Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Sidros, zamarrones y el «guirria»

Como todos los años, subimos a San Juan de Beleño el día de Año Nuevo. Para mí, la Navidad perfecta es ir a comer a Santa Eulalia de Cabranes el día de Navidad, con el Alcalde y los curas (este año, Toñín, el párroco anterior, celebró su primera Navidad en Colombres, a cuya parroquia llegó pocos días antes del terrible accidente que llenó de luto a Ribadedeva); subir a Beleño el 1 de enero y asistir al emocionante belén viviente de Cue la víspera de Reyes. Este año nos acompaña Emilio Sola, el autor de «Un Mediterráneo de piratas», «Cervantes y la berbería» y «Libro de las maravillas del Oriente lejano», un historiador (y excelente escritor) que se parece poquísimo o nada a los pesadísimos expertos en cartulario, a quien hemos de ir a recoger a Arriondas, de modo que en esta ocasión tomarnos la carretera que va de Sevares a Sellaño: por ahí, Beleño está a 30 kilómetros. Esta carretera, al no ir encajonada en un desfiladero, como la que parte de Amieva, es de gran belleza, aunque es posible que produzca algo de vértigo a quien lo tenga. Nos rodean montañas cubiertas de nieve y abajo se cierran valles profundos. A la salida ele Cazo nos detienen unos niños que han cortado la carretera para pedir el aguinaldo o, como dice Sola, para cobrar peaje. Les damos y ellos anotan la matrícula del coche en un cuaderno.

A la entrada de Beleño asistirnos al recio pugilato entablado entre un mozo y su caballo, que estuvo a punto de derribarle. Hay más de veinte jinetes (Sola contó 23) y, cosa que yo nunca había visto, el «guirria» entró en esta ocasión en Beleño a la grupa de uno de los aguinalderos. El 1 de enero salen a la calle en Beleño dos tradiciones distintas: la de los aguinalderos, que es navideña, y la del «guirria», que puede ser un anuncio del Carnaval. Pero reparen ustedes en que he escrito: «puede ser». En cualquier caso, los aguinalderos van por un lado y el «guirria» coincide con ellos o marcha a su aire. En medio del pueblo encontramos a Emilio Tamargo y al gran Pepe Velasco, del bar Cantábrico, nativo ilustre de Beleño. Todos los años dice que va a ir a ver al «guirria», y este año fue. Tomamos un vino en el bar del sobrino de Velasco, a cuya puerta un azulejo advierte que cuando se va, cierra; cuando está, abre, y si el cliente llega y el tabernero no está, será que no coinciden.

Emilio Tamargo me expone una curiosa teoría sobre el «guirria», quien sería el bufón de algún señor feudal que el día de Año Nuevo bajaba al pueblo a desfogar y a perseguir a las mozas. Esta teoría se expone en unos folios distribuidos por el Ayuntamiento, pero me parece demasiado elaborada. No creo que hubiera por estos contornos muchos feudales con bufón. Juan Uría, que estudió este asunto, y polemizó a causa de él con Fausto Vigil, se retrasa a un totemismo prehistórico: «Estas escenas de júbilo irían acompañadas del desenfreno, como se ve en las bacantes, y de una manera más concreta en la fiesta anual de los fenicios conmemorando a Adán; a este aspecto corresponderían los cánticos impuros de los diocesanos de San Paciano y los gestos provocativos de los "guirrios"». Julio Caro Baroja, que dedica a los "guirrios" el capítulo VI de la segunda parte de «El Carnaval», sigue a Cabal al situar a los «guirrios como bardancos, sidros o zamarrones», y pone en relación las mascaradas asturianas con las mascaradas suletinas. Es, pues, personaje carnavalesco. Pero un reportaje publicado en «La Nueva España» a finales del pasado año y firmado por Vicente Montes, «El diablo llegaba por Navidad», nos da una clave muy interesante, que yo insinué en un artículo publicado aquí hace unos años. De la misma opinión es Ramón Sordo Sotres. Ahora, un documento inédito del archivo municipal de Pola de Siero parece confirmar que las comedias de «sidros» eran una tradición navideña en lugar de ser propias del «Antroxu». Se puede objetar que el «sidro» y el «guirria» no son exactamente lo mismo. Pero ambos van enmascarados y llevan palos que usan a modo de pértigas. En cualquier caso, son típicas manifestaciones de lo que Caro Baroja llama «fiestas de invierno».

Comemos en la Fonda el pote de castañas, que es claramente precolombino. Tomás, el dueño, es muy erudito, pero en esta ocasión anda atareado, sirviendo el comedor. Al regreso, los niños aguinalderos nos vuelven a detener en Sellaño, sacan el cuaderno, comprueban nuestra matrícula y nos dejan pasar sin más portazgos. A esto le llamo yo honradez y buena administración.

La Nueva España · 19 de enero de 1999