Ignacio Gracia Noriega
San Antón, fiesta de invierno
La festividad en honor del patrono de los animales se ha convertido en una de las celebraciones más representativas de la época más fría del año en buena parte de la región
Hace casi cuarenta años publiqué en este periódico un artículo titulado «Los santos gastrónomos», referido a tres santos muy populares en Asturias y vinculados en algunas localidades (San Martín en Sotrondio y Moreda; San Antón en La Foz de Morcín y San Blas en Proaza) a la revitalización de un plato perteneciente a la cocina tradicional asturiana que estaba a punto de perderse: el pote de nabos.
De hecho, en establecimientos públicos, el pote de nabos sólo se servía en las localidades mencionadas con motivo de la festividad del santo patrón, salvo en Moreda, donde el menú emblemático de ese día es la fabada. Los tres santos, por tanto, están relacionados con un ritual muy característico y muy importante en la aldea asturiana, el de la matanza del cerdo, que se inicia hacia mediados del otoño, por San Martín (de donde viene el dicho: «A cada cerdo le llega su San Martín») y se prolonga hasta mediados del invierno, pasado San Blas. Aunque en este aspecto San Martín y San Antón son santos contradictorios, o cuando menos representan intereses opuestos, ya que San Martín (el santo más presente en la toponimia asturiana, patrono de los peregrinos franceses a Santiago de Compostela, lo que evidencia que también por Asturias pasó un «camino francés») es el santo de las matanzas y por su día los cerdos empiezan a caer bajo la cuchilla del matachín y San Antón es el protector de los animales domésticos y de manera muy particular del cerdo, en cuya compañía se le representa habitualmente. De estos «santos gastrónomos», San Blas es el más «apagado», por así decirlo, por su proximidad a la Candelera o Candelaria, celebrada el 2 de febrero (San Blas se celebra el día 3), en la que, tradicionalmente, se bendecían las candelas, que una vez benditas se conservaban en los hogares.
Una vez más encontramos una fiesta de velas encendidas, como la Navidad, aunque en ésta los fuegos se encienden para revitalizar el sol exhausto de finales de otoño y por la Candelaria encendiendo fuegos se confirma su recuperación. Se supone que la Candelaria es el fin del invierno, aunque todavía queda mucho invierno por delante. Según una leyenda, el oso ha concluido ese día su período de hibernación y asoma la nariz: si encuentra buen tiempo, sale; si, por el contrario, hace mal tiempo, regresa a la cueva para continuar su sueño invernal. Por la Candelaria se celebraba en Oviedo «la romería de las naranjas» frente al convento de San Pelayo, descrita por Palacio Valdés en «La novela de un novelista», y en Pola de Siero se ejecutaba una danza, según don Enrique García-Rendueles, «de protección del hombre a la mujer».
En Proaza existe la tradición de que el día de la Candelaria es el único en que los niños del Limbo venla luz, porque tal día llega hasta ellos el reflejo de los cirios que se encienden a la Virgen; también la de que si se le echan huevos a una gallina ese día, no perderá ningún huevo el resto del año. El pote de nabos presenta la peculiaridad de llevar pavo, lo que le da un tono distinto de los de Sotrondio y La Foz. San Antonio Abado San Antón tal vez no disfrute de la popularidad de su homónimo San Antonio de Padua entre nosotros y en Portugal San Antonio de Lisboa, patrono de las cosas perdidas, y, por extensión, santo casamentero como nuestra Virgen de Covadonga, sobre quien es la copla:
La Virgen de Covadonga tiene una fuente muy clara la moza que bebe de ella dentro del año se casa.
Pero en Asturias, evidenciando sin duda un mundo pastoril, la devoción a San Antón, patrono de los animales, está muy extendida. Es un santo de gran presencia literaria: ni más ni menos que el eremita de «La tentación de San Antonio» de Flaubert, aunque aquél había de lidiar con una zoología fabulosa en la que no faltaban los cinocéfalos, el catoblepas y el basilisco, en tanto que al rústico San Antón le acompañan los amables animales domésticos. Resurge la antigua costumbre de bendecir a los animales en su día, mientras es fiesta mayor en Moreda, Caleao, Perlora y Abandi, Picones, Sarceda (en Santa Eulalia de Oscos) y en La Foz de Morcín. La fiesta va unida a especialidades gastronómicas. El pote de nabos, les casadielles y el queso de afuega’l pitu se han extendido al resto de la región y aun fuera de ella, convirtiéndose San Antón en una de las fiestas más representativas del invierno asturiano.
San Antón es una fiesta de invierno situada entre Navidad y Carnaval, pero con características propias, pues no presenta rasgos navideños ni carnavalescos: no hay aguinalderos ni disfraces con máscaras y pellejas de animales. En La Foz de Morcín hubo aguinalderos que, según me comunica José Antonio Martínez Allende, el popular «Jama», entonaban coplas que todavía se conservan, pero no se han trasladado al día de San Antón. Según Caro Baroja en «El Carnaval», por San Antón, celebrado el 17 de enero, un mes después de las Saturnalia, se efectúan ritos destinados a preservar la salud de los animales, principalmente los ganados de cerda. Pero el aspecto carnavalesco que esta fiesta tenía en Madrid, donde se elegía un rey de los puercos y otro rey de los porqueros, no existe en Asturias, y si algo hubo, se ha perdido. El cerdo tiene importancia como compango de los nabos, a los quedan colorido y gusto los chorizos, las morcillas, los morros y las orejas. En lo demás, la fiesta, mantenida por los miembros de la sociedad «La Probe», tiene un aspecto religioso, con misal, que este año dijo don Nicanor López Brugos en recuerdo de su amigo e inolvidable párroco de La Foz durante más de medio siglo José Manuel Valle Carbajal, y un aspecto civil, con el desfile de los miembros de la Cofradía de los Nabos con sus capas, monteras piconas y condecoraciones, ambos aspectos bien definidos. Antiguamente, la fiesta duraba quince días, pues comenzaba el día de San Antón con el pote de nabos y les casadielles, y después, los mozos subían en grupos monte arriba hasta Busloñe, donde el 20 de enero se celebra San Sebastián de Morcín, y como el humor y las ganas de fiesta no faltaban, los más aguerridos, atravesando la sierra del Aramosin que los volviera atrás la nieve, bajaban hasta Proaza, donde es San Blas el 3 de febrero. En este monte enlazaban, montañas por medio, dos de los «santos gastrónomos» asturianos, San Antón y San Blas, de inconfundibles rasgos populares y rurales.
La fiesta de San Antón o de los Nabos se continúa celebrando como hace medio siglo. Sólo han cambiado algunos establecimientos y han muerto muy buenos amigos. Ya no está en la plaza el bar de Cacherín y no se comen los nabos en lo de Gerardo Nava, cuya entrada al bar estaba por debajo del nivel de la calle y allí reinaba Gerardo con madreñes, blusón azul de tratante y gafas, mientras Elena hacía maravillas en la cocina.
El comedor estaba en el piso y los abrigos, bufandas y sombreros se dejaban en la cama de una habitación situada entre la escalera y el comedor, en el que se comía por estamentos: los curas, con el gran párroco don José Manuel, en una mesa, las autoridades civiles en otra y la Guardia Civil en fila en una mesa que dominaba el resto del comedor y con las espaldas contra la pared. Tiempos aquéllos que parecen lejanísimos y fueron ¡ayer! Rodeado de montañas y a la orilla de un río bullidor de aguas claras, La Foz conserva una gran tradición gastronómica, la del pote de nabos, y ha hecho prestigioso uno de los grandes quesos artesanales, el de afuega’l pitu.
La Nueva España · 25 enero 2014