Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Don Joaquín

Ha muerto Don Joaquín, don Joaquín Laspra, cura de Alles, cura rural, gran paisano y buen amigo. Llevaba bastante tiempo enfermo, y a causa de su enfermedad tuvo que abandonas el valle del Cares y las montañas de Peñamellera Alta para residir. en compañía de su hermano, en la benemérita residencia sacerdotal de Oviedo. En la residencia, los curas están bien tratados, pero no es lo mismo que estar en la parroquia. Don Joaquín siempre fue hombre independiente y le gustaba navegar a su aire. No era indisciplinado, porque un cura siempre es disciplinado. Pero citando aquel refrán que tomó Pereda como título de una de sus novelas: «El buey suelto, bien se lame».

Don Joaquín, hace años, soñaba con jubilarse e irse a México. Aquel país era muy grande, decía, y le gustaba. Bastó una insinuación de don Gabino para que, llegado el momento de su jubilación, don Joaquín no se moviera de Alles. «¿Adónde voy a ir que más valga, si ya esto "vieyu"? Don Joaquín amaba Alles, las montañas, el valle, el paso del río de aguas frías y verdes, los amigos que subían a verle o que él visitaba. Frecuentemente bajaba a Panes, donde era fácil verle en la Covadonga. Cuando Toño hizo reforma, don Joaquín se hacía cruces, calculando lo que tuvo que haberle costado: No disfrutó de las nuevas instalaciones porque por aquellos días hubo de instalarse en Oviedo. Y desde entonces, cuando íbamos a Alles era como si estuviéramos en otro pueblo, porque faltaba don Joaquín.

Don Joaquín vivía en una casa de piedra, detrás de la iglesia. Allí le íbamos a ver o le dejábamos los recados. Estaba orgulloso de su iglesia, que, efectivamente, es de las mejores de la comarca oriental de Asturias. «Templo monumental, ornamento de aquellas montañas», según Saro Rojas, fue levantando en el siglo XVIII a expensas de Juan Mier y Villar, canónigo de México e inquisidor de La Nueva España. En opinión de don Joaquín, en la comarca oriental tan sólo podían ponerse a su altura las basílicas de Covadonga y de Llanes, y, comparativamente, era tan importante o más que San Pedro de Roma, porque, añadía, comparemos lo pequeño que es Alles y lo grande que es Roma. También guardaba celosamente el libro de bautizos en el que está inscrito el bautismo de José del Campillo y Cossío, quien con el tiempo llegaría a ser ministro universal de Felipe V. En cierta ocasión, una conocida profesora de la Universidad de Oviedo que fue a consultar ese libro se permitió hacerle unas observaciones a don Joaquín que él tomó a impertinencia, y efectivamente lo eran, pues custodio mejor de ese libro que don Joaquín ni lo hubo, ni lo habrá.

Don Joaquín se movía por un territorio bastante limitado, el partido judicial de Llanes, pero se movía continuamente. Primero había estado en la costa, como párroco de Pría; después, subió a las montañas. Panes y Cabrales eran sus salidas naturales, con parada, cuando iba hacia Cabrales, en Mildón, para visitar a Piedad y al gran Alejandro. A veces llegaba hasta Cangas de Onís. A Llanes bajaba poco, desde que murió Mento. Siempre fue muy amigo de sus amigos y siempre, también, desconfió de los políticos como de la peste. A algunos alcaldes recientes de Peñamellera los hizo ir por el camino de la amargura. Aunque de ideas muy claras y muy definidas, nunca toleró que la política entrara en la iglesia. La política está bien para el bar. La iglesia es territorio distinto y destinado a otros asuntos.

Don Joaquín se definía por la bondad, por una campechanía de recia raíz astur y por la fidelidad a unas creencias que le había inculcado en la niñez y reafirmado en el seminario. Fue fiel a sus ideas, a sus amigos, a su tierra. Era muy conservador y a veces no entendía por dónde marchaba la Iglesia, con tantos bandazos, pero acataba. Nunca dudó del magisterio de la Iglesia ni de que en el hombre permanece un fondo de bondad. Fue un buen cura, y es lástima, para los feligreses y para la propia iglesia, que ya no habrá curas como él. Las puertas de su casa estaban abiertas, y él dispuesto a recibir, cualquier día excepto e sábado. «Porque el sábado -me decía- tengo trabajo. Ya sabes...»

La Nueva España · 24 marzo 2001