Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

«Una figura imprescindible»

Rafael Fernández volvió a Asturias cuando el PSOE se jugaba su ser o no ser

Rafael Fernández volvió a Asturias en un momento crucial, en que el PSOE se desperezaba lenta y trabajosamente del largo letargo franquista (o de los «cuarenta años de vacaciones», según Tamames). Por aquellos días en que todos tomaban posiciones, incluso con etiquetas socialistas, el viejo partido de Pablo Iglesias (todavía en aquella época Pablo Iglesias estaba vivo entre los socialistas asturianos) se jugaba el ser o no ser, a pesar de los decididos apoyos de las socialdemocracias europeas. El principal problema era de organización: sin ir más lejos, yo era el secretario de organización de Oviedo, figúrense. Y como decía Avelino Cadavieco, entrañable amigo de Rafael desde los tiempos republicanos de las JJSS: «Va a venir Rafael a poner orden aquí». Buena falta hacía un poco de orden. Rafael llegó en el otoño de 1976 desde su exilio mejicano, donde disfrutaba de una posición económica cómoda, que de ser otro le hubiera eximido de meterse en berenjenales políticos. Le había precedido unos meses antes, en viaje de reconocimiento, su mujer, Purificación Tomás, la hija del legendario dirigente minero Belarmino Tomás. Ser hija de Belarmino le otorgaba a Puri una posición incontestable dentro del partido: a su lado, Rafael era «el marido de Puri», de manera que sus primeros tiempos en Asturias no fueron fáciles, hubo de ganarse a pulso todo lo que posteriormente fue. Y como muestra de su modestia, de su entrega al partido, de su dedicación política, el primer cargo que ocupó fue el de secretario del socialismo asturiano, en el que sustituía a un jovencísimo Suso Sanjurjo, que marchaba para el servicio militar. Supongo que caso como éste se habrá visto muy pocas veces en el PSOE, si es que se vio alguna: el veterano político, con larguísima experiencia en mil lides, sustituye al joven que acaba de empezar. Pero por aquel entonces el PSOE no era el de ahora: había que hacer de todo, y si era necesario, agarrar la escoba y barrer el local, como hacían Emilio Llaneza y Juan Luis Vigil.

Rafael, a su llegada a Asturias, era un hombre silencioso, con cierto perfil de ídolo maya, que observaba sin pronunciarse, y vestía espectaculares camisas de chorreras y fumaba una magnífica pipa de madera tallada a hachazos. En la mesa, acostumbraba a desplegar la servilleta de la señora que se sentaba a su lado. Era consciente de que en cuarenta años había perdido muchas cosas y venía decidido a recuperarlas y a ponerse al día. Sin él, el PSOE, tanto en Asturias como en España (pues por aquellos días, el PSOE asturiano tenía mucho peso en el resto del socialismo español) no hubieran salido de las catacumbas o lo hubieran hecho con mucho más esfuerzo. Era hombre prudente y conciliador: la historia le había enseñado mucho a diferencia de los que invocan la «memoria histórica» sin haber aprendido nada. Y le gustaba vivir bien: por eso no se ocultaba cuando comía en «Casa Conrado» o fumaba un buen puro. Hubiera querido ser alcalde de Oviedo, como López Mulero, de quien fue secretario. Habría sido buen alcalde.

La Nueva España · 20 diciembre 2010