Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Las multas llegan hasta el bosque

El Gobierno pone coto a la recogida de hongos mientras la corrupción de los políticos ha pasado a ser la mayor preocupación de los españoles, por encima, incluso, de la crisis económica y los datos del paro

En cierta ocasión, unos gitanos fueron sorprendidos mariscando en aguas de mi pueblo, reducidos por la Guardia Civil y sancionados con la correspondiente multa, por lo que increparon a coro al ayudante de Marina sin que les faltara su pizca de razón:

-¿Qué se cree el "payo", que es suyo el mar?

Ahora el Gobierno de Asturias pone coto a la recogida de setas, una manera de decir "el bosque es mío, el monte es mío", y el que se acerque a mis propiedades que pague, porque la dura e ingrata tarea de gobernar acarrea muchos gastos y pocas compensaciones (según dicen ellos). Entendamos esta prohibición como un aspecto más de la presión fiscal sobre el ciudadano de a pie (que es quien al cabo acaba pagando todos los «platos rotos» y claro que es de a pie, porque no sale motorizado a buscar setas) y del control policial que padecemos. Esto será una democracia, pero nunca hubo tantos controles como ahora: de ser una dictadura, estábamos todos marcando el paso de la oca. La situación de control -presión fiscal- y sanción se está haciendo insostenible: de momento, por cosas mínimas (no llevar el cinturón de seguridad puesto cuando se viaja en coche, cruzar un semáforo en rojo, etcétera). Pero a este paso, y de seguir así, no se va a poder salir a la calle.

Si hubiera la misma -o al menos parecida- voluntad política por acabar con la corrupción que en sancionar las infracciones de tráfico, otro gallo nos estaría cantando en estos momentos en que la corrupción de los políticos ha pasado a ser la mayor preocupación del país, por encima de la crisis económica y el paro, y el absoluto descrédito de todas las instituciones, desde la judicial a las políticas, pasando por la única que hasta el momento permanece incólume, salpicada por las jetas de Urdangarín y la Corinna. ¿Será que este país no tiene remedio, y al grito de !sálvese quien pueda!, las ratas están decididas a abandonar el barco que se hunde sin que quede el último para apagar la luz porque ya se habrán llevado la bombilla? !Qué basura más escandalosa! Y todavía se levantan voces (desde la propia casta a la que pertenecen los mayores corruptos) protestando porque ellos son muy honrados y la mayoría de sus colegas también lo son: lo que es casi más deshonesto y sucio que robar a manos llenas. Pues si la mayoría de los políticos profesionales en ejercicio son honrados, ¿por qué permiten que una minoría, según ellos, se lucre a costa del erario público o participando en negocios sucios? Que yo sepa, tan sólo un concejal de Gijón y otro del País Vasco han abandonado sus respectivos partidos, asqueados por una podredumbre que parece generalizada. Aquí, por acción u omisión, no se libra nada ni nadie. Si está antes la lealtad al partido que el servicio a los electores (pues aunque aquella señorina creyera que los dineros públicos no son de nadie, son de todos), apaga y vámonos. De modo que insisto y repito: si hubiera la misma voluntad política en acabar con la corrupción que en castigar las infracciones de tráfico, este país tendría un aspecto mejor que el aire bananero que le está quedando.

Ahora van a vigilar la recogida de setas y supongo que eso lo harán bien, porque les interesa. !Venga impuestos y sanciones! Hace tiempo, quisieron imponer en Italia un impuesto a las mujeres guapas (sorprendentemente, antes de que Berlusconi empezara a cortar el bacalao) y un chusco comentó que ninguna se sentiría molesta por ese impuesto. Pero no fue así, y la propia Sofía Loren acabó entre rejas por evasión de impuestos (calculo que incluido el de la belleza). Afirmaba Benjamin Franklin que sólo tenemos en esta vida dos certeras, los impuestos y la muerte, y ambas calamidades inevitables son terribles. En los fastos seudorrevolucionarios de 1968 se clamaba por la imaginación al poder» mientras se ponían los cimientos del más cínico pacto social que conocieron los tiempos. Pues bien: la «imaginación» ya está en el poder yse muestra muy activa para exprimir al ciudadano. Porque todas las medidas que se toman y que tienen cierto giro de «cosa menor» en realidad lo que tienen es una finalidad recaudatoria. Todo se hace «por nuestro bien»: es lo que diferencia una democracia como la nuestra de un régimen como el anterior; por lo que no es posible reaccionar contra medidas tan benéficas, de la misma manera que en los paraísos del socialismo real estaba férreamente prohibida la huelga, porque siendo el Estado el propietario de los medios de producción y el Estado era de los proletarios, ¿cómo podían protestar éstos contra sus propios intereses? Aunque en ocasiones «nuestro bien» redunda en mayor beneficio de panes más interesadas. Por ejemplo: la obligatoriedad del cinturón de seguridad a los usuarios de vehículos automóviles es imposición de las todopoderosas compañías de seguros, por lo que la nómina de la Guardia Civil de Tráfico debería correr por cuenta de las compañías de seguros. Ya que esos probos agentes del benemérito instituto están actuando en beneficio de las citadas aseguradoras. Y sería otro ahorro en una situación de apuro, en la que se impone gastar cuanto menos sea posible, entre otras razones porque no hay, ya que vivimos en un reino en el que los ingresos eran menores que los gastos: anomalía contra la que nos previno Pedro Alfonso, autor de «Disciplina clericalis».

Los micólogos asturianos ya han expresado su alarma y me satisface advertir que están de acuerdo conmigo, o yo con ellos. Fastas regulaciones no tienen otro sentido que el puramente recaudatorio. ¿Que hay setas en los bosques y en los montes por la primavera? Pues vamos a comercializarlas nosotros, es decir, el Gobierno, antes de que las comercialicen los micólogos. Yo no conozco casos de que la micología sea una ocupación próspera El micólogo recoge setas en primer lugar por afición, porque le proporcionan un buen pretexto para salir al monte; y si ha tenido suerte e hizo buena cosecha, las come alegremente en compañía de sus amigos La explotación comercial de las setas por parte de los aficionados, si es que la hay, no es muy importante. En Asturias, donde la micología ha empezado a popularizarse no hace demasiado tiempo, después de que se hubiera vencido la atávica prevención hacia su temida condición venenosa, se recogen por la primavera las morchelas y otras especies muy notables. Pronto, avanzada la primavera, ya tendremos muestras de su categoría gastronómica en los manteles de Casa Lobato, en el Naranco. ¿Ahora habrá que pagar otro impuesto por comer setas? Pues como dice Manuel Sánchez-Ocaña: «El problema no son los cotos, sino que se cobre por coger algo silvestre que no es de nadie». Y si pagamos por las setas, acabaremos pagando por el aire que respiramos. O correremos el riesgo de ser detenidos por la autoridad, como le ocurrió al genial Ximielga, en cuyo bar de Colloto se servían estupendas tortillas de setas. Un día que andaba por el monte con el cestillo al brazo, le echó el alto la Guardia Civil. Creyeron que era uno de los «del monte»: por fortuna, en toda la Asturias central sabían quién era Ximielga. Por ir a setas en aquella ocasión llevó un buen susto. Entonces el delito era ser un «fugao», no coger setas. Ahora no hay «fugaos», así que será delito ir a setas.

La Nueva España · 29 marzo 2013