Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Pero, ¿qué es Europa?

Tiene razón Manuel Marín cuando recomendó en Oviedo que no se agobie a los ciudadanos con la Constitución europea, dando a entender que, desde el punto de vista del Gobierno, lo que verdaderamente importa es que la «ciudadanía», como ellos dicen, vote afirmativamente. A fin de cuentas, reflexiona el señor Marín, los españoles tampoco leyeron la Constitución española y, sin embargos la aprobaron por amplia mayoría. Esto, que desde luego es puro cinismo, es al tiempo una gran verdad. Confieso que yo voté afirmativamente a la Constitución española sin haber leído su texto. De haberlo leído, hubiera votado «no», porque se trata de una Constitución separatista. Por tanto, voy a votar «no» a la Constitución europea. pues no quiero entregar un cheque en blanco a un proyecto político cuyos fundamentos no comparto: a que en la «Europa» que nos ofrecen concurren lo más deplorable del capitalismo, el consumismo frenético y disparatado, y lo más característico del socialismo: la economía dirigida, el intervencionismo estatal y el Estado burocrático. Yo no apruebo un socialismo clásico adornado con los peores vicios capitalistas.

En cualquier caso, Manuel Marín es, de todos los que han hecho la propaganda de «Europa» últimamente, el único que ha dicho algo concreto y sensato, y que incluso puede resultar beneficioso: «No agobien a los ciudadanos con la Constitución europea». Por lo menos, se trata de un político comedido. No hace mucho, Ignacio Bernardo declaraba, en estas mismas páginas, que el hecho de que en España no se haya abierto un debate con motivo de la probable integración de Turquía en «Europa», corno sucedió en Francia y Alemania, demuestra la mayor tolerancia y grandeza de miras de «este país». Yo creo que no es así. Lo que sucede en España es que el Gobierno, sea de la derecha vergonzante o de la extrema izquierda, no contempla con buenos ojos que se ponga en cuestión cualquier cosa referida a «Europa», y, sobre todo, a la «ciudadanía», como ellos dicen, le trae al fresco cualquier asunto relacionado con la unidad europea.

Otro optimista es don Antonio Masip, que acaba de proclamar en Oviedo, a la ciudad y al mundo, que «el Parlamento europeo ya no es sumiso; tiene un protagonismo total». Sobre todo, desde que él es parlamentario. A mí, la verdad, me dio pena cuando los parlamentarios europeos fueron a observar las pasadas elecciones palestinas. ¿Es que, verdaderamente, alguien puede creer que los palestinos o cualesquiera otros se toman en serio a esa gente? Si «Europa» fuera una gran potencia, no digo que no pudiera arbitrar o mediar. Pero siendo lo que de momento es, mejor los diputados en Europa se quedaban en sus casas respectivas, que muchas veces se sale a arreglar la casa del vecino teniendo la propia sin barrer. En fin: yo no veo motivo para que una alianza que surgió como sociedad económica pretenda ahora tener protagonismo político. ¿Era a esto a lo que aspiraban Adenauer, Schumann y De Gasperi? Me parece que no.

Por otra parte, me pregunto a qué le llaman «Europa» estos nuevos europeos profesionales. Hace poco, ese talento desaprovechado por él mismo que es el ministro Moratinos afnmó que «Europa» no es cristiana. Si no es cristiana, entonces ¿qué es? Sin embargo. afirmaciones como ésta no son exclusivas de la demagogia socialista. También la señora De Palacio. anterior ministra de Asuntos Exteriores, declaró en cierta ocasión que «Europa» no debe ser entendida como un club cristiano. De acuerdo, pero en ese caso, estos señores no se están refiriendo a Europa, la Europa en la que se desarrollaron formas de vida. de acción, de civilización y cultura fundamentadas en el humanismo helénico, la jurisprudencia romana y el cristianismo, y por ello es lógico que propongan incluir en esa otra «Europa» a Turquía, y a Mongolia Exterior, si hace el caso, o las islas Fidji.

Pero la Europa a la que nosotros pertenecemos es otra cosa. Son los escasos pueblos occidentales, supervivientes de la caída del imperio romano, que empezaron a organizarse en los siglos VII y VIII y a cobrar vigor en la lucha contra el moro. «Europenses» eran los hombres de Carlos Martel, según Luis Suárez Fernández, que detuvieron la «yihad» en Poitiers. Y «europeo» era su nieto Carlomagno, emperador de Europa, según Eghinardo, e igualmente europeos eran el inglés Acuino y el lebaniego Beato. Jamás, ni en los siglos más oscuros, hizo falta la mastodóntica burocracia que ahora hay en Bruselas para que los europeos se reconocieran como tales.

La Nueva España · 4 febrero 2005