Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Pin el Rucu

Pin el Rucu pertenecía a una estirpe de ovetenses muy característicos que, en otras épocas menos apresuradas, daban vida y salero a la ciudad. Antes, cuando no había tanta información, se comentaban sus genialidades y se reían sus salidas ingeniosas. Hoy nos atosigan, contándonos historias de famosos que, entre todos ellos juntos, no valen un euro (y digo «euro» no por resultar moderno, sino porque es moneda que no vale nada), los plagios de Ana Rosa Quintana (que se hizo más famosa, si cabe, gracias a esa delincuencia), y el cuento de nunca acabar de los delegados del PSOE (problema que, digo yo, sólo debiera afectar a los afiliados de ese partido, o, todo lo más, a sus votantes), y, entre tanta trivialidad sin sustancia, estamos a punto de no enteramos de que Pin el Rucu acaba de morir; y no me hubiera enterado si no me lo dice Eduardo Velasco.

Pin el Rucu fue el último de su especie. Con él desaparece también un oficio digno: el de maletero. Pasaron los tiempos en los que a la entrada de las estaciones de ferrocarril o de autobuses se agolpaban los maleteros con sus blusones azules y sus gorras de plato sobre cuya visera constaba su razón social: «Pensión La Flora», «Hotel Fruela», «Hotel Oviedo»... La misión del maletero -importantísima- consistía, primero, en captar al cliente; luego, en llevarle la maleta o maletas bien hasta el taxi (si el cliente era potentado) o, si no, hasta el hotel o pensión, en carretilla. Pin el Rucu era maletero del ALSA: toda una institución. Sus zonas de influencia más importantes eran Casa Manolo, en la calle Altamirano, y la sidrería Cantábrico, o bien, entrando por la avenida de Santander, el bar Cantábrico. Yo creo que Pepe Velasco es la persona que mejor pronunció su nombre: cuando Pepe decía «Pin el Rucu», había que quitarse el sombrero y pedir la oreja.

Pin había hecho la mili con Ángel el de Casa Manolo en África. Al principio, algunos quintos pretendieron pasarse de listos con Pin. Entonces Pin le dijo a Ángel:

- Oye, Ángel, dile a éstos quién soy yo.

- El secretario técnico del Real Oviedo -contestó Ángel, con toda seriedad.

A partir de entonces, Pin se convirtió en un personaje dentro del cuartel. Hasta oídos del coronel llegó la noticia de que tenía al secretario técnico del Real Oviedo sirviendo bajo sus órdenes.

Pin estaba tan vinculado al Real Oviedo como al ALSA o al bar Cantábrico (al que siguió en su desplazamiento de un lado a otro de la calle). Una vez que Juan de Lillo y Vélez fueron a Argentina, localizaron allí a Sánchez Lage y a Manolín y les hicieron sendas entrevistas, que fueron publicadas en La Nueva España. Ambos futbolistas coincidieron en una cosa: al oír el nombre de Oviedo, inmediatamente preguntaron por Pin el Rucu. Aquello puso a Pin tan contento que no cabía en sí de gozo. Y no era para menos, porque se había convertido, al otro lado del charco, en la representación de su ciudad.

A Pin le gustaban la baraja y preguntar. Preguntaba las cosas más peregrinas. Por las mañanas entraba en el patio trasero de Cada Manolo, con las manos cruzadas atrás y mirando hacia todas partes, dándose importancia, «gustándose», como un buen banderillero. Charlaba con Pepín Buylla sobre gallos y palomas; en cambio, rehuía a Ignacio Buylla porque le hacía rabiar. Y a veces, apoyándose en la barra, le decía a Ángel:

- Ángel, di otra vez lo que dijiste a aquellos «faltosos» en Melilla.

- Que eras el secretario técnico del Real Oviedo.

Y Pin se inflaba, como cuando se enteró de que Sánchez Lage había preguntado por él en Buenos Aires.

Sin Pin el Rucu, Oviedo es un poco menos Oviedo. Últimamente estaba internado en el geriátrico de San Esteban de las Cruces. Allí iban a visitarle, casi todos los días, Pepe Cosmen, Pepe Velasco y Angelón el de Casa Manolo. Para eso están los amigos, los buenos amigos. Elena, la mujer de Gómez Fouz, contaba de él cosas emocionantes. Por la noches se le aparecía su mamina en sueños y le decía que fuera bueno. Luego venía Pepe Cosmen y también le decía que había que portarse bien. Pobre Pin el Rucu. Se marchó como un niño, llevando a la otra vida muchos buenos recuerdos y mucho Oviedo.

La Nueva España · 01 noviembre 2000