Ignacio Gracia Noriega
Aforismos de Ernst Jünger
El indesmayable entusiasmo de mi amigo Ricardo Viejo por la obra de Ernst Jünger le obligó a hacer diversas gestiones hasta conseguir un libro del gran autor alemán, no raro ni antiguo, pero sí difícil de encontrar, por estar publicado por una editorial mexicana minoritaria y que, en consecuencia, no distribuye en España o lo hace de manera insuficiente; mas, como dicen en México, quien persiste caza venado. El libro, titulado «Máximas, epigramas y mantrana», es muy breve y está pulcramente editado, con letra clara sobre papel perfectamente blanco. Después de un prólogo, conciso e informativo, de Javier García-Galindo, el librito se divide en dos partes, según su propio título anuncia: epigramas y mantras. Antes de esta segunda parte Jünger incluye una corta nota en la que propone un juego: «Mantrana es un dominó en la superficie y el espacio. Se juega con máximas, a las que llamaremos "fichas"». Pero yo no soy aficionado a ningún tipo de juego, ni a los de cartas ni a los de fichas, y mucho menos al mus, que parece ser el habitual medio de expresión de los políticos profesionales de hoy, de manera que a este par de páginas, aunque sean de Jünger, no les concedo mayor importancia.
Ernst Jünger, aparte de su importante obra ensayística, polemista, narrativa («Eumeswill» tal vez sea la mejor novela filosófica de su tiempo, de nuestro tiempo, si es posible semejante contradicción: que la novela sea filosófica, o la filosofía novelesca), fue un infatigable constructor de aforismos, de una lucidez helada. Sin duda es uno de los tres grandes aforistas de la lengua alemana; los otros dos son Lichtenberg, en el siglo XVIII, y Nietzsche, en el XIX. Muy influido por los aforistas franceses (principalmente por La Bruyère, La Rochefoucauld y Vauvenagues, y algo menos por Chamford), no deja de resultar curioso que no le haya prestado atención a Baltasar Gracián, puesto en circulación en la lengua alemana por Arthur Schopenhauer y que tanto eco tuvo sobre Nietzsche. Jünger acudió poco a la literatura española, y, con la excepción de Cervantes, prefería a los escritores de acción, como el capitán Alonso de Contreras, a los reflexivos.
Estas máximas pueden ser la quintaesencia del arte de Jünger, aunque debe tenerse en cuenta que algunos, como Cristóbal Serra, distinguen entre «máxima» y «aforismo», concediéndole mayor envergadura a éste sobre aquélla. «Difícilmente encontraremos aforismos en quienes no son poetas», afirma Serra. No sé si Jünger habrá compartido esta distinción, en cuyo caso «Máximas» sería un título humilde, ya que algunas alcanzan rango poético. Pero otras son más bien de vuelo bajo, que no rasante. Se conoce que no todos los días está uno para componer aforismos, y a veces salen máximas, y otras, ¡ay!, trivialidades. Günter Blöcker señala que a veces Jünger llega a resultar perogrullesco, como cuando indica que la serpiente es «materia básica de la vida», aduciendo como prueba que toca la tierra con la totalidad de su cuerpo; lo que no es inconveniente para que el propio Blöcker escriba también: «Oscuridad; espejos empañados en los que se ve con mayor nitidez; frialdad extrema en el arrebato más extremo; conciencia máxima hasta las profundidades del sueño y desprecio de tal conciencia: en esta tensión dialéctica está todo Jünger». En cuanto a las «Máximas» de este librito, supongo que Cristóbal Serra no tendrá inconveniente en considerar buena parte de ellas como aforismos.
Algunos de estos aforismos presentan un sentido eminentemente práctico: «Debe conocerse el punto desde el que uno todavía puede retroceder»; «Pocos son dignos de que se les contradiga»; otros lo tienen moral e incluso sociológico, como cuando estampa: «El culto a la salud y el culto a la enfermedad son igualmente desagradables». Creo que Jünger se queda corto: debiera haber escrito «abyectos». El culto a la salud no es otra cosa que el pánico a la enfermedad y, por tanto, renuncia cobarde a la libertad, pues, como escribió Mauriac: «Salud y libertad son lo mismo». Lo primero que pierde el enfermo es su libertad, y quien renuncia a ella voluntariamente por preservar su salud se comporta como un enfermo. Otras veces se refiere a cuestiones que no se quieren ver: «La esclavitud puede aumentar considerablemente si se le otorga apariencia de libertad». No hará falta que aportemos ningún ejemplo.
La Nueva España · 24 febrero 2007