Ignacio Gracia Noriega
La fuente y la sopa de los conventos
Townsend pedía en 1786 para Asturias lo mismo que hoy Javier Fernández: iniciativa privada
El presidente del Principado pronunció una conferencia hace unos días con la que demuestra que el mundo está al revés. Pues mientras Rajoy está haciendo socialismo puro y duro, el socialista Javier Fernández expuso algunos puntos de vista que no lo parecen (aunque si el socialismo los hubiera tenido en cuenta mejor nos hubiera ido a todos). El público que ocupaba la sala de conferencias (numeroso, aunque menos que si se tratara de una intervención de Gustavo Bueno) demuestra la plural identidad de la presente situación política asturiana, tan sorprendente. En primera fila o en los asientos del centro, los socialistas de derechas, gracias a los cuales Javier Fernández es presidente del Principado: Gabino, Mercedes Fernández, Reinares, Isidro, ya la izquierda, Antonio Masip, como debe ser: los de derechas, al centro, y los de izquierdas, a la izquierda.
Antes de glosar sus palabras pondré algunas mías sobre Javier Fernández, el único presidente del Principado a quien no conozco personalmente. Según un conocido de ambos, en una ocasión dijo que yo soy un gran escritor pero muy antisocialista. Totalmente de acuerdo en lo primero y sólo parcialmente de acuerdo en lo segundo. Hace cuarenta años contribuí al resurgimiento del Partido Socialista sin creer en su dogma ni en sus utopías, pero convencido de que en aquellos difíciles momentos un partido socialista era necesario en España. Y si posteriormente critico al socialismo, no me refiero al PSOE de manera concreta, sino a un cúmulo de lacras (el feminismo, el nudismo, el hedonismo, el laicismo ignorante, el nihilismo, el tercermundismo, etcétera) que pueden ser agrupadas bajo el rótulo de «modernidad» o, si se prefiere, por estar más al día, de «postmodernidad». En el caso del socialismo, comparto la opinión de Dostoievski: se propone destruir el mundo viejo sin ser capaz de crear un mundo nuevo (sus fracasos, donde gobernó, a lo largo del siglo XX, fueron espectaculares, sonrojantes y, en la mayoría de los casos, criminales). Sin embargo, no renuncio a mi pasado: la transición fue un gran momento, y si durante ella la mayoría de los ciudadanos se quedaron en sus casas, ellos se lo perdieron. Por otra parte, Javier Fernández coincide conmigo en algunas de sus opiniones, por lo que no tengo inconveniente en considerarlo como un liberal (Indalecio Prieto afirmaba que él era socialista «a fuer de liberal»). Además, parece un hombre prudente y tranquilo. Un gobernante discreto que no ha cometido disparates ni extravagancias. No tendría inconveniente en votar a un candidato de esas características, si no fuera porque votarle a él implica el voto al aborto, a Trevín y a la colaboración con el separatismo. Un argumento más a favor de las listas abiertas.
Javier Fernández reclamó «una Asturias española», lo que es importantísimo, ya que demuestra que al menos en su caso algunos socialistas no han renunciado al sentido nacional, como les reprocha Gustavo Bueno con toda razón. Una Asturias austera y trabajadora, liberada de los señuelos de la empresa pública y también de las demagogias y de los salvapatrias, que necesita volver a creer que «no hay mejor motor que nuestras propias fuerzas». ¿Volverá a estar Asturias a la cabeza de España, como lo estuvo hace no tanto tiempo? Pío Baroja quería que el País Vasco fuera la mejor región de España y España la mejor nación de Europa. Estando España en el furgón de cola del mundo industrializado, a lo mejor ahora le resulta más fácil a Asturias ser cabeza de ratón: pues cola de león no podemos, porque aquí no hay leones: en este momento somos la cola del ratón. Una de las causas principales es «la falta de iniciativa empresarial,). Si no hay empresarios, no hay nada que hacer. En un país que no produce, en una región que no produce, no hay otra perspectiva que el paro. Si no hay producción, ¿de dónde se van a sacar los puestos de trabajo? Sin empresarios no hay empresa, porque el Estado es muy mal gestor. Pero los empresarios asturianos, afectados por vicios que se remontan al franquismo y que nadie se ocupó de enmendar, están muy mal acostumbrados. Javier Fernández les pide que aprendan a volar por ellos mismos, sin necesidad de las muletas de la ayuda pública. O aprenden a volar o no hay nada que hacer.
En 1786 el reverendo Joseph Townsend se acercó a Asturias durante su viaje a España. Había quedado viudo poco antes y emprendía aquel viaje para curar la melancolía que le produjo tan sensible pérdida. En el siglo XVIII España era un país exótico; el siglo siguiente, este extxerno occidental de Europa sería el Oriente, según Byron, Beckford y Gautier. Townsend entró en Asturias por Somiedo, donde encontró un cura que entendía que protestantes y católicos solo difieren en cuestiones de detalle, por lo que le sirvió gallina siendo viernes. Bajó del puerto por Agüerina, Belmonte y Grado, entrando al cabo en Oviedo. «Todo el país, sus setos, sus producciones, recuerda a algunas de las más ricas parroquias de Inglaterra», anota. Pero en Oviedo constata algo que no le gusta. Parte de la población vive de la caridad pública. Espero no incurrir en la suspicacia del departamento de publicidad Si menciono que seis conventos servían todos los días pan y caldo a los menesterosos, siendo el mejor el de los benedictinos, porque eso sucedió hace mucho tiempo. Estos y otros ejemplos de caridad pública (ahora se diría «solidariamente», aunque no es lo mismo) llevan a Townsend a hacerse las siguientes consideraciones: «¿Que estímulo va a inclinar a los pobres al trabajo? ¿Quién que pueda sacar agua de una fuente va a cavar un pozo? ¿Que un sujeto tiene hambre? Los monasterios le darán de comer». Y plantea una serie de cuestiones drásticas. Si no hubiera fuentes públicas, cada cual se vería obligado a cavar su propio pozo. Si los conventos no sirvieran diariamente la «sopa boba», los beneficiados de la caridad pública tendrían que ingeniárselas por su cuenta para comer todos los días, y Townsend concluye que si en Asturias, una región tan hermosa, tan acogedora, tan apacible, tan parecida a Inglaterra, hubiera más iniciativa privada, «la indigencia quedaría confinada en la choza del vago».
Tal vez parezca exagerado a mis lectores comparar la caridad pública del pasado con la ayuda pública del presente, pero vienen a ser lo mismo. Hoy por hoy, todo el mundo pide, todos quieren el AVE, todos quieren vuelos regulares de avión aunque no haya viajeros, todos quieren que el Estado saque las castañas del fuego y todos pretenden una Asturias a su medida pero sin arriesgar un duro. Townsend, a finales del siglo XVIII, vio que aquello no podía ser; Javier Fernández, a principios del siglo XXI, reconoce que no se puede seguir así. Esperemos que sus propuestas, necesarias y claramente expresadas, según he leído en los papeles, no se reduzcan a retórica de conferenciante. Tales propuestas no son las habituales de los socialistas, pero concuerdan con el repetido refrán chino: no le des un pez al menesteroso, sino enséñale a pescar.
En cuanto a Townsend, le gustó Oviedo, hizo aquí consideraciones atinadas sobre enfermedades, climatología, geología y economía, y después de acercarse a Avilés, Candás, Luanco y Gijón, salió de Asturias por Pajares a comienzos de octubre, por miedo a quedar retenido durante todo el invierno a causa de las nieves.
La Nueva España · 8 junio2013