Ignacio Gracia Noriega
Elogio de la castaña
Acaba de editarse el «Enaltecimiento de la castaña», breve pero muy enjundioso folleto en el que se recoge el texto del pregón del X Festival de la Castaña celebrado en Santiago de Aces (Candamo) el 5 de noviembre del año 1989, a cargo de Fernando Inclán Suárez, ilustre erudito y jurista que vive al modo de los antiguos romanos, entre el campo y las letras, en Villamondrid (Pravia). Santiago de Aces es lugar de Asturias poco conocido; mejor para él, porque así se evita, de momento, el espanto apocalíptico del turismo indiscriminado y masificado y la pavorosa amenaza de la especulación inmobiliaria; mas dejemos que sea el propio Fernando Inclán quien lo describa con rápida pincelada: «En esta pintoresca parroquia de Santiago de Aces, en el amplio valle de Candamo, con su feraz vega y sus laderas solanas, antaño se cultivaban los mejores viñedos de la región». Hoy la vid asturiana ha quedado relegada a la zona occidental de la región; estas vides de Santiago de Aces son de las más orientales de que tengo noticia reciente.
George Borrow habló de viñedos en el Naranco, aunque tal noticia la negaba terminantemente Jesús Evaristo Casariego, atribuyéndola a una obnubilación o merecida broma que los carbayones le habían gastado a aquel hereje vendedor de biblias.
Mas no se trata de hablar de vino, sino de castañas, y aun de sidra, que parece acompañamiento más adecuado según todas las tradiciones, aunque Inclán recomienda andar con cuidado con tal mezcla, ya que el dicho popular previene al asturiano que «pierde los dientes por beber la sidra fría y comer las castañas calientes».
Para Inclán, el castaño, árbol latino, pero latino de Roma, para mayor categoría, fue la gran despensa de Asturias: «En él, como en el cerdo, todo es aprovechable: sus apreciadas maderas -la caoba del Norte- sirvieron para levantar nuestras casas y hórreos, hacer los muebles, los toneles para la sidra o la popular cestería; su leña mantuvo el fuego de los hogares aldeanos, y su fruto suplió las siempre escasas cosechas de cereales en los "meses mayores", a la vez que era la única ceba del ganado porcino, que solía aprovecharlo en montanera en el ciclo final de su crianza, dando exquisito sabor a sus carnes. La historia rural de Asturias debe mucho, sin duda, a la protección del castaño».
Hasta la llegada de las patatas, las castañas fueron el alimento «providencial», según Inclán, en los países montañosos como Asturias «donde el maíz resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de los labradores y la escanda se destinaba en su totalidad al pago de las rentas». Añadiría yo también los nabos y con ambos, indistintamente, se hacía el pote. Jesús Martínez Fernández sitúa en el siglo XVIII la aparición en esta tierra del pote, plato complejo y nutritivo, que contribuyó en gran medida a desterrar el fantasma del hambre. La identificación entre la castaña y la patata fue tan grande que a ésta empezó llamándosela «castaña de Indias». Mas en Asturias, salvo entre los vaqueiros, hubo prevención hacia las patatas, según el botánico Durieu, cuyo viaje relató Jacques Gay en el año 1835, por incitación de los clérigos, que, por ser «frutos nuevos», no cobraban diezmos por ellas. Por esta época, la patata ya estaba plenamente implantada en Europa, y así, en «Historia de un recluta de 1813», de Erckmann y Chatrian, se reprocha a soldados de los ejércitos de Napoleón que «si fuéramos a registrarles sus casas no encontraríamos ni siquiera patatas en su despensa».
La castaña, tan importante en otro tiempo en la alimentación de los asturianos, hoy es otro asturiano olvidado. Cuando regresó Rafael Fernández y propuso que con las que se dejaban perder en los bosques podrían hacerse diversas industrias, todo el mundo le miró como si hubiera dicho algo raro; y claro que tenía razón.
La Nueva España · 21 enero 1991