Ignacio Gracia Noriega
La hora de comer según Eduardo Méndez Riestra
Después de haber publicado un recetario culto, es decir, con comentarios, «Cocinar en Asturias», Eduardo Méndez Riestra aparentemente nos sienta a la mesa en su libro siguiente, «La hora de comer», espléndidamente editado por Hidroeléctrica del Cantábrico. Decía el P. Alesón, personaje de Ramón Pérez de Ayala, que el secreto de la buena marcha de la vida conyugal consiste en tener la comida dispuesta a su hora. Pero Eduardo Méndez Riestra nos demuestra que «la hora de comer» es algo mucho más complejo. En primer lugar, después del recetario llega «la hora de comer», o sea, se come lo que se ha preparado conforme a las indicaciones del recetario, en cuyo caso «Cocinar en Asturias» sería un libro teórico y «La hora de comer» una invitación práctica, aunque no es así. Sería así si Eduardo Méndez Riestra estableciera una frontera entre cocina y gastronomía, en cuyo caso «Cocinar en Asturias» sería un libro de cocina, con sus recetas, que detallan ingredientes, pesos y medidas, etcétera, y «La hora de comer», un libro de gastronomía. Mas como para Eduardo, gastrónomo avezado después de muchos años, cocina y gastronomía se complementan la una a la otra, forzoso es reconocer que «Cocinar en Asturias» y «La hora de comer» no son libros sucesivos, sino complementarios; aunque, es natural, en «La hora de comer» Eduardo le haya concedido más espacio al escritor que lleva en sí y que convive perfectamente identificado con el sabio en materia culinaria (que es quien se lleva la parte del león en «Cocinar en Asturias»). «La hora de comer» es una obra de cultura, una obra histórica y una obra de reflexión; el propio subtítulo nos lo confirma, ya que reza: «Una aproximación a la alimentación en Asturias desde los primeros tiempos hasta la Edad Moderna». El proyecto era ambicioso, pero por una vez lo llevó adelante la persona más adecuada. Este libro era necesario y ahí lo tenemos. Hasta hace unos treinta años, no había literatura gastronómica en Asturias; la inaugura Antonio García Miñor con «Asturias, andar y ver, y bien comer». Pero no fue preciso que transcurriera mucho tiempo (unos treinta años, ya digo) para que esta modalidad literaria alcance su madurez plena con «La hora de comer».
El libro es de una gran belleza, no sólo por el texto, sino también por la edición. Un amigo mío, asturianista ilustre, lo abrió en mi presencia, y se encontró con una fotografía de Santa María del Naranco. «¿Qué pinta Santa María en un libro de gastronomía?», se preguntó sorprendido. No sé si ya lo habrá averiguado. Yo sólo puedo decir que el libro de Eduardo se parece más de lo que se pudiera suponer a otro libro de este amigo sorprendido en el que nos presenta a la catedral de Oviedo como testigo de la historia de Asturias. Eduardo Méndez Riestra, por su parte, nos ofrece la alimentación de los asturianos dentro de su marco histórico; esto es, hace otra historia de Asturias, original y no menos cierta que las que conocemos al uso. Alimentación, que al ir mejorando, debería alcanzar ahora su mejor momento, a pesar de las hipérboles del P. Carvallo sobre la de su época; pero las supersticiones de la dietética y de la masificación imponen que, cuando hay más abundancia, se coma peor.
Aunque Eduardo Méndez Riestra sea afrancesado, e incluso haya padecido algún achaque estructuralista (lo que hace veinte años era, si no inevitable, sí bastante frecuente), felizmente su libro no se parece en nada a «La aventura de comer», de Noélle Chatellet, libro en cuya traducción cortesmente colaboró aportando material gráfico. Los estructuralistas, cuando escribían, solían irse por las nubes, debido acaso a su prosa un tanto gaseosa. Eduardo no se pierde, porque conoce muy bien el terreno: no en vano es autor de dos guías gastronómicas del Principado y hombre sensato y ecuánime, capaz de teorizar sin perder. el gusto –y sin permitir que el lector lo pierda– por los asuntos que trata. Asuntos deleitosos, aunque serios; porque si azarosa fue la historia de Asturias, no menos lo es la alimentación de los asturianos.
La Nueva España · 25 julio 1996