Ignacio Gracia Noriega
Nebot y el Partido Comunista
José Manuel Nebot es de carné del PCE a pesar de su aspecto burgués, el traje impecable, la corbata y el rostro risueño y sonrosado de un empresario próspero
Durante muchos años José Manuel Nebot, recorriendo los caminos de Oviedo y muchos caminos de Asturias, fue una institución ovetense, además de serlo del PC desde los tiempos en que el Partido Comunista era el Partido. No había otro y, además, estaba razonablemente bien organizado. De aquella, finales de los años 50 y durante los años 60 del pasado siglo, se suponía que las gentes del partido comunista tenían cuernos y rabo, despedían un fulgor rojizo (muy conforme con sus banderas y denominación) y clan a azufre: con ellos se abrían las puertas del infierno para asolar España. Por lo que lo de «comunista» casi ni se nombraba, y para referirse a quienes se sospechaba que lo eran se empleaban circunloquios, de la misma manera que se habían empleado durante la generación anterior para nombrar a los masones.
El más piadoso de los apelativos dedicados a los comunistas era «la cáscara amarga», mientras que los masones pertenecían a un orden, si cabe, más siniestro. Por eso, durante el régimen anterior se hablaba con alarma de la conspiración judeo-masónica marxista. Judíos en España había pocos, masones hubo y comunistas se temía que hubiera más de los que realmente había. En el fondo, como decía un boticario de mi pueblo que fue a la «pérfida Albión» a execrar el Mal en sus fuentes y volvió a la semana diciendo «all right» viniera a cuento o no y tomando el té a las cinco, todos, masones y comunistas, «comían de la misma sopa». Ambos se caracterizaban por el secretismo: los masones porque la ocultación pertenece a su folclore y los comunistas por razones de supervivencia. La policía político-social andaba muy viva a la caza y captura de comunistas y a todo el mundo le colgaban ese infamante sambenito aunque no pasara de liberal Incluso se contaba la historia de un comisario muy inteligente que decidiendo atajar el comunismo de raiz, descubrió por inspiración espontánea (suponemos) las relaciones entre Hegel y Marx, por lo que no cejó hasta detener al propio Hegel comiendo pulpo en una taberna de Vigo En fin, que ser comunista cuando lo era Nebot era cosa de cuidado y riesgo: porque la policía politico social no trataba entonces a los comunistas con tanta deferencia como trataría a los socialistas diez años más tarde.
José Manuel Nebot, además de ser comunista, lo que producía espanto o rechazo a muchas personas de su entorno, pertenecía, según se supo más tarde, a ese grado superior que era ser «comunista de carné». Aquello era el no va más allá. Porque se podía ser comunista «in pectore», como tantos que fanfarroneaban y dogmatizaban en las tertulias; pero serlo de carné era tener linea directa con el Kremlin, con la Pasionaria, con Carrillo y, por esa vía, con el mismísimo diablo. El caso de Nebot se complicaba un tanto porque a diferencia de muchos camaradas que actuaban en la sombra, él lo hacía a la luz, con su aspecto burgués, el traje impecable y la corbata, y el rostro risueño y sonrosado de un empresario próspero. Aquel Nebot rompía todos los esquemas del comunista transmitidos por el benemérito cine español de la época (los impagables José Guardiola, José Sepúlveda y Gerard Tichy, que en realidad había sido nazi, pero que hacía de comunista con mucha propiedad) y aquella suposición tan enraizada de que el «rojerío» (otro sinónimo del comunismo) era cosa de proletarios y estudiantes.
Ya por entonces el comunismo era algo más que un temor de las siempre medrosas gentes de la derecha irredenta y a la vez que dominaba en el terreno sindical a través de CCOO, empezaba a infiltrarse en la Universidad por medio de José Antonio López Brugos, de Feito el Cubano y de Gabriel Santullano, entre otros. La policía, en este aspecto, andaba un poco descolocada, y el inenarrable Egocheaga, jefe del SEU (lo que demuestra la degradación del falangismo universitario) explicaba con mucho convencimiento el funcionamiento de las «células comunistas»: el jefe era Rúa, un anarquista indomable que hace pocas fechas regresó a Oviedo a dar una conferencia, y la tapadera, Gustavo Bueno. ¡Santa Lucía le conserve la vista a aquel jerarca falangista que con su incapacidad y torpeza dio la puntilla al SEU en la Universidad de Oviedo! Pero lo que peor sentaba entre la burguesía ovetense era que alguien que mantenía las formas externas de un burgués fuera de la «cáscara amarga»; y para los propios proletarios era motivo de satisfacción que un burgués militara en sus filas. El propio Nebot recuerda el orgullo de los mineros de las cuencas cuando todo un catedrático de Universidad como Gustavo Bueno iba a darles conferencias, aunque no entendieran nada de ellas (y Nebot tampoco, según él mismo confiesa). Por aquellos días era muy importante que un militante tuviera coche, viviera en una calle céntrica, dispusiera de cinco duros por lo que pudiera suceder y pudiera dirigirse al presidente de la Diputación López Muñoz en ciertas condiciones de igualdad.
La vida de Nebot, transcurrida en buena parte entre Oviedo y Grado, con salidas a la playa de Soto de Luiña a entrevistarse con un médico socialdemócrata y que yo relaté alguna vez porque me la contó Elías Benavides, o a Candamo a enseñarle la cueva a Armando López Salinas, está llena de peripecias e incidentes que él relata en el libro «Recuerdos de una vida militante. Las miradas de José M. Nebot», de Francisco Erice, publicado por la Fundación Juan Muñiz Zapico. Un libro imprescindible para conocer la pequeña historia de una gran resistencia, como lo son también las memorias de Otones, de Ania el Marmolera o las menos conocidas de José Leopoldo Portela Gondar y las de los socialistas José Albajara y Emilio Barbón, titulada «El triunfo de la voluntad», y escrita por Francisco Trinidad.
De este modo, la izquierda, al recuperar la memoria de los viejos militantes, les hace un reconocimiento de gratitud y respeto: cosa de la que es incapaz la derecha con los suyos, en primer lugar por su desinterés hacia los libros y, sobre todo, porque no cuenta con viejos militantes. Nebot, además de comunista, y tal vez gracias a ello, fue el fotógrafo más conocido de Oviedo y su presencia era imprescindible en cualquier iniciativa de carácter cultural y político (o cultural-político): estuvo en la formación del Orfeón de Grado, en la Asociación de Amigos de la Naturaleza (ANA), en la Editorial Amigos de Asturias, en las Cenas del Bar Aller y también en la Asociación de Padres de Alumnos del Instituto Alfonso II el Casto de Oviedo, en los inicios del movimiento vecinal, en los clubes culturales y en la organización del Día de la Cultura en Gijón y en la Junta Democrática. A la vez, fotografiaba a Franco en Ensidesa o la boda de la hija de Carrero Blanco en el Hotel Principado, durante la cual Camilo Alonso Vega se sorprendió de que no comiera ni bebiera: «Fíjese en mi, que como y bebo y lo bien que me conservo». Desgranando recuerdos traza una justa semblanza de José M. Laso y explica por qué Gustavo Bueno no militó nunca en el PC. Sobre Julio Murillo dice algo extraño. Yo traté a Murillo en la Alianza Francesa: era antipático, dogmático y suspicaz, pero no creo que le faltara valor. Cierta noche que nos encontrábamos a la entrada del Rectorado y la policía armada a punto de entrar en la Universidad, Murillo se dirigió al rector Virgili Vinadé y le dijo «Son las dos de la madrugada, y, como dijo Napoleón, es la hora del valor». En fin, lo cierto es que aquella noche la policía no violó el recinto universitario.
Nebot es un símbolo. Con este libro se convierte también en parte de la memoria de una época. Su lucha fue la de los comunistas que se enfrentaron a la dictadura y sacrificaron el partido en aras de un sistema político que no era, ni de lejos, el que ellos pretendían.
La Nueva España · 9 marzo 2013