Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Intrigantes y teólogos

Como no todo van a ser publicaciones asturianistas en Asturias, vamos a ocuparnos de las desgracias dee un gran filósofo, cuyas memorias fueron publicadas por una editorial ovetense. Nos referimos a «Historia Calamitatum», de Pedro Abelardo, aparecida en Pentalfa Ediciones (Oviedo, 1996), con traducción y notas de Vidal Peña, catedrático de la Universidad de Oviedo. El volumen se completa con otros textos filosóficos de Platón, Descartes, Kant y Karl Marx: semejante cosmopolitismo cultural, en Asturias, hoy sólo es posible en las publicaciones de los bablistas.

Pedro Abelardo es tan conocido o más por sus amores con Eloísa (y por la drástica medida que tomó para estorbados el canónigo Fulberto, tío de Eloísa) que por su filosofía. Y aquí sí puede ernplearse el término «filosofía»; no cuando se le ocurre alguna novedad a una folklórica o a algún hostelero legislador. Abelardo era bretón, había nacido en la «Britannia minor», en la antigua región de Armórica, aunque, según declaración propia, no sabía el bable de su país. Sin embargo, reconoce que «el modo de ser de mi tierra y el de mi estirpe me dieron vivacidad de inteligencia y disposición de ingenio para la disciplina literaria». También era apuesto, estudiante distinguido y con gran capacidad intelectual; no se anda con circunloquios al referir sus méritos y ambiciones:

Yendo más allá de las fuerzas de mi edad en la presunción de mi talento, aspiré aún adolescente a regir escuela (...) Desde el comienzo de mi escuela empezó a crecer mi renombre dialéctico de tal modo que fue extinguiéndose no sólo la fama de mis condiscípulos., sino hasta la del propio maestro (...) Mi enseñanza cobró, por ello, tanto vigor y prestigio que los que antes eran vehementes partidarios de mi maestro, y más hostilizaban mi doctrina, volaban a mi escuela...

No es de extrañar que su maestro, Guillermo de Champeaux, se contara entre sus más enconados enemigos. Sintiéndose en la cátedra como pavo real que despliega todas sus plumas, sus excesos dialécticos despertaron las suspicacias de Bernardo de Claraval, que le combatió por racionalista.

Más graves, y más perjudiciales para su integridad, fueron las sospechas del canónigo Fulberto, tío de Eloísa, de quien Abelardo era maestro en la cátedra y, según se supo luego, en la cama. Mutilado mientras dormía por la traición de un criado, a Abelardo no le quedó más remedio que hacerse monje (y Eloísa, monja, llegando a abadesa por su saber y virtud). Mas Abelardo no encuentra la paz en el convento, sino que en él comienzan sus verdaderos problema.

Como escribe un escolástico moderno, Abelardo era un «personaje novelesco, espíritu inquieto, discutidor impenitente, especie de caballero andante de la filosofía, más dotado de una poderosa personalidad»; añade Alejandro Díez Blanco que «es pensador original y dialéctico formidable». Intentó conciliar a Platón con Aristóteles en una doctrina próxima a la que expondría Tomás de Aquino un siglo más tarde.

Un hombre de estas características no podía permanecer tranquilo ni a salvo en medio de una tropa de teólogos profesionales y vociferantes: porque los enemigos de Abelardo, además de mezquinos e intrigantes, siempre andan con chismorreos y habladurías, y gritando y exaltándose; en las páginas de este libro se dan muchas voces y a voces termina cualquier discusión, con lo que a Abelardo de poco le servía ser mejor dialéctico; o bien, «ellos, acudiendo inmediatamente en tropel a ver al abad, le contaron lo que decían que yo había dicho».

El abad también era de cuidado: «Yo sabía además -denuncia Abelardo- que el consejo real era del parecer de que cuanto menos observante de la regla fuese aquella abadía, más sujeta sería al rey y más útil le sería tocante al beneficio económico».

La corrupción fue siempre instrumento muy apropiado a los intereses del Estado. Abelardo tiene que quemar su libro con sus propias mano, pero consigue retirarse a un lugar apartado, donde levanta una casa. El espíritu independiente e indómito está de más en clerecías de colegas. sean conventos, escuelas, universidades, academias o reales y fantasmales institutos, alojamientos de mezquinos y mediocres. En muchos siglos se adelanta Abelardo a Jünger proponiendo la, «emboscadura» como solución para el hombre libre. Pero a Abelardo le daba vergüenza mendigar y no quería depender de protectores, por lo que vuelve a impartir enseñanzas, vuelve a hacerse famoso y prestigioso, vuelve a desatar envidias; sus calamidades, por tanto, surgidas de su'independencia, no tienen fin.

La Nueva España · 24 febrero 1999