Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Aurora boreal

Resulta que las extrañas luces que se ven en La Espina o en la localidad de Viescas, en el concejo de Valdés, no proceden precisamente de las naves de los extraterrestres, más conocidos en la terminología semitécnica por ovnis, sino que pueden deberse a un fenómeno natural. Tales luces son descritas por testigos que las vieron como si fueran resplandores de un incendio que iban de abajo arriba, o como una claridad rojiza, o como si hubiera mucha luna, aunque todo el mundo sabía que era luna nueva. Hay una hermosa leyenda de «güestia» recogida por Aurelio del Llano en «Del folklore asturiano», sobre una mujer de Bresnáu, en términos de Cangas de Onís, a quien una noche engañó la luna y se levantó de la cama creyendo que era de día. Ahora, sobre poco más o menos, si no la luna por lo menos los fuegos fatuos, los fuegos de San Telmo e incluso la aurora boreal están jugando una mala pasada a un buen número de paisanos, para decepción de las personas que quieren creer en lo maravilloso. Pero ya lo dijo muy claramente el jefe de línea de la Guardia Civil: ni a él ni a los números a sus órdenes les consta nada, y lo que no consta a la Guardia Civil no existe.

Yo creo que muchas personas esperan a los extraterrestres con el mismo anhelo con que los romanos decadentes esperaban a los bárbaros en el poema de Cavafis. A lo mejor, como en el poema, los ovnis son una solución, después de todo. Pero, qué se le va a hacer. Otra vez será. En lo que a mí se refiere, que la aurora boreal pueda verse desde Asturias, a seiscientos metros de altitud sobre el mar, es ya de por sí maravilla suficiente.

Yo siempre dije que Asturias está muy orientada al Norte, y lo dice también Jesús Evaristo Casariego en su libro «Asturias y la mar», donde afirma que «desde los muelles y los corredores de las casas, la vista humana se tiende cotidianamente hacia la inmensidad marina, de tal modo que si la técnica óptica fuese capaz de construir un catalejo de ilimitados alcances, podrían verse desde las casas y los jardines de Gijón las casas y los jardines de Cabo Lizard, de Irlanda y de Islandia, si es que en Islandia hay jardines, que lo ignoro». Ahora, sin salir de Asturias y sin necesidad de adentrarse en las soledades árticas, se puede percibir ese suntuoso fenómeno que William Edward Perry describió en su «Tercer viaje para el descubrimiento de un paso por el Noroeste», y que estuvo observando y anotando por espacio de dos meses (de diciembre a febrero).

En Asturias, cuando aparecen luces misteriosas, el paisano que las ve no las tiene todas consigo. Debe ser un estremecimiento ancestral, originado tal vez en los relatos sobre la «güestia». Yo recuerdo haber oído, de niño, la historia de un pueblo que se conmovió porque se divisó una luz que se movía en un monte próximo. ¿Traerá guerras? ¿Traerá plagas? ¿Anunciará la muerte de algún vecino?, se preguntaban los más viejos del lugar. Por fin, varios vecinos decididos subieron al monte y encontraron a una vieja con madreñas de clavos que, con una linterna sorda en la mano, buscaba una vaca que se le había perdido.

El poeta Celso Amieva me contaba que a comienzos de siglo se vieron unas luces en el mar. Aquello dio lugar a las especulaciones más peregrinas. Pero finalmente se supo que tal iluminación no anunciaba el fin del mundo, sino que se trataba de los focos eléctricos de la escuadra británica, que estaba de maniobras en el ancho mar.

La Nueva España · 31 de marzo de 1989