Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Huertas y montañas

En el puerto de Pajares hay mucho tráfico y los pueblos de León se vuelven a llenar de asturianos que van «a secar» a Castilla, esta vez por la salud de su economía

No todo van a ser playas. Los asturianos de no hace tanto tiempo, sobre todo los de la zona central, aprovechaban el verano o una parte de él para ir «a secar» al norte de León o de Palencia, y así nos encontrarnos con que Villamanín está llena de asturianos y en los bares se recibe «La Nueva España». Lo de «ir a secar», cuyo complemento en las Cuencas era el veraneo del «sábanu» en la playa de San Lorenzo de Gijón era muy recomendable dadas las humedades habituales de Asturias durante todo el año y decayó cuando los españoles se hicieron todos ricos de repente y se fueron de veraneo a Cancún. Mas la famosa crisis puso las cosas en orden, cuando menos el cosmopolitismo menestral, demostrando que más vale «secar» que «quedar frito». Y así existen una serie de localidades leonesas -la mencionada Villamanín, Mansilla de las Mulas, Hospital de Órbigo...- a las que nuestros paisanos, muchos de ellos amigos nuestros, marchan «a secar». Antes se llevaba a «secar» a los niños y ahora «secan» también los mayores, debido a que antes sólo tenían vacaciones los niños ahora las tiene todo el mundeo, excepto los que están en el paro, los jubilados y los prejubilados.

Oviedo, por lo demás, es la capital del verano asturiano. Indiscutiblemente. Hace veinte o treinta años Oviedo se quedaba vacío el mes de agosto, los bares cerraban, se podía aparcar donde se quisiera Ahora, a finales de julio y en agosto, aparcar es un problema como en el invierno. Digo problema porque hay que utilizar el aparcamiento de la Escandalera si se está en el centro, de donde es difícil salir sin un abollón o un rozamiento con las columnas, dada la estrechez de las plazas de aparcamiento. Este es el negocio del siglo: poco personal y aprovechar el espacio sin dar facilidades ni comodidades al usuario.

Situada en el centro de la región, Oviedo está muy cerca del resto de Asturias, ofreciendo toda clase de sugestiones y posibilidades al viajero: al Norte el mar, al Sur las montañas, al Este y al Oeste las fascinantes alas oriental y occidental. Pasear por Oviedo, sin más, es una delicia. Aunque el gobierno cipayo -como el de Herodes fue servil a Roma, éste lo es a Alemania- se haya propuesto convertir el paseo por la ciudad en una empresa difícil y arriesgada. Este gobierno claudicante ante la Merkel, los socialistas, los terroristas, etcétera, aplica la mano dura a los ciudadanos de a pie mientras exculpa a los políticos de uno u otro bando. Ahora se impondrán normas Y reglamentos para caminar por la ciudad. Si alguien pasa un semáforo en rojo se le someterá a la prueba de alcoholemia. ¡El colmo!

Vivimos bajo una dictadura de la bondad y del afán recaudatorio, vigilados por gobernantes histéricos: la Salgado padecía el histerismo de la salud, Montoro de la recaudación. Espero que el amigo Caunedo, que es un hombre razonable y ama la ciudad que rige, se oponga a este desatino: porque entre la nueva ley de Seguridad Vial y el aparcamiento de la Escandalera, Oviedo se va a poner imposible.

Imagínense que aplican el reglamento a los peatones de la calle Gascona, con la cantidad de sidrerías que hay. Esta gente tan salutífera y tan preocupada por nuestra salud va a dar la puntilla al honrado y castigado gremio de la hostelería, ya que ahora no solo se va a controlar lo que beben los conductores, sino también, los peatones.

Salimos de Oviedo un día oscuro, casi de llovizna, para visitar a Adelaida y a Marcelo, que «secan» en Hospital de Órbigo. Vamos por el puerto de Pajares, que es uno de los puertos más hermosos de la Cordillera y el más poblado, con los inverosímiles puentes del ferrocarril colgados sobre nuestras cabezas, casi en la cumbre de las montañas. Ahora el ferrocarril se ha puesto de moda, desgraciadamente. El otro día una de esas tertulianas de la televisión se sorprendía de que cuando uno monta en el tren queda en manos del conductor. ¡Pues claro! A lo mejor a esa señora ultramoderna la tranquilizaba que el conductor fuera un robot. En el puerto hay mucho tráfico: otra manifestación de la crisis y de la falta de dinero. Los conductores prefieren llegar cinco minutos más tarde que pagar el peaje del Huerna. Ya está bien de fiarlo todo a la velocidad y de considerarla una expresión tan acabada de la modernidad y del poder adquisitivo como tener segunda o tercera vivienda y un hijo haciendo un máster en Harvard. No, señores gobernantes del anterior y el actual gobierno: el alcohol nunca produjo tantas víctimas en la carretera como la velocidad.

Para ir a Hospital de Órbigo yo recomiendo la desviación a La Magdalena, que se torna a la derecha de La Robla, una población en la que aparentemente es imposible entrar porque por todas partes hay señales prohibiendo el tráfico: por suerte, para ir a La Magdalena no hace falta entrar en La Robla. La Magdalena es uno de los pueblos mejor señalizados de León: a la entrada está el más completo sanatorio del norte de España, porque es a la vez funeraria y marmolería.

Se continúa hacia el Sur, en dirección a la Bañeza, según reza el cartel indicador, y entramos en auténtico vergel: plantaciones de lúpulo, maizales, huertas cuidadísimas se extienden a lo largo del río, en cuya ribera crecen chopos enormes. La naturaleza se muestra aquí pródiga y suculenta. Recuerda las márgenes del río Carrión a partir de Saldaña (de las que hablaré otro día). Aunque por aquí está Rioseco de Turcios, lo que nos rodea es verde y jugoso. Los pueblos, más que grandes son largos, alargados a ambos lados de la carretera. Benavídes es una villa importante y está en fiestas. A pocos kilómetros está Hospital de Órbigo, otra villa grande, importante e histórica, con su puente sobre el río Órbigo, el de más consideración del Camino Francés después del de Puente la Reina. Aquí don Suero de Quiñones protagonizó el último alarde de la vieja caballería en Europa, el «paso honroso» tan épico y poético, aunque según la cruda realidad histórica, donde Suero se escaqueó cuando pudo y rompió pocas lanzas: prefería ver cómo las rompían otros desde su tienda.

Comemos con Adelaida y Marcelo en su casa, cuyo jardín es otro agradable vergel, como el que dejamos atrás. La comida es de régimen y la guapa cocinera no tienen nada que envidiar a la maestría de «Pichi» entre los fogones. Sobre los árboles del jardín, una sonora algarabía de pájaros. Hablamos de la posibilidad de que haya otros mundos habitados: Adelaida está convencida de ello, yo no estoy seguro de que el hombre haya llegado a la Luna.

Regresamos por el puerto de Tarna, y para esto hay que entrar en La Robla, lo que es más difícil que buscar las fuentes del Nilo. En Boñar hay mucha animación y frío: trece grados. A partir de Puebla de Lillo, en el maravilloso puerto de Las Señales, de 1.600 metros, rompen las nubes y mientras descendemos hacia Tarna asistimos a un maravilloso atardecer dorado. Las cumbres de las montañas se cubrían de luces rosadas y por los campos se extendía polvo de oro. Abajo se perfilaban montañas y más montañas por las que ascendían jirones de niebla blanquísima. Las tinieblas empezaban a llenar el fondo de los valles, pero brillaba el cielo esmaltado hacia el ocaso mientras las luces se apagaban a Levante. En Soto de Caso el Nalón ya es un río que pide puente como un adolescente de hace medio siglo pedía pantalones largos. Ya empieza a ser adulto y en la paz de la aldea, sobre la que destacan dos inexplicables edificios urbanos, el río que ha nacido sin poco más arriba recibe los últimos rayos de un sol que se dirige hacia su crepúsculo en las lejanas montañas.

La Nueva España · 10 agosto 2013