Ignacio Gracia Noriega
Una canción digna de Shakespeare
Salvador de Madariaga, que siempre se mostró muy cortés con los asturianos (y gracias a ello, ni una sola calle le recuerda en Asturias, que yo sepa), aseguró en una conferencia titulada «Galicia y España», pronunciada en el Centro Gallego de Buenos Aires: «Yo no olvidaré jamás una copla asturiana que considero tan bella que pudiera parangonarse con cualquier cosa que haya escrito Shakespeare, y que termina:
¡Oh, qué noche tan profunda, que no tiene movimiento! !Oh, quién pudiera tener tan sereno el pensamiento!
Y añade Madariaga: «El pueblo que concibe una copla popular de este nivel es un pueblo de tal inteligencia, capaz, si a mano viene, en caso de necesidad, de quedarse con un almacén de abarrotero gallego».
Esta canción abre el «Cancionero musical de la lírica popular asturiana», de Eduardo Martínez Torner, y su letra completa es como sigue:
¡Que me oscurece! ¡Ai de mí que me oscurece a la salida del monte! ! ¡salida del monte!
¡Penosina de la aldea dame posada esta noche ! ¡Tan oscura! ¡Oh que noche tan oscura que no tiene movimiento!
¡Movimiento! ¡Oh quién pudiera tener tan sereno el pensamiento!
Creo que la versión de Madariaga, que sin duda conocía la canción de oídas y la transcribió mal, mejora al original recogido por Torner: pues «noche profunda» es de más belleza, produce mayor impresión poética que «noche oscura» (aunque sin olvidar, claro es, sus ilustres antecedentes que llegan, es inevitable, a San Juan de la Cruz; aunque el estremecimiento que producen estos versos recuerda también la «noche serena» de fray Luis de León: noche oscura y profunda, que «no tiene movimiento»).
Esta canción, clasificada como «de ronda» le fue dictada a Torner por Catalina Muñiz Llano, de Llamo de Riosa. Llamo, hace veintitantos años, era un pueblo de impresionante belleza, al pie de la sierra del Aramo. Todo en él reflejaba autenticidad asturiana y un cierto primitivismo. No he vuelto por estos rumbos, pero no será extraño que el «progreso» lo haya desvirtuado. Entonces uno podía imaginar la noche profunda y sin movimiento y a alguien que bajaba de la sierra en busca de posada y de amores, seguro de encontrarlos. Como escribe Torner: «Rara vez los mozos corren la ronda en su mismo pueblo, sino que se trasladan a otros, que a veces distan dos y tres leguas, entreteniendo con canciones la larga caminata».
Se considera el cancionero asturiano desde aspectos musicales y folklóricos, sin atender a sus aspectos poéticos, literarios(y literarios de altura, en algunos casos; por ejemplo, la prodigiosa añada «Ahora no, mío neñu», o esta copla que canta el Che de Cabaños: «Los ojos y el corazón / son amigos especiales, / cuando el corazón suspira / los ojos lloran sus males»). Este es, pues, terreno también para el crítico literario dispuesto a desvelar la belleza de un arte popular que, como decía Luis Cernuda, siempre es recuerdo de un arte culto que se ha perdido. Y las pérdidas son irrecuperables, como escribe Modesto G. Cobas: «Torner estaba convencido de que cada viejo que se moría llevaba consigo a la tumba una de esas manifestaciones espirituales de la raza». Manifestaciones espirituales inequívocamente locales, pero con valor universal. El amor es el sentimiento más frecuente en estas canciones; amor tan fuerte y exclusivo como el de aquella moza que si supiere las piedras que su galán pisara la calle, «las volviera del revés / que no las pisara nadie». Y el amor es sentimiento universal También son universales algunas palabras, no todas; por ejemplo, «pensamiento». En esos versos del poeta sevillano Gabriel García Tassara yo creo reconocer el tono, el ritmo de 1a canción recogida por Torner en Llamo y que Madariaga consideraba digna de Shakespeare: «Y ¡oh! quién pudiera por su propia mano / arrancar de su frente el pensamiento».
La Nueva España · 26 noviembre 1997