Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Juan Velarde y La Granda

En medio del ajetreo veraniego de La Granda, Juan Velarde nos comunica que La Nueva España acaba de hacerle «Asturiano del mes». Digo yo que asturiano del trimestre por lo menos, porque La Granda es una de las aventuras personales, de Teodoro López-Cuesta y Juan Velarde Fuertes, más fascinantes, maravillosas y fructíferas de la Asturias del último cuarto de siglo (que los cursos de La Granda cumplen precisamente el año que viene). Abre sus puertas La Granda a comienzos del verano, y las cierra, hasta el año próximo, a las puertas del otoño, pensando sus promotores y mantenedores en qué habrá que hacer, qué temas se deberán tratar en los cursos del año que viene y cómo se podrán financiar, asunto principal que a veces le quita un rato de sueño a Teo, quien, por lo demás, duerme estupendamente. La Granda, además de otras cuestiones, tiene en cuenta efemérides de gran trascendencia: el centenario de Carlos V, el centenario de Alejandro Mon, este año el centenario del conde de Campomanes, con cursos dirigidos por el profesor Rafael Anes que se adelantaron a cualquier otro tipo de conmemoración del bicentenario del fallecimiento del gran ilustrado tinetense. Y ya ha caído Juan Velarde en la cuenta de que el año que viene es el centenario de Sagasta, de modo que le dijo a Rafael Anes que hay que ir pensando en cómo se conmemora.

La Granda, con Teodoro y Juan Velarde, me recuerda a dos novelistas franceses, que en realidad son uno y a quien yo estimo mucho: Erckmann y Chatrian, es decir, Emile Erckmann y Alexandre Chatrian. Igual que la suya es la colaboración entre Juan Velarde y Teodoro López-Cuesta: mientras Erckmann escribía novelas y narraciones tan magníficas e inolvidables como «El amigo Fritz», «Waterloo», «Recuerdos de un recluta de 1815», «El ilustre Dr. Mateus», «Cuentos de las orillas del Rhin», etcétera, Chatrian buscaba editor, trataba con los distribuidores de libros, con los libreros y con los críticos y, en general, se ocupaba de las cuestiones financieras. Así fue posible escribir obras maestras encantadoras. La obra maestra de Juan Velarde y Teodoro López-Cuesta, en estos momentos, y desde hace casi un cuarto de siglo, y en los años venideros, es La Granda. ¿Por qué dos ilustres profesores universitarios mantienen viva, con su esfuerzo y obstinación, esta singular Universidad de verano? Es su contribución desinteresada a la mejora espiritual de Asturias, a su mejor cultura y a su mayor tolerancia. Por La Granda pasaron las grandes figuras del pensamiento europeo contemporáneo: historiadores, economistas, críticos literarios, biólogos, músicos... Todos ellos quedaron vinculados a La Granda para siempre, y como decía el coronel Cervera Pery: ¿qué hay que hacer para volver el año que viene?

La semana fue movida y provechosa. Se le concede la medalla de la institución a Fernand Wagner, presidente de Arcelor, y, en atención a los horarios europeos, se cena a las ocho y media de la tarde, después de haber escuchado una exposición espléndida del homenajeado. Durante la cena, nos dice Juan Velarde, en voz baja pero rebosante de satisfacción, a Álvarez Rendueles y a mí, que en aquella larga mesa de La Granda está cenando la cúpula de la siderurgia europea. Al día siguiente, muy temprano, Juan Velarde tuvo que ir a dar una conferencia a El Escorial y regresa por la noche, con humor suficiente para quedar de tertulia hasta cerca de las dos de la madrugada. Y así, día tras día, asistiendo a los cursos, presentando a los conferenciantes, tomando notas, aconsejando en materia financiera a don Manuel Galé (el último rentista que queda en Asturias, según Rafael Anes), comiendo con moderación los espléndidos menús que sirve La Serrana, de Avilés, y, en fin, buscando un hueco para retirarse a su habitación, a escribir, a leer... En tanto, Teodoro López-Cuesta es el primero que se levanta y el último que se acuesta: por si queda una luz encendida o una puerta abierta. Y siempre se producen imprevisibles, agradables imprevisibles, por lo demás. La otra noche viene a cenar Joaquín Pixán, y después de la cena, canta «La Salvaora» en el salón de actos que lleva el nombre de Severo Ochoa, y donde Wagner había pronunciado dos días antes su conferencia modélica. De este modo, el gran tenor inauguró también para el canto el salón Severo Ochoa.

Culmina la semana el nombramiento de Velarde como Asturiano del mes por parte de La Nueva España, noticia que le llega momentos antes de que clausure el curso con una lección magistral: «Campomanes, doscientos años después». Quiere Juan Velarde que este importante reconocimiento lo sea también a La Granda. El economista, el escritor, el maestro (no sólo de economistas), el intelectual culto y tolerante, «el investigador apasionado, audaz y detallista» y «el conservador de vieja raza», según García Delgado, es también el espíritu de La Granda. Como premio a La Granda, además de a él mismo, agradece Velarde este reconocimiento.

La Nueva España · 7 de agosto de 2002