Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

En la muerte de Agustín García Calvo

En la muerte de Agustín García Calvo se le han dedicado los elogios de rigor («antifranquista», «ácrata») y algunos más específicos como el de Matías Vallés que afirma que «hoy son inimaginables comportamientos similares al suyo» y otros muy oportunos, como el de Javier Neira, que muestra que no siempre por ser antifranquista se es «políticamente correcto». Queda por decir, y voy a decirlo si se me permite, que fue uno de los mejores prosistas de nuestra lengua, a la vez que poeta conceptista y sapiencial, del último medio siglo.

Le conocí personalmente en un bar de la Puerta del Sol a altas horas, cuando en España había dictadura pero los bares cerraban tarde. Entró con la chaqueta al hombro y sus bolsillos sonaban a metal porque los llevaba llenos de monedas de cinco duros y le acompañaba una señorita. Yo me encontraba con dos amigos que le conocían y le llamaron; metió la mano en uno de los bolsillos, sacó un puñado de monedas para dárselas a la señorita y se quedó a tomar unas copas con nosotros. Lamento no haber coincidido más veces con él. No obstante, leí de manera bastante asidua su prosa casi dieciochesca y con menos dedicación su verso, más humorístico cuanto más campanudo y solemne, y de su teatro de hechura helénica prefiero las farsas trágicas y la danza titánica a la marmórea «Ismena». Y fue un espléndido traductor: de Parménides, de Aristófanes, de Sade, y, sobre todo, de Shakespeare, de quien hizo versiones rítmicas, buscando en español el movimiento del verso blanco inglés, de su mejor tragedia («Macbeth»), de su comedia más maravillosa («Sueño de noche de verano») y de los sonetos. Tal vez sean las más vivas, jugosas e imaginativas versiones de Shakespeare a nuestra lengua, muy superiores a las de su amigo el poeta Valverde, que tenía que andar pidiendo disculpas en los prólogos porque «La doma de la brava» y «Coriolano» no eran lo suficientemente correctas en materia política de acuerdo con la mentalidad «progre».

Sus ensayos sobre el lenguaje son de una precisión y de una limpieza propias de quien conocía muy bien la lengua madre, sus sátiras (pues fue el mejor satírico de esta monarquía) se dirigen a diestro y siniestro, y en una literatura como la nuestra, antes cerril y ahora «cosmopolita» pero sin sentido del humor, él lo derrochaba. Escribió otros ensayos sobre Sócrates y las obras socráticas (de Platón y Jenofonte), Virgilio, Don Sem Tob, Rosalía de Castro y, claro es, Shakespeare. Pero también merece la pena detenerse en escritos de aspecto más perecedero, como los reunidos bajo el título de «Actualidades» en 1980. Contra lo que pueda suponerse por su título, estos artículos, panfletos, sátiras en prosa, «cartas al director», ensayos sobre la mentira y realidad del Estado y contra el Progreso, etcétera, son muy instructivos a los muchos años de haber sido escritos en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, pues describen el clima político, académico e intelectual de un país que estaba cambiando sin dejar de ser absurdo.

La Nueva España · 4 noviembre 2012