Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Hölderlin, el poeta

«Los poetas son ánforas sagradas» (Hölderlin)

Al comienzo de Hölderlin y la esencia de la poesía, Martin Heidegger se pregunta: «¿Por qué se ha elegido la obra de Hölderlin para el intento de mostrar la esencia de la poesía? ¿Por qué no Homero, o Sófocles, por qué no Virgilio o Dante, por qué no Shakespeare o Goethe? Pues también en la obra de estos poetas está realizada la esencia de la poesía, e incluso con más riqueza que en la creación de Hölderlin, inmadura y bruscamente interrumpida». La poesía de Hölderlin, añade Heidegger, «es sólo una entre muchas». Algún otro motivo habrá, además de su indiscutida grandeza como poeta, que justifique la elección de Heidegger de buscar en la obra de Hölderlin la esencia de la poesía; naturalmente, el propio Heidegger lo explica: «No se ha elegido a Hölderlin porque su obra realice, como una más entre otras, la esencia universal de la poesía, sino sólo porque la poesía de Hölderlin está sustentada por la determinación poética de poetizar la esencia de la poesía. Hölderlin es para nosotros, en un sentido eminente, el poeta del poeta».

El «poeta del poeta» presenta, muchos rasgos del poeta de su época, finales del siglo XVIII, primeros años del siglo XIX: incluso en Alemania llegó a considerársele como un «romántico menor». La falta de perspectiva no deja de ser curiosa, y a Hölderlin le sucede lo mismo que a la gran novela Moby Dick, de Herman Melville: que no empieza a ser valorado hasta entrado el siglo XX. Como escribe Luis Díez del Corral en el prólogo a su traducción de El Archipiélago : «Los poemas de Hölderlin aparecieron en almanaques y revistas, y sólo parcialmente los conocieron sus contemporáneos. Hasta 1826 no se publica una colección de sus poesías, preparada por Uhland y Schwab, incompleta y llena de errores. Durante el siglo XIX es considerado Hölderlin un poeta débil y nostálgico, dotado de una fina sensibilidad y dominio de la forma, que le permiten ocupar un puesto de segunda fila entre los poetas románticos. Tal es el juicio que merece a Rudolf Haym». Posteriormente, Dilthey y el grupo de Stefan George comienzan a situar a Hölderlin en su auténtica y grandiosa dimensión. Gundolf, a propósito de El Archipiélago, señala que el poeta «sustituye por nostalgia lo que la realidad le niega», subrayando que su añoranza de Grecia es más honda y esencial que una simple insatisfacción y huida del tiempo presente. De hecho, Hölderlin no se refugia en el recuerdo del esplendor de Grecia como consuelo de una existencia calamitosa, sino que se siente tan griego como podría sentirse Píndaro. La recuperación de Hölderlin se debe a la labor fervorosa y generosa de Norbert van Hellingrath, un helenista, caído en la Gran Guerra, el 14 de diciembre de 1916. Terminada la guerra, Hölderlin se convierte en algo que él nunca hubiera esperado ser: el poeta nacional de Alemania. Como escribe Eduard Spranger: «Hegel había nacido político. Hölderlin parece estar junto a él como el exaltado ebrio de belleza, como el alma tierna que estaba destinada en la suerte con su mundo interior de sueños. Parece pertenecer a aquellos que apartan de sí lo político, porque temen impurificarse interiormente con ello: el Estado es sólo para las naturalezas férreas, no para las almas que florecen apaciblemente». Y aunque Pierre Bertaux ha buscado las coincidencias entre Hölderlin y la Revolución Francesa, lo cierto es que, como escribe Spranger, «esta patria se le mostraba bajo la imagen y vestidura de los griegos. No de los contemporáneos -¿qué podía ser para él la lucha por la libertad?-, sino la nostalgia romántica de la antigua nacionalidad es lo que hace surgir en él los ideales de un porvenir mejor». El propio Hölderlin resulta bien explícito: «Me gustaría ver muchos países de la tierra viva, / y a veces, más allá de los montes, se escapa / mi corazón...»; aunque añade: «pero ninguno es para mi querido en la lejanía / como aquel donde los hijos de los dioses / duermen, el país entristecido de los griegos».

Friedrich Hölderlin nació en Lauffen, en Würtenberg, a orillas del río Neckar, al que cantó con nostalgia de su infancia y de Grecia («Me parece aún muy bello el mundo; huyen mis ojos / ansiando los encantos de la tierra, / hacia el dorado Páctolo, a la costa de Esmirna, / al bosque de Ilión»), el 20 de marzo de 1770. Su vida, más que desdichada, fue vulgar, si se tienen en cuenta su ocupación de preceptor, sus dificultades materiales, sus amores imposibles; aunque su formación clásica o su encuentro en la Universidad de Tübingen con Hegel y Schelling no hayan sido, en absoluto, vulgares. Podría decirse de él que, como los poetas románticos, como Leopardi, como Shelley, como Keats (con quien tiene sorprendentes afinidades, aunque el sentimiento de Keats sobre Grecia sea producto de la intuición), murió en cierto modo joven. Acosado por la locura, a partir de 1807 vive encerrado en la buhardilla del carpintero Zimmer, en Tubinga, en la que transcurren los últimos 36 años de su vida, haciéndose llamar Scardanelli y enfureciéndose cuando escucha su propio nombre o el de Goethe. Murió en 1843. Quedan poemas tardíos y escritos de su época de loco, aunque muchos críticos cierran su época productiva en 1803. Además de poemas, Hölderlin intentó la novela, el teatro e hizo espléndidas versiones de Sófocles.

La obra de Hölderlin es conocida en España, aunque no tanto como para que esta Antología poética, editada por Cátedra en edición bilingüe de Federico Bermúdez Cañete no sea necesaria. Se ha publicado a Hölderlin bastante desordenadamente. Esta edición pretende ofrecer lo esencial del poeta, que no es poco, de manera pulcra y cuidada. El prólogo abarca la biografía y la obra del poeta. Del poeta por antonomasia que entendía que el mundo está bien hecho y que, por otoño, «la tierra está adornada». Leer a Hölderlin es una de las grandes experiencias del lector de poesía. Por eso, mejor que la traducción sea como ésta, que es fiel al sentido sin permitirse «recreaciones poéticas». El verso de Hölderlin continua poderoso: «Si os asusta algún maestro, / pedid sólo consejo a la naturaleza», aconseja a los poetas jóvenes. Y, como remedio para sí mismo, exclama (en Mi propiedad): «Sé tú, canto, mi asilo acogedor, sé tú /, que das felicidad...».

La Nueva España · 22 noviembre 2002