Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

El solsticio de Juan Uría Maqua

Ejemplar historiador, era un cantante prodigioso que hubiera triunfado en los escenarios

Se va Juan Uría Maqua a las puertas del verano, en vísperas del día más largo y de la noche más corta, cuando todavía están creciendo las hierbas, los bosques y los días. Cualquier día es malo para morirse, pero tal vez sea mejor hacerlo en días de plenitud que en estación de decaimiento. Muere Juan con sol radiante bajo un cielo despejado después de un mes de mayo y de parte de junio perfectamente otoñales: de manera que va a llevar luz al lugar al que se dirija. Juan Uría creía en la trascendencia. Cuando se cree que la vida no termina con la muerte, se muere menos que quienes, absorbidos por las pedanterías modernas, se niegan a escuchar el silencio eterno de los espacios infinitos.

Juan Uría era un cúmulo de virtudes sencillas. Tenía el aspecto de una montaña grande, fácil de escalar. Respiraba bondad y cordialidad por todos sus poros, por cada una de sus grietas y, como si fuera un niño que ha crecido más de la cuenta y que llegó a adulto antes de lo previsto, poseía la admirable facultad de admirarse ante todas las cosas y de suponer (lo que es mucho suponer) que la gente es buena. No porque fuera un roussoniano, ni falta que le hacía serlo, sino porque siendo él una buena persona, tenía la generosidad de imaginar que los demás eran más o menos como él. Era un hombre cabal y expansivo, con las arruguillas de la risa en torno a los ojos, sociable y cordialísimo y aficionado a los amables placeres de la conversación demorada y de la canción como solista o en coro. La faceta como cantante de asturianadas y en especial de vaqueiras no por ser de las menos conocidas de su actividad es la menos relevante. Era un cantante sencillamente prodigioso que hubiera triunfado en los escenarios de no haberse dedicado profesionalmente a la Historia. Pocas voces tan potentes y bellas como la suya. Cantó las vaqueiras que había aprendido de su padre con rigor etnográfico y en la última grabación de sus «Vaqueiras» se aprecia el implacable paso de los años por su voz magnífica: la potencia de los cuarenta años, el eco cascado de los setenta, resuelto con sabiduría y técnica.

«A Juan Uría Maqua el oficio de historiador le ha venido por la vía de la sangre», escribió Luis Suárez Fernández. No se limitó a ser el hijo y continuador de Juan Uría Ríu, el más ilustre historiador asturiano y uno de los grandes medievalistas españoles de toda época. Remontando los límites medievales y astures, siguió los pasos de un asturiano, Alonso de Bello, al Nuevo Mundo. Su biografía de este indiano perulero de los siglos XVI y comienzos del XVII es un trabajo ejemplar sobre un personaje entre comerciante y aventurero (en realidad, el comercio es la gran aventura), precursor de los muchísimos que seguirían sus pasos en las Indias en los siglos posteriores. Y cuidó y prologó la espléndida edición de la obra completa de Juan Uría Ríu en KRK. Proyectos y ganas no le faltaban a Juan Uría Maqua: le faltó tiempo. Bajo la bóveda del solsticio, recordemos aquella canción de Laciana que él cantaba: «¡Adiós, amante, / adiós, adiós. / Adiós, amante, / que ya me voy!».

La Nueva España · 20 junio 2011