Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El chasco turístico

No adivino los motivos, pero es evidente que existen intereses de carácter político relacionados con el turismo, dirigidos a negar lo que realmente ocurre en el sector; acaso porque la política es el arte de negar la evidencia. Hasta ahora se lanzaron las campanas a vuelo siempre que se habló de turismo y de los incontables beneficios que traería su implantación masiva. «Lleno total», «No cabe un alfiler», «Esto es el acabóse», eran afirmaciones muy del gusto de ciertos grupos dispuestos a vivir de fantasías, y cuya expresión más acabada fue la de aquel alcalde que pidió a los turistas que pasaran de largo por su reino de taifas, Llanes concretamente, porque estaba al completo; de modo que un alcaldillo colocó el cartel de «No hay entrada», como si Llanes se tratara de una plaza de toros, y gracias a éxitos de tal jaez llegó a ser presidente interino del Principado.

Pero quienes vivimos en localidades consideradas como turísticas nos damos cuenta de que algo falla en tanto grandonismo. Hay, efectivamente, m u c h a gente, pero llenando calles y plazas a bordo de sus automóviles; los establecimientos públicos están casi vacíos, o con la clientela habitual. De modo que, aunque parezca sarcástico decirlo, se está con mayor holgura en un bar o en una tienda que en plena calle, sobre todo si el día se mantiene nublado y el personal no puede ir a la playa; porque ya se sabe que los veraneantes sólo están en su medio natural en Madrid o en la playa.

Yo no sé si influirá en algo el hecho de que en lugares como Llanes, cacareada «villa de interés turístico» se ha pretendido reunir de cualquier modo el turismo de mochila, calzón corto y pantorrilla, con otro que gastara 17.000 pesetas diarias y del que jamás se supo. Desdicen la condición de «interés turístico» de la mencionada población costera los interminables escándalos nocturnos a cargo de muchachadas improvisadas en hordas, la permisividad municipal, la suciedad tanto de la villa como de las playas, los agobios del tráfico, el ruido, etcétera. Pero eso no impide que Llanes y lugares semejantes se llenen de gente los fines de semana veraniegos; lo grave es que esa gente ocupa espacio y no consume. ¿Qué pasa aquí?, se pregun­tarán algunos ingenuos. Pasa que no hay un duro. Pasa que todo está carísimo y que salir de casa cuesta un ojo de la cara. Pasa que empezamos a pagar los trece años de desmadre moral, económico y social organizados por el societismo. Pero el personal debe continuar pensando que todo es «vida y dulzura», y los bancos incluso ofrecen créditos para ir de vacaciones (lo que es el colmo de la insensatez).

Por fin, el pasado día 17 de agosto, veo en la primera página de La Nueva España una noticia que da la voz de alarma: «Asturias roza el lleno turístico sin que apenas suba el consumo». Y esto, queridos lectores, es un desastre. Se quiso plantear el turismo como una milagrería, exactamente igual que Felipe González planteó el ingreso en el Mercado Común, y ahí tenemos las consecuencias. Se quiere vivir del turismo, olvidando que el turismo puede ser un complemento pero nunca el de una economía, como ya ha advertido Juan Velarde. Y para ello se engaña al turista en todos los órdenes: desde cobrarle más de la cuenta hasta afirmar obstinadamente que «en Asturias siempre hace buen tiempo». Y de ahí a la «Marbella del Norte» que pretendían Trevín y Quintana, sólo hay un paso: venga usted a Asturias, donde siempre luce el sol... y verá el chasco que se lleva.

Por fortuna, también existen hosteleros realistas, como quien declaró a La Nueva España que «queremos hacer el año en cuatro días y no se puede». De poder, el negocio sería redondo: trabajar un par de meses y holgar el resto. Otros hosteleros, menos realistas y sensatos, acusan a la Administración del fracaso.

¿Por qué? La actual Administración no metió a España en el Mercado Común por la puerta de servicio, con todas las fatales consecuencias que ello tuvo; no desmanteló la economía asturiana dejándole el turismo como consuelo; no acogió a individuos como Trevín y Quintana, que proyectaron un turismo a lo bestia. La Administración, es más, debe permanecer ajena a estas cosas. Es el hostelero quien debe mirar por su negocio.

La Nueva España · 24 agosto 1996