dios no quiere imponeros ninguna carga, sino purificaros y completar su gracia en vosotros. Quizás, así, seáis agradecidos».

Las actuales legislaciones y hasta el calendario socialdemócrata tienen una raíz religiosa que revela muy poca imaginación y la falta más elemental de ocurrencias de los grandes artífices del laicismo y de la modernidad. Quieren eliminar el calendario católico y en lugar de cambiar los nombres de los meses como en la época de la revolución francesa, están decididos a sustituir el Santoral por expresiones y formas de la «corrección política» más contrastada, y así se está intentando instaurar hasta, en pleno exceso alucinatorio, el Día de la Felicidad, que se celebró hace pocas fechas, aun cuando Gustavo Bueno demostró con sobradas razones que esa felicidad a la que ellos aspiran no existe. El dialecto que se está instaurando a causa de esto es más bien sonrojante, y yo supongo que tendrá tanto porvenir como lo tuvo hace un par de siglos llamar a los meses Floreal, Germinal y Brumario.

A lo largo de la historia, el hombre fue capaz de sobrevivir con pocas leyes pero precisas y de cumplimiento obligatorio. El grave problema fue cuando a algunos iluminados se les ocurrió que el hombre podía ser más feliz si se le anegaba de leyes de todo tipo; tantas llegó a haber que Napoleón decía jocosamente que era un milagro que no nos hubieran ahorcado a todos.

Tantísimas leyes es cosa de desocupados, de regímenes burocráticos que siempre acaban tendiendo a la dictadura porque en algo deben tener ocupados a los funcionarios, o bien en controlar al vecino o en discurrir procedimientos para que el vecino pueda ser controlado. Todo esto es fruto de la observación del desocupado. Estamos llegando a una situación en la que el Estado no solo está dotado de esa sabiduría suprema que le permite dictar sobre lo divino y humano, sino que reprime las desviaciones con grandes perjuicios de las economías privadas y notable incremento de las cajas públicas. Algunas leyes son intelectualmente desinteresadas como la de la asturianía que se está fraguando, por medio de la cual los socialistas se disponen a controlar más a los asturianos de ultramar y para la que piden colaboración y voto a su manso «sparring», el partido de «centroderecha», cuyo único cometido es impedir que gobierne la derecha en Asturias.

Es meritorio, laudable, el empeño de combatir políticamente el tabaco y los accidentes de tráfico. Si los sucesivos gobiernos hubieran puesto la mitad de su esfuerzo en combatir la corrupción y en poner en su sitio el separatismo, en este momento otro gallo nos cantaría. Espero que recuerden la última página de “La Nueva España” del 21 de marzo, donde se comenta y resume la nueva reforma de la Ley de Tráfico, que hace la número 18 de esta democracia. Dieciocho leyes en menos de cuarenta años es, sin más, un exceso absurdo y una demostración de la incompetencia de los legisladores, que basan toda su ciencia en dos principios: prohibir y amenazar. Si los coches no pueden circular a más de 120, no creen áreas en las que se puede circular a 130. Ya sabemos todos que la velocidad es muy mala (peor que el tabaco y más letal). Pues bien, habida cuenta que se fabrican coches que desarrollan velocidades superiores a los 200 kilómetros, prohíban esos coches de la misma manera que prohibieron el tabaco, y para que no haya tentaciones, no den publicidad y promocionen las carreras de coches de la misma manera que han convertido el boxeo en un deporte proscrito y ya no se hacen películas ni obras de teatro en las que los actores fumen. Ahora va a ser obligatorio que los niños que montan en bicicleta usen casco, b0uen negocio para los fabricantes de cascos, lo mismo que para los que fabrican «sistemas de retención infantil», obligatorios de acuerdo con un muy estudiado sistema de pesos y medidas. Tendrán que ir atados a la sillita los que midan hasta 1,35 metros. En cuanto a la obligatoriedad del casco, es posible que sea inminente también su imposición a los peatones, por si cae alguna teja suelta. Todo esto es muy meritorio. Se hace «por nuestro bien» y me emociona cuánto nos quiere el Gobierno y se preocupa por nuestra felicidad. Pero, ¿no sería mejor que de nuestra felicidad y de nuestro cuidado nos ocupáramos nosotros mismos? La felicidad no es igual para todos y no todos los individuos requieren los mismos cuidados. Tanta preocupación «por nuestro bien» tiene la contrapartida de la intromisión en nuestra privacidad. Nunca estuvo el ámbito privado tan controlado como ahora; y eso tal vez sea democracia, pero de ningún modo es libertad.

La Nueva España · 29 marzo 2014