Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Reflexiones sobre la huelga general

Yo creo que la huelga general que acaba de padecer Asturias merece unos minutos de reflexión. No vamos a entrar en la consideración de si ha sido un éxito o no lo ha sido. A fin de cuentas, las huelgas generales en España -primero, en todo «el Estado», como dicen los politicastros «a la violeta», y recientemente en esta «autonomía»-, tienen la peculiaridad de estar organizadas por los mismos que votan al presente Gobierno, responsable de los desastres contra los que se reacciona; o sea, que se gasta pólvora en salvas. Y respecto al supuesto éxito de esta movilización, yo lo veo muy relativo, pues muchas personas se sumaron a la huelga no por convencimiento, sino por temor a los piquetes informativos. La existencia de estos piquetes, que atentan contra la libertad individual y contra el orden público, suponen formas de coacción que, al no ser evitadas y reprimidas, demuestran en qué clase de país vivimos.

En mi opinión, el derecho a la huelga termina en ese punto donde todo ciudadano tiene derecho de hacer lo que le da la gana. Una huelga bajo coacción, además, es inútil, pues los que la secundan por miedo no pueden ser considerados como ciudadanos que verdaderamente apoyan la protesta. En Llanes (y cito Llanes porque es el ejemplo que tengo más a mano), donde un alto porcentaje de la población es de extrema derecha, como lo demuestra votando a quien vota, muchos cerraron sus comercios por miedo a que los piquetes informativos atentaran contra ellos. Temor justificado o sin fundamento, es a los propios sindicatos a quienes interesa aclarar las cosas para disiparlo. Pero dejando esta cuestión a un lado, con ser importante, la huelga general, entre otras cosas, nos demuestra, por si fuera necesaria demostración, el poco peso que Asturias tiene en el conjunto de las autonomías, comunidades y nacionalidades que configuran el «Estado español» (según mandato constitucional). La TV del Gobierno apenas le prestó atención a la huelga asturiana y a las causas que la motivaron: bastante tienen con echar las campanas al vuelo con la conferencia de Madrid, como si España tuviera algo que decir en ella, aparte de poner la cama (es decir, las camas de los participantes), y como si con esa reunión, pórtico que llegó como llovido del cielo a los fastos del 92, todos los problemas, incluido el de la minería, fueran a solucionarse por arte de la varita mágica. Y ya en la víspera, al señor Balcells, comisario-presentador del telediario, le interesaba más afirmar que no hubo el menor enfrentamiento entre González y Guerra que lo que verdaderamente ocurre en Asturias. González, por su parte, dijo varias vaguedades, dando la impresión de que no sabía de qué estaba hablando (por ejemplo, dijo «eza empresa», refiriéndose a Hunosa, como si no se acordara del nombre). Y nuestro buen Vigil se asomó a las pantallas nacionales como si fuera Carlos Arias Navarro anunciando la muerte de Franco: pálido, demacrado, nervioso, balbuciente. ¡Ay, Vigil! Recuerda lo que te aconsejó el capitán Fernández de Andrada:

«Vigil, las esperanzas cortesanas:
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas».

Y cabe preguntarnos finalmente: ¿triunfó la huelga general? Rotundamente, no. De haber triunfado, hoy el PSOE no estaría gobernando en Asturias. La huelga tan sólo ha conseguido las inmensas pérdidas de un día de paro. Nada más. La protesta no tuvo sentido, porque los gobernantes tienen que saber de sobra lo que está ocurriendo en Asturias. A fin de cuentas, llevan casi diez años en el gobierno, y, en Asturias, desde que hay autonomía. Ellos sabrán lo que han hecho para llegar a esta situación. De modo que mientras los sigan votando, lo mismo dará ir a la huelga que clamar en el desierto.

La Nueva España · 27 octubre 1991