Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

La biblioteca universitaria

En su «Historia de la Universidad de Oviedo», Fermín Canella se muestra satisfecho, e incluso orgulloso, de la biblioteca universitaria, cuya subvención y mantenimiento describe por lo alto, sin detenerse demasiado, dada la magnitud de la obra, en cuyo conjunto se inscribe esta institución: «Bien aplicados dichos elementos -afirma Canella- cuenta hoy la "biblioteca especial" de la Facultad de Derecho con más de mil volúmenes y folletos, dato que prueba la importancia de tan útil dependencia». Estas líneas se publican en 1903, más de 30 años antes de que la barbarie arrasara aquellas salas, sensiblemente enriquecidas en libros, con el con-junto de la Universidad ovetense, de la que es parte indivisible.

Pero con el tiempo, la Universidad y su biblioteca pudieron reconstruirse: como decía un personaje de "Bearn" de Lorenzo Villalonga, a partir de la invención de la imprenta la quema de libros es dolorosa pero no irremediable. La biblioteca de la Universidad de Oviedo, cuyas oficinas centrales continúan en el viejo casón de la calle de San Francisco, con su multitud de libros, ficheros, trabajo en equipo y hasta informático, hoy abrumaría al bueno de don Fermín, que se maravillaba de los mil libros y folletos que contenía en los primeros años de este siglo.

La biblioteca universitaria es recuerdo inolvidable para quienes cursamos estudios en la Universidad hace 30 años.

Las dos salas de lectura estaban perfectamente definidas y diferenciadas: la de Derecho era más seria, austera y especializada: allí se iba a estudiar. La de Filosofía era otra cosa: con sus escaleras de buena madera, el corredor de la parte alta y las sólidas mesas con sus atriles recordaba la biblioteca de Rex Harrison en «My fair lady». Los estudiantes acudían a ella por razones muy diversas: unos, efectivamente, iban a estudiar o a copiar apuntes; otros, porque la calefacción funcionaba estupendamente; otros, en fin, a ligar, y algunos, a lo que se debe ir a una biblioteca: a leer.

Porque la biblioteca universitaria de Oviedo contaba con su buena provisión de literatura: yo leí allí a Conrad completo, en la antigua edición de Montaner y Simón, y los dos fastuosos volúmenes de «Poesía heroica del imperio», espléndida antología de poesía barroca, recopilada por Vivanco y Rosales, los cuales, al hacerse «demócratas» por imposición de los tiempos, procuraron olvidarla. Benigno y Pedregal eran dos instituciones, con sus blusones azules y su tolerancia.

A las once, minuto arriba o minuto abajo, un decidido taconeo por el pasillo anunciaba la proximidad de doña Carmen Guerra, la directora, y se terminaba la tolerancia. A partir de entonces sólo se escuchaban las pisadas del tacón doble o triple de Pedregal, que, cuando se le pedía un libro, solía contestar: -«Non lu hay» -y si se insistía-: «Llevolu» don Juan Uría.

Por descontado, Ramón Rodríguez Álvarez, actual director de la biblioteca universitaria, no relata estas anécdotas en su magnífico libro «La biblioteca de la Universidad de Oviedo», recién editado por la propia Universidad: pero a mí me recuerda a aquella época y a aquella gente entrañable, aunque en la actuar la amabilidad y cordialidad de los empleados permite que uno se sienta en la biblioteca como en casa. Tal vez sea porque las bibliotecas son los hogares de quien ama los libros.

Este libro de Ramón Rodríguez es todo él un monumento de amor al libro: por su formato, por su impresión, por su contenido. «Libro sobre libros», como los que tanto fascinaban a Borges, será, junto con el de Canella, la referencia inevitable para la historia de la Universidad ovetense: para la historia de la cultura en Asturias.

La Nueva España · 20 de febrero de 1994