Ignacio Gracia Noriega
El párroco y los pájaros
En mi libro «Entre el mar y las montañas», en el capítulo dedicado al monasterio de San Pedro de Villanueva, hablo de un cura melómano y cantarín. «El cura», escribo, «es melómano, y mientras prepara los utensilios para decir la misma, tararea gregoriano como si fuera una canción de moda». Poco imaginaba o que este cura era, ni más ni menos, que el P. Castaño, que había sido profesor de Ciencias Naturales cuando yo estudiaba en el colegio de los Dominicos de Oviedo. Pero el mundo es así, como un pañuelo, y a través de mi buen amigo Emilio Sola, autor de novelas como «Hijos del agobio» o «Arcadio y los pastores», de poemas como «La isla», y de obras históricas como «Un Mediterráneo de piratas» y «Libro de las maravillas del Oriente lejano», pude reencontrar a este dominico, ahora exclaustrado y párroco de Las Rozas de Villanueva: amplia parroquia que llega hasta Tornín, donde vivió y murió el gran gaitero Remis Ovalle y en cuyo «Mesón Dobra» se vende excelente embutido. El P. Castaño es tío de Emilio Sola, que le llama «tío Pepito».
Y el tío Pepito nos enseña la casa, saca una botella de vino y se pone a canturrear gregoriano: las ovejas que pastan en una verde colina, sobre la que se apoya la casa, bajan al galope al escucharle y él les da de comer.
Opina el P. Castaño que en una casa en la que haya flores y animales se puede entrar sin llamar, porque, con toda seguridad, viven en ella personas de buen corazón. Y en la casa del párroco de Las Rozas hay flores y animales, además de libros antiguos y múltiples objetos que pertenecieron a la Asturias campesina de pasados tiempos y cuyo uso se ha perdido. Al P. Castaño le gusta enseñar estos objetos y luego explica para qué sirven. Desde su despacho, se ve un trozo de prado verde, enmarcado por una ventana de piedra de cantería. En la sala, el diccionario Espasa y los retratos de los abuelos el día de la boda. En la galería, sobre una mesa camilla, la máquina de escribir, y, al lado, una fotocopiadora, que resulta un artefacto intruso en esta casona rural del siglo XVIII. Y afuera, animales por todas partes: monos, perros, pájaros, ovejas, gallinas... Un cartel dice: «El arca de Noé». El lugar donde viven las gallinas se llama, naturalmente, «Gallinópolis».
El P. Castaño es feliz entre sus animales, al borde de la carretera de Cangas de Onís a Arriondas, y se entiende con ellos. El pavo real, con su rueda; los faisanes, con sus abanicos; los tordos, con sus cantos; las palomas de colores; los cuervos, las urracas y el loro con sus charlas, son sus compañeros. El loro se llama Beatriz y si hemos de creer al P. Castaño, que asegura que es más viejo que sus sobrinos, y habida cuenta que Emilio Sola es de mi edad, anda más cerca de los cincuenta años que de los cuarenta. Los monos se vuelven locos por los caramelos, que saben desenvolver con mucha facilidad. Un «cocker spaniel» llamado «Rom» es futbolista, y el mastín, llamado «Zar», pesa setenta kilos.
Según cuenta Foronda en «De Llanes a Covadonga», Rozas, Contriquil y Quintas pagaban diezmos al monasterio de San Pedro de Villanueva, que, a comienzos del siglo XIX, tenía un abad y seis monjes. Hoy, el monasterio es parroquia y el P. Castaño, su párroco. A la caída de la tarde, entra en la iglesia y pone una grabación en la que hay el sonido de campanas. Junto con Ricardo Duyos, de Nueva, y Agustín Vela, de Riocaliente, está formando una sociedad de amigos de los pájaros que, el próximo día 18, organizará una exposición de pájaros en Posada de Llanes patrocinada por la Caja Rural. A este párroco pajarero le gusta tanto el canto de los pájaros como el gregoriano; y los pájaros y los otros animales se quedan mirándole cuando él se pone a hablar.
La Nueva España · 16 agosto 1991