Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Los gastrónomos del cristal

Robert Louis Stevenson, en su hermoso ensayo sobre los almirantes ingleses, le reprocha a Greenville que comiera vasos de cristal: «Se dice de él», escribe, «que solía masticar y tragar vasos de cristal, por pura broma, hasta que le brotaba sangre de la boca»; y añade: «Greenville, ciertamente, no hace muy buena figura masticando cristal de vaso por las mesas, no peor, con todo, que las de cientos de otros artistas, cuando se los contempla de cerca o en la vida privada».

Yo no comprendo muchos reproches que se hacen por escrito; por ejemplo, que Sartre le reprochara a Flaubert que condujera carros sobre caminos embarrados, como si fuera el responsable de que los caminos estuvieran en malas condiciones. A Greenville, en todo caso, se le podría reprochar que fuera un gastrónomo del vidrio tan descuidado que se hiciera sangre mientras realizaba la honorable ocupación de comer.

Terence Pettigrew, en su biografía de Humphrey Bogart, recoge el rumor de que su biografiado había comido en una ocasión una copa de cocktail porque se lo había visto hacer a un francés. Y hace ocho o nueve años los periódicos recogieron, muy sorprendidos, la noticia de que un ciudadano llamado Atich Abdelilah, ajeno a nuestra cultura, también comía cristal.

Si Stevenson o Pettigrew hubieran pasado una temporada en Asturias, no habrían encontrado nada de particular en los hechos que refieren con incrédula extrañeza. Comer vidrio es ocupación bastante frecuente y como lo demuestra Atich Abdelilah está generalizado incluso fuera del ámbito de la cultura occidental.

El primer comedor de vidrio asturiano de que tengo noticia se llamaba Rosalín, y era teniente de la legión durante la última guerra civil; por haber recibido una herida en el frente, gozaba de unos días de permiso en Oviedo. Un día asistió a la representación de un prestidigitador (seguramente el famoso Rajah Tarto) que tragaba cemento, bebía agua y finalmente comía una bombilla. Por cortesía, el artista se dirigió al público para preguntar si alguien era capaz de hacer lo mismo, y, tocado en su amor propio, Rosalín se dijo: ¡A mí la legión!, subió al escenario y se comió la bombilla. Al día siguiente los amigos le preguntaron si se sentía bien, a lo que contestó: «Sí, ¿por qué iba a estar mal?».

Un amigo mío que ahora reside en Oviedo y que estuvo destinado como oficial de la Guardia Civil en la comarca oriental por los años cuarenta, cuenta que una vez estaba tomando sidra en Niserias y después de beber un «culín», dijo, con el vaso en la mano: «Está tan rica que comería el vaso». Uno de los parroquianos tomó el dicho en sentido literal y de ahí se derivó una apuesta. En resumidas cuentas: mi amigo, que también lo había sido de Rosalín, el precursor, comió hasta la mitad del vaso, y el dueño del establecimiento conservó lo que restaba de él durante muchos años.

Pero el mejor comedor de vidrio y de otras cosas (en una ocasión dicen que comió una servilleta, pero niega que haya comido un pájaro vivo; los pájaros, según él, son los mejores músicos, y ¿va a comer a un músico?), verdadero azote de Rajah Tarto, vive en Llanes. En una ocasión estaba tomando copas en Ribadesella y le preguntó al dueño del bar:

—¿Cuánto vale la copa?

—Tanto –contestó el dueño.

—No, yo le pregunto cuánto vale también el continente, es decir, el cristal.

Y una vez que lo hubo abonado todo, bebió el contenido y comió el continente.

La última vez que vi comer cristal, el gastrónomo de turno puso buena voluntad, pero se apresuró demasiado y se hizo un corte en la boca.

La Nueva España · 30 de mayo de 1989