Ignacio Gracia Noriega
Una artista poco dada a los exhibicionismos
Repaso a los cimientos pictóricos de una creadora a la que el paso del tiempo y el talento hicieron grande
La muerte siempre agarra por sorpresa, aunque quien muere llevara años resistiéndola. Según me contó su hermano Eduardo Méndez Riestra, Raquel había enfermado en 1996. Entonces superó la enfermedad, que al cabo de los años volvió a presentarse, y como escribe John Donne en sus "Devociones", un libro funeral y sombrío, lo peor no es la enfermedad, sino la recaída. La muerte, esa usurpadora, esa despojadora, se lleva a Raquel Méndez Riestra, más conocida en los medios artísticos por Kely, a los cincuenta y pocos años de edad, cuando aún le quedaba mucho por hacer, mucho por crear, mucho por expresar. Porque el arte, pese a una difundida suposición romántica, no es cosa de la juventud, sino de la madurez. Con los años se depura el arte y se mejora la percepción y se domina la técnica. Decía Picasso que no se empieza a aprender hasta pasados los sesenta años, pero entonces es ya demasiado tarde. Para Kely fue demasiado tarde demasiado pronto.
Kely empezó muy joven, formándose al lado de tres artistas tan diferentes como César Pola, Alejandro Mieres y Humberto. El experimentalismo de Humberto y la geometría mecánica de Mieres tuvo su compensación en la calidez y proximidad de César Pola, buen paisajista y excelente dibujante. Porque para experimentar, hay que conocer antes las técnicas de toda la vida. Los cuadros de César Pola se parecen a su modelo, sea paisaje o retrato (era también César Pola un gran retratista) y los de Mieres son como planos de maquinarias en medio relieve. Entre ambos polos se puede desplegar un amplio abanico. Kely empezó pintando paisajes a la manera de Pola y continuó por el camino de la geometría a la que dio un sentido poético antes de ser del todo Kely, la Kely personal a la que la razón (la geometría pone límites a un mundo a punto de ser alucinado y la pintora está presente en Arco, en la muestra "Propios y extraños" de Marlborough, de Madrid; en Art International de Nueva York, etcétera. Contemplo en este momento un cuadro suyo de gran tamaño, colgado de una pared de mi casa: una redondeada masa blanca sobre la que aparecen por arriba cuatro dedos, tal vez, de colores amarillos, rojos y verdosos muy apagados que van avanzando; el fondo es negro. ¿Se trata de una metáfora, de una premonición? La pintura es para verla no para interpretarla ni para darle sentido. Pero ahora que ha muerto Kely encuentro en este cuadro una atmósfera inquietante.
Poco dada a los exhibicionismos, Kely era menos conocida de lo que merecía serlo por su arte. Es el sino de los artistas que se dedican a estar en su estudio, en su gabinete en lugar de estar en todas partes. Kely realizó su primera exposición individual en Langreo en 1985 y al año siguiente se presentó en Oviedo. Con ese motivo yo escribí en este periódico un comentario a sus cuadros, en los que ya se apreciaba dominio, talento y personalidad. Ahora, al cabo de los años, escribo su necrológica. Así es la vida (y la muerte).
La Nueva España · 11 diciembre 2013