Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Lorenzo Laviades

Ha muerto Lorenzo Laviades. ¿Y quién era Lorenzo Laviades?, se preguntarán muchos de mis lectores. Pues era un escritor llanisco, nacido en Llanes, que escribió sobre Llanes de forma exclusiva y con contenida emoción, y que en Llanes ha muerto, sencilla y silenciosamente, como había vivido. Inútil será que se busquen sus obras. Tan sólo una publicó en volumen, la novela «Blas el pescador». El resto lo compone artículos exponentes de un costumbrismo lírico, evocador, en la línea de otros trabajos de los también llaniscos Demetrio Pola Varela y Ángel Pola, de quienes puede considerársele como legítimo continuador. Era Lorenzo Laviades escritor de prosa muy cuidada y de concepto mesurado y prudente. Le supongo autodidacto y calculo que entre sus papeles quedará algún material inédito. Aunque sabía quién era, nunca crucé una palabra con él.

Lorenzo Laviades no era hombre agraciado por la naturaleza. De muy pequeña estatura y aspecto enfermizo, por las mañana solía asomarse al puente de Llanes (ese curioso accidente urbano donde el centro de la población se hace puerto y desde donde se ven altas montañas antes que el mar), para mirar las lanchas y la subida y bajada de la marea en la desembocadura del río Carrocedo. En ese puerto, hoy tan decaído, se desarrolla su novela «Blas el pescador», un relato en la línea de «José», de Armando Palacio Valdés, o de «Sotileza», de José María de Pereda, en el que los personajes se distinguen por su simplicidad un poco plana y por sus buenos sentimientos. Sin duda, pensaba Lorenzo Laviades -mientras desde el puente veía las aguas correr- que este puerto, ahora tan decrépito, había conocido tiempos mejores; pues como él mismo escribe: «Las embarcaciones en roladas en el puerto eran entonces algunas traineras de remo, diversa: barquillas langosteras y unos poco: botes y chalanas que apenas si se alejaban del puerto. A esta pequeño y modestísima flotilla había que agregar cuatro vaporcitos pesquero; llamados en el puerto "vaporas' (porque echaban humo por las chimeneas), y que eran la envidia de lo! que no podían encontrar plaza el ellas, pues además de las costeras de primavera, verano y otoño con el bocarte, el bonito y la sardina también hacían la costera del besugo en el invierno». Hoy, en el puerto de Llanes no hay ni eso, y por este motivo es muy posible que Lorenzo Laviades experimentara aflicción e inquietud.

Era un hombre del puerto que casi nunca se alejaba de él, como los viejos marineros, de quienes escribió: «Pescadores había que en todo el año no pasaban una sola vez por delante del casino y del Ayuntamiento, edificios en exceso conservadores que les inspiraban muy poca simpatía, y ellos sabían bien por qué».

Yo supongo que Lorenzo Laviades tenía hacia Llanes una actitud cordial y apasionada, semejante a la de su admirado poeta Ángel de la Moría, que cantó infatigablemente «tan antigua villa, la alegre villa d hermosura casi extraña», y a que los llaniscos mataron a disgustos finales del pasado siglo por haber mezclado en las rivalidades entre los bandos, esto es, las cofradías festeras. Lorenzo Laviades, al contrario que el poeta, de quien seguramente se consideraba alma afín, procuró pasar por Llanes inadvertido y margen de disputas. Era modesto y rehuía el relumbrón. Hace unos años, el llanisco José Luis Burgo, director de la revista «Crítica de arte» quiso hacerle un homenaje, y Lorenzo Laviades se negó en redondo. Descanse ahora en paz, tal como vivió.

La Nueva España · 26 marzo 1991