Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entre el mar y las montañas

Ignacio Gracia Noriega

Cangas de Onís

La condición de ciudad de Cangas de Onís consta orgullosamente en sus tres entradas: en la que viene de Arriondas (y por lo tanto de Oviedo y de toda la zona occidental de la región); en la que viene de Panes y Cabrales, y enlaza con la que sube de Llanes y con la que baja de Covadonga, por Oriente; y en la que llega del Sur, de Castilla, por Tornín y Caño. Frente a Tornín, al otro lado del río Sella, está otro pueblo, de nombre Santianes, como tantos otros de Asturias.

Cangas de Onís, sin estar alta (87 m.), da la impresión de ser una ciudad de alta montaña; sin duda a causa de su vinculación con la montaña de Covadonga; de ella bajó don Pelayo, victorioso de los agarenos, para establecer su Corte, como recuerdo en miniatura de la visigótica de Toledo, en este lugar. Fue también Corte de sus sucesores: Favila, Alfonso el Católico, Fruela y Aurelio. Hoy más que una ciudad cortesana ofrece el aspecto de una población con solera y mercado, cuyo monumento más estimable es el imponente puente de cinco arcos (originariamente había tenido siete) midiendo el central veintiún metros de altura, sobre un escenario de río y de montañas, entre las que destaca el Pico Pierzo. Por ironías de los ríos [195] y de las divisiones administrativas basadas en ellos, la margen occidental del río a su paso por Cangas y el pie del puente que en ella se apoya, pertenecen al concejo de Parres, es decir, a Arriondas. El puente goza la inmerecida fama de ser romano, dado que es medieval, pero cuando menos demuestra una perdurable romanización en esta tierra: en otros muchos lugares de Asturias se señala cualquier antigüedad como obra de los moros.

Cangas fue la ciudad-corte del reino de los Reyes Caudillos durante un período de cincuenta años, hasta que Alfonso II fija su residencia en Oviedo; en la actualidad es cabeza de partido judicial (la otra cabeza de partido del oriente asturiano es Llanes), y de un concejo que limita al N. con los de Ribadesella y Parres; al E., con los de Llanes y Onís; al O. con los de Parres y Amieva, y al S., con León, montañoso y quebrado, dentro del cual se encuentra buena parte del macizo occidental de los Picos de Europa, y recorrido de Sur a Norte por el río Sella, que aquí recibe aguas de los ríos Dobra y Güeña. En la propia Cangas confluyen el Güeña y el Sella.

Cangas es una ciudad moderna y turística, con una calle principal en la que se abren buenos hoteles y cafeterías: la proximidad de Covadonga la convierte en centro de un turismo en buena parte procedente de la propia Asturias, y la de los Picos de Europa en una plataforma urbana indispensable para quienes practican deportes de caza, pesca y montaña.

Cangas fue siempre un lugar acogedor, como lo constata en sus memorias don Nicolás Estévanez, que luego, durante la primera República, fue Gobernador de Madrid y Ministro de la Guerra, y que al comienzo de su carrera militar estuvo de guarnición en esta [196] pequeña ciudad y en Llanes. Aquella estancia asturiana fue para el futuro general Estévanez como unas inolvidables vacaciones: «Suponiendo que en Cangas había de estar exento de obligaciones, llevaba el propósito de estudiar mucho», escribe; y detalla en qué agradables ocupaciones pasaba su tiempo: «Ya eran expediciones a Ribadesella o al Infiesto, ya cabalgatas a Onís o a Covadonga, ya partidas de caza... y aún de pesca». El jefe del acantonamiento de Cangas de Onís en aquel tiempo era don Juan Vázquez Mella, de quien escribe Estévanez que era «un veterano muy amable, muy digno y por añadidura liberal, bastante más liberal que su hijo, el orador carlista». Vázquez de Mella, el orador y político, figura en la nómina de los hijos ilustres de Cangas de Onís, y como a tal se le ha elevado una estatua.

Antonio García Miñor, en su libro «Asturias, andar y ver y bien comer», escribe que «Cangas de Onís, hoy una villa luminosa y grata, moderna y alegre, fue en otro tiempo capital de las Asturias primeras y de la España cuya reconquista árabe aquí comenzó»; y, añade que «es también algo así como la Facultad gastronómica del queso asturiano. Allí, en sus mercados dominicales, siempre hay largas filas de mesas cubiertas con impolutos manteles en los que se ofrece al consumidor toda la gama de los productos lácteos de aquellas privilegiadas zonas». Asturias es una región muy rica en quesos, sin duda la que ofrece mayor variedad de especies de España, y entre ellas el queso más internacionalizado, el de Cabrales, con el que compite el queso de Gamonedo, que es de esta comarca.

Para Caunedo, que escribió, como dijimos, en 1858, «nada revela en esta pequeña aunque agradable población a la belicosa corte de los primeros reyes [197] de Asturias, y ningún monumento conserva que recuerde sus grandezas, a no ser su antiguo puente que cruza el Sella, cuyo arco central mide 70 pies de vano, desde la flor del agua hasta la clave. La iglesia parroquial, algún tanto apartada y rodeada de árboles, es fábrica del siglo XVI. En la casa de Ayuntamiento recuerda una inscripción que Cangas fue la capital de Asturias desde Pelayo a don Silo, que la trasladó a Pravia. Aquí fue probablemente la antigua Concana de que habla el poeta Horacio. Cuando la invasión de los moros se llamaba Cánicas y aquí fijó su corte Pelayo; aquí nacieron los hijos de Favila y los de Alfonso el Católico; aquí murió este esclarecido rey; aquí cometió Fruela su odioso fraticidio, y aquí la mano de Dios le castigó con muerte violenta. No olvidó Cangas en los tiempos modernos sus antiguos timbres, pues en la guerra de Independencia formó con los jóvenes de su concejo un regimiento que denominó de Covadonga, el que en el campo de batalla hizo ver a los invasores franceses que no llevaba en vano tan glorioso nombre».

Según Manuel de Foronda, en «De Llanes a Covadonga», Cangas «tiene bastante buen caserío que, a derecha e izquierda de una gran calle y en los afluentes a ésta, se halla colocado. Entre los edificios públicos merecen citarse la casa cuna, dependiente del Hospicio de Oviedo y la casa consistorial, tan modesta interior y, exteriormente que forma singular contraste con la de Llanes». Añade Foronda que D. Diego Duque de Estrada, al referirse a sus antepasados en el relato de su vida que lleva el título de «Comentarios del desengaño», escribe: «En el mercado de Cangas de Onís tienen estos señores encima de la puerta y torre fuerte de su casa un letrero que dice: Yo soy la torre de [198] Estrada / Fundada en este peñasco, / Más antigua en la montaña / Que la casa de Velasco».

Cangas de Onís es el solar sobre el que se alzó España, aunque no resten demasiados vestigios arqueológicos: la Historia de Cangas está en la Historia y en las leyendas, más que en las piedras. Aquellos reyes continuadores de los visigóticos mantuvieron aquí sus tronos de violencia y tinieblas; y aunque algunos desplazaron sus cortes a otras tierras, como fueron los casos de Aurelio y Silo, terminaron volviendo al solar de Cangas, cuyos monumentos más notables son el famoso puente romano, que no es romano, y la capilla de la Santa Cruz, edificada sobre un dolmen prehistórico.

José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 194-198