Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Baroja y Jovellanos

En un libro como «Ayer y hoy», de Pío Baroja, reeditado por Caro Raggio, Madrid, 1997, en el que se emiten juicios muy duros contra personas e instituciones, Jovellanos y otros ilustrados asturianos son de los pocos que salen bien parados, señalan-do don Pío en su artículo o capítulo, fuertemente crítico, contra los arbitristas, que «es muy difícil separar los grandes hombres de los grandes proyectos. Examinados con un criteric adverso, se podría llamar arbitristas a hombres tan ilustres como Floridablanca, Jovellanos, Campomanes y Flórez Estrada». Y más adelante llega incluso a elogiar a Jovellanos comc escritor, al destacar que algunos informes emitidos por estos ilustrados «adquieren gran importancia en la historia literaria, coceo el que hizo este célebre político y literam sebe la ley agraria».

En realidad, Pío Baroja y Jovellanos tenían bastantes cosas en común, además de ser de la Cornisa Cantábrica y solteros. Ambos eran liberales convencidos e irrenunciables; a ambos les resultaba sumamente sospechoso e incluso indeseable la democracia, sobremanera cuando el pueblo tomaba el poder y se producía lo que Jovellanos denomina la «feroz quimera» de la revolución. A Jovellanos le tocó vivir la Revolución Francesa desde Gijón en paz, como un testigo que, no obstante, toma partido, después de haber sido favorable a ella, anotando que «nada puede esperarse de las revoluciones en el Gobierno» o que «de la democracia está demostrándose, con el ejemplo funesto de Francia, que no hay que esperar de ella la reforma del mundo». Menos afortunado, a Pío Baroja le tocó vivir en una revolución, aunque por pocos días. Al poco tiempo de producirse el alzamiento de 1936, los carlistas estuvieron a punto de fusilarlo en Vera de Bidasoa, y los socialistas de Largo Caballero expresaron, a través de su periódico «Claridad», que era una lástima que no lo hubieran hecho. Es el precio que se paga por ser un escritor libre, liberal e independiente: se desatan las iras de los energúmenos enfrentados en banderías. Baroja escribe en este libro: «Yo no tengo ningún motivo de interés personal para desear actualmente el triunfo en España de los militares. Los carlistas navarros me detuvieron hace un año y estuvieron a punto de fusilarme y tuve que escapar a Francia. Mi casa en Madrid ha sido bombardeada por los nacionales». En consecuencia, considera que la posibilidad de que rojos o blancos ganen la guerra es «pobre, triste y mísera para un español; pero en último término, y si no queda más que esa alternativa, es preferible volver a la autoridad rígida y violenta, que no el capricho cruel y brutal de las masas». Al igual que Chateaubriand y Goethe, Baroja prefiere cualquier cosa antes que el desorden.

Baroja escribe «Ayer y hoy» mientras España arde en guerra civil, y toma partido sin apoyar a ninguno de los dos bandos. Entiende que «para ser buen socialista hay que cobrar» y que «la revolución más grande que se podría hacer en un país sería dejar cesantes a todos sus empleados». «Yo, por mi parte -aclara- no he cobrado nunca del Estado, no he tenido viajes, ni comisiones, ni sueldos pagados». No es, por tanto, socialista. Niega, por otra parte, la existencia de la Generación del 98, «esa generación fantasma que es una entelequia que sirve de blanco». ¿Cómo van a ser los escritores españoles responsables de algo, protesta, si en España no se lee? Pero, «según los blancos hemos contribuido a desacreditar la religión y el orden; según los rojos, hemos dado al pueblo y a la burguesía española el sentido anárquico de desobediencia y le hemos enseñado a no tener disciplina, a reírse de las solemnidades políticas y a hacerlos incrédulos y escépticos». Insiste Baroja en señalar las identidades entre unos y otros: tan fervorosos católicos son los carlistas como los nacionalistas vascos, tan fascistas y anticatólicos los falangistas como los socialistas. En todo momento, por medio de su pluma, expresa el terror y la repugnancia del individuo frente a la barbarie de las masas. Desde ese punto de vista, acierta en mucho de lo que dice, y acierta cuando augura que, venzan rojos o blancos, «las represalias serán esta vez terribles». En sus opiniones artísticas acierta igualmente, aunque sean pocos los que se atrevan, como él, a calificar el cubismo de «superficialidad». Libro, en fin, de lo más incorrecto en materia política, que, de no venir firmado por un «clásico» de la talla de don Pío, figura incontestable de nuestras letras, hoy, seguramente, no se hubiera podido publicar.

La Nueva España · 2 de febrero de 1999