Ignacio Gracia Noriega
Canteli, viejo amigo ...
Luis María Fernández Canteli fue un ovetense total, y por la vía del ovetensismo un gran asturiano universal. Nada le era ajeno a este ingeniero de ferrocarriles, a la vez filatélico, bibliófilo (poseía una importante biblioteca particular), pianista (terminó los estudios de piano en 1946, al tiempo que los de ingeniero industrial), político (más por vocación ciudadana que por interés político), europeísta de los de antes, defensor infatigable del patrimonio cultural y artístico de Asturias, erudito ferroviario ateneísta, montañero, hombre práctico y optimista, de vitalidad y afectuosidad desbordantes, y eso que ahora se ha dado en llamar «animador cultural» y que Canteli ejemplificó como nadie en Oviedo durante los últimos cuarenta años. ¡Cuántas cosas, cuántas cosas buenas se nos han ido en un accidente de automóvil en Valladolid. ¿Por qué habrá ido Canteli a Valladolid? Yo siempre le digo a mis amigos que no vayan a Valladolid.
Luis María Fernández Canteli era la cultura, el respeto hacia la cultura, el entusiasmo por la cultura. Solía contar con orgullo cierta lección que recibió de Dámaso Alonso. Había ido Dámaso a Oviedo, y Carmen Fonteche, la catedrática de Literatura del Instituto, llevó a sus alumnos más distinguidos al café Peñalba, a que conocieran al poeta y crítico, que se encontraba en compañía de Carlos Bousoño. De aquella, un futuro ingeniero podía ser también un excelente estudiante de Literatura. Eran otros tiempos. Dámaso les contó que cuando tomó posesión como catedrático de Literatura hizo una encuesta sobre las lecturas de sus alumnos, y una chica le respondió que su autor preferido era Rafael Pérez y Pérez. Quedó Dámaso sorprendido y pensativo, preguntándose qué razones tendría la chica para leer a un novelista tan desprestigiado, razón por la cual fue a una librería y procurando que no le viera nadie (salvo el librero, claro es), compró un par de novelas del mencionado autor. Entonces ya pudo decir Dámaso Alonso que Rafael Pérez y Pérez no valía nada como escritor. Jamás se olvidaba Canteli cuando refería esta historia de señalar que Dámaso Alonso había entrado en la librería «de tapadillo». Tampoco olvidó la enseñanza: no se debe juzgar sin conocer. Esa fue norma de su vida. Luis María Fernández Canteli era profundamente liberal: liberal por carácter, por convencimiento, por buena educación. El liberalismo es mucho más que una opción política: es una forma de ser.
Como presidente del Ateneo de Oviedo y como vocal de la Alianza Francesa (los dos grandes centros del liberalismo ilustrados en Oviedo durante los años sesenta), Canteli dio muestras de su independencia, de su carácter abierto, de su avidez cultural. Apoyaba con entusiasmo cualquier iniciativa. El Ateneo era como su segundo hogar, y estoy convencido (lo puedo decir porque pasé allí muchísimas horas a su lado) de que pasaba más horas en el Ateneo que en su casa. No perdía conferencia, presentaba a los conferenciantes, se enteraba en profundidad de sus actividades, lo mismo daba que el conferenciante fuera novelista que cristalógrafo, para de este modo romper el fuego de los coloquios, iba al bar para buscar público por si el salón de conferencias estaba medio vacío... Y Carmina siempre a su lado, siempre apoyando, siempre, siempre. Últimamente, Carmina y Canteli eran asistentes fijos a los cursos de verano de La Granda. Sin Severo Ochoa y sin Canteli, La Granda ha perdido dos puntales muy grandes en el aspecto humano. Gracias al «Ciclo Europa», organizado por Canteli en el Ateneo, la Universidad de Oviedo pudo hacer doctor honoris causa a Hallstein: fue la culminación de la labor europeísta de don Luis Sela. Como teniente alcalde llegó a enfrentarse al poderoso Materu de Ros, entonces gobernador civil, ordenando que se quitara una cruz de los caídos de la fachada de la catedral, incompatible con la nobleza del edificio. Nunca dejó de ser ferroviario aunque fuera concejal y a él sede debe el apeadero de San Pedro de Nora, para que hubiera mejor acceso a esa joya prerrománica.
Qué solos se quedan los muertos. Y los vivos. Carmina y Canteli formaron uno de los matrimonios más unidos que jamás conocí. Qué sola se queda Carmina.
La Nueva España · 13 noviembre 1999